Ruido Rosa: el desahucio musical de Granada

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rafa-berrio-ruido-rosa-23-03-17

Rafa Berrio en el Ruido Rosa.

“Eran frecuentes las charlas de José Ignacio Lapido con Quique González o Carlos Tarque en la barra. O Juan Alberto Martínez (Niños Mutantes) con Julio de la Rosa. O Sidonie en busca de esencias lisérgicas”

 

Eduardo Tébar reflexiona sobre el cierre del Ruido Rosa, templo musical granadino que dirigía Víctor García Lapido, cuna de los músicos -locales y foráneos- durante treinta intensos años.

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.
Foto: JUAN JESÚS GARCÍA.

 

Unos días después de la muerte de Chuck Berry, el inesperado anuncio del cierre del Ruido Rosa ha conmocionado a la escena musical de Granada. No es cualquier bar: es El Bar. Fundado por 091 y el mánager de estos y Morente, Paco Ramírez, este garito emblemático de la calle Sol abrió sus puertas en noviembre de 1987. Durante 30 años ha representado la cara más exquisita y alternativa del rock de la ciudad. Aunque el alcalde se ha apresurado a convocar una reunión para buscar soluciones, el comunicado no deja lugar a la esperanza: “El Ruido cierra sus puertas para siempre”. La noticia ha supuesto un mazazo letal. Y la indignación en masa ha centrado la responsabilidad en el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, que recrudecerá desde abril una legislación absolutamente depredadora en cuestión de regulación decibélica, con multas desproporcionadas sin necesidad de que los vecinos interpongan denuncia alguna. Además, el persianazo del Ruido deja en evidencia la iniciativa “Granada Ciudad del Rock”, una apuesta turística para salvar el tejido de la hostelería musical en plena sangría, con el –raro, raro– apoyo de PP y PSOE. Para la gente del sector, se trata tan solo de un gesto para la galería.

Hace solo tres meses que tiró la toalla el Peatón, el otro templo histórico de la música de guitarras en Granada. Asistimos, pues, a un brutal desahucio cultural. Un fin de la Historia “fukuyamiano”. Sin Ruido Rosa, no hay pegatina de Ciudad del Rock. Así de simple. Y luego está el varapalo a la memoria sentimental de varias generaciones. Un compañero escribió en Twitter que el Ruido es “posiblemente, junto al Penta, el bar que más literatura musical ha generado. La noche granadina pierde al más grande”. Un festival celebrará el 29 de marzo las cuatro décadas del Penta en Madrid. Mientras tanto, ciudades como Barcelona modifican la legislación para subvencionar la insonorización de los locales que quieran programar actuaciones.

Cualquiera que conozca a Víctor “Chico” Lapido, responsable del negocio desde el año 2000, sabía de su repulsa a colocar una púa de plástico en la puerta, como los estands que vendían la tradición musical de Granada en la última feria de Fitur. El Ruido era fiel a una filosofía, a un modo de vida. A lo largo de esta década había rejuvenecido su clientela, un poco gracias a la categoría de mito que habían adquirido esas paredes con cartelería psicodélica de Jefferson Airplane, The Who, MC5 o Crosby, Stills, Nash & Young. El pub sobrevivió a una a una inundación el año pasado. Lucía como nuevo con mano de pintura y retoques en la decoración. En esta época programaba conciertos en condiciones inmejorables para las bandas, que iban a taquilla. El Ruido tenía programadas 46 actuaciones que quedan suspendidas. En su prometedora reinvención, también había invertido en platos y mesa para pinchar en vinilo. El Ruido vivía su momento más activo en medio de la lenta decadencia de Granada.

Chico Lapido contaba 17 años cuando el Ruido Rosa se estrenó. El futuro guitarrista de 091 tocaba en Sugarfish cuando tomó las riendas en el cambio de milenio. Siempre fue un bar de músicos para artistas: antes estuvieron al mando Jacinto Ríos (091) y Josemi Perroloco (compañero de Lapido en Los Ruidos, a menudo catalogados como los Kinks granadinos). Para numerosos músicos, el Ruido Rosa fue su casa desde finales de los 80 hasta ayer: Antonio Arias, Miguel Martín, Napoleón Solo, Daniel Gominsky, Chema Mercado, Antonio Lomas, Al Supersonic, Jordan Montero, Migue Pérez, Raúl Bernal, Víctor Sánchez, Enrique Octavo, Noel Ruiz… Circulan leyendas sobre las noches de Muñoz Molina en los inicios. Lori Meyers echaron allí los dientes (Noni fue Dj y camarero); lo primero que hacían después de grabar en Los Ángeles era catarlo en el Ruido. Manu Ferrón, santo y seña del pub, acaba de lanzar vía Acuarela la canción ‘Con la primavera a cuestas’, absolutamente deudora del sonido Ruido Rosa: Byrds, Alex Chilton, Chris Bell… Por ahí desfilaban los grupos que visitaban la ciudad tras los bolos. Eran frecuentes las charlas de José Ignacio Lapido con Quique González o Carlos Tarque en la barra. O Juan Alberto Martínez (Niños Mutantes) con Julio de la Rosa. O Guille Mostaza y Antonio Luque en sus estancias con J Planetas. O Sidonie en busca de esencias lisérgicas. O Nacho Vegas con Las Esferas Invisibles en tiempos de duermevela. O el abuelo Jerry Miller, acompañando a Eilen Jewell, debajo de un cartel de Moby Grape. O Jaime Gonzalo, ávido de mugre rockera.

En el Ruido Rosa se formaron Grupo de Expertos Solynieve o Dolorosa. Los Expertos solían probar en el bar sus maquetas iniciáticas, con un J absorto contra la pared. Existe un verso para la eternidad en “Alegato meridional”: “Pero no voy a ir a ningún sitio. / Si acaso una en el Ruido. Pero una ‘ná’ más / y nos subimos. / Echa otra y ya está y luego nos subimos. / Ponte la última ya / Y luego decidimos”. En una pieza de Los Pilotos, Banin y Florent aludían al “Clan del Ruido”. Sí, a mediados de la década pasada, el Ruido era visto por ciertos músicos como un gueto cerrado. El tiempo demostró la naturaleza integradora con un saludable relevo generacional de la parroquia. Pero ya saben lo de la singularidad del carácter granadino. Esa malafollá árida. Ese nihilismo tosco. Uno de los camareros que pasaron por el local, Jaime Escudero, me descubrió el “American girl” de Tom Petty. Y como esa, tantas canciones, tantas vivencias. Jaime tocó en Líbidos en la segunda mitad de los 90. Otro de tantas bandas-río factoría de proyectos en el Ruido Rosa. Le secundaba el batería Antonio Lomas, luego con Lapido, después en Lori Meyers y ahora en Grupo de Expertos Solynieve y Dolorosa.

El Ruido fue el verdadero catalizador de la música de Granada. En febrero me llamaron para pinchar. Poner vinilos puede convertirse en una tortura si el equipo está para el desguace. Bien, pues al contrario. Disfruté una de las mejores sesiones de mi vida y cumplí un viejo sueño. Fue mi primera y última vez en mi particular catedral de la música. Dije que cerraba un círculo, pero no me imaginaba hasta qué punto. Con la copa de vino en la mano, Chico Lapido me ponía miradas cómplices cuando soltaba a Quicksilver Messenger Service, Elia y Elizabeth, TNT, Edwyn Collins o a Módulos versionados por Álvaro Tarik. Hace unos días llevé al Ruido a Javier Corcobado, el bar donde eran posibles los encuentros más insospechados. “¿Y ahora a dónde vamos a ir?”, nos preguntamos. Sentimos la caída del Ruido Rosa como Mesopotamia arruinada por las bombas. El cofundador Paco Ramírez, excomisario de la Unesco, lamentó el martes que “el Ruido Rosa que creamos Javier Lapido y yo, templo de la buena música, de la amistad y de la libertad, muere vilmente asesinado por la mediocridad institucionalizada”. Nadie se ha dado cuenta, pero a la vez proliferan garitos de heavy clásico, llenos desde el primer día. Quizá ellos, tan al margen de todo, han ganado la batalla de la resistencia.

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