“Ruibal, por libre”, de César Martínez-Herrada

Autor:

CINE

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“Es cierto que Ruibal, humilde y cómodo en su traje de personaje secundario, no facilita la épica. Pero Martínez Herrada ha sido valiente, y justo, al convertirlo en protagonista”

 

 

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“Ruibal, por libre”
César Martínez-Herrada, 2017.

 

Texto: MARTA SANZ.

 

La música de Javier Ruibal no es de las que se cuelan fácil. No tiene pegadizos ritmos repetitivos, ni versos facilones que se quedan en la cabeza. Sus melodías son de larga nota, y sus textos, casi poemas, piden varias lecturas. Todo requiere un poco de atención, para que cada composición arañe hasta llegar a ese sitio donde, eso sí, las canciones se quedan para siempre. Así es su obra, y así es él. Contar su historia era arriesgarse a llegar a la ternura simple y el verbo complicado de Javier Ruibal y exponerlos sin alardes, sin buscar alguna imagen de impacto. No es una fórmula comercial, pero era la única manera de hacer justicia a su trayectoria. Y con “Ruibal, por libre” César Martínez-Herrada lo ha conseguido.

Este documental comienza, como no podía ser de otra manera, en su infancia, hecha de veranos en el Puerto de Santamaría, en los ojos de un niño que veía su futuro en la orilla lejana de Cádiz. A esa misma mirada, hoy surcada por los años, le acompaña una voz sosegada que cuenta su viaje. Lo hace despacio, a breves confesiones. Y con gran acierto, con la guitarra del propio Ruibal sonando durante casi todo el metraje. Javier habla, y camina, y junto a él pasea el espectador, que tiene que ralentizar su paso porque en esta historia es imperativa la calma. Y así cruza la bahía, y parte hacia Sevilla, Madrid o Nueva York.

Aunque es su relato el hilo conductor, el tono autobiográfico dura muy poco, porque pronto comienzan a aparecer en el camino muchas otras voces. Algunas lo hacen para hablar de Ruibal, con el que compartieron escenario, vida o brindis. Otras simplemente se sientan a charlar con él, sobre el pasado coincidente. Habla, por ejemplo, Javier Krahe, determinante en los primeros viajes de Ruibal a Madrid, invitado por Joaquín Sabina. Con ellos compartió muchas noches de música en la mítica Mandrágora. Krahe dice de él que se convirtió en un referente. Ruibal le devuelve el afecto señalando que la suya no era cualquier opinión. De Granada y sobre sus adoquines habla con Miguel Ríos, al que tantas veces prestó ‘La rosa azul de Alejandría’. También tiene una charla maravillosa sobre poesía con Joan Manuel Serrat, y otra sobre flamenco con Kiko Veneno. Y un sincero halago a los carnavales de Cádiz, a los que invita a callejear sin prejuicios.

 

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Sobre todas estas palabras compartidas es donde reposa la belleza de “Ruibal, por libre”. Las de Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, las de Chano Domínguez o Martirio. Todos hablan con cariño e inmenso respeto. Al músico, y al hombre. No hay, porque no las hubo, portadas de periódicos girando con el nombre de Javier en mayúsculas, ni alborotadas chiquillas arañando sus mejillas al verle salir al escenario. Hay patios llenos de gente en silencio, escuchando, o bailando al compás del ritmo que marcaba. Cientos de rostros felices, disfrutando. Y a ratos, el propio Ruibal, descubriendo secretos de algunos discos y canciones, desmenuzando las historias de una forma tan bonita que es imposible no quedarse atrapado en ellas. También tiene, honesto, voz para la historia, la inmigración o la situación social del precario. Pero sin tinte político, solo humanidad, algo que en tiempos de constante reivindicación partidista se agradece como una bocanada de aire.

 

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En el giro final Ruibal vuelve a su casa, y cuenta cómo la realidad, tozuda, le ha llevado a una situación de forzada independencia. A estos años, treinta y cinco cumplidos de carrera, a los que ha llegado con constante reconocimiento, engrandecido hasta la idolatría fuera de nuestras fronteras (nadie es profeta en su tierra). Ahí nos abre las puertas al estudio en el que ahora trabaja, el que comparte con sus hijos, Javi y Lucía, músico y bailaora, con los que ya se ha subido a muchos escenarios, y que aseguran décadas de arte al apellido. Y ahí también le vamos dejando, rodeado de risas y guitarras.

Este es, sin duda, un documental que emociona y transporta a los que ya admiramos a Javier Ruibal. Puede ser algo exigente para los que aún no lo conocen, pero abre puertas a ese mundo ruibalero que merece tanto la pena conocer. Es cierto que el músico, humilde y cómodo en su traje de personaje secundario, no facilita la épica. Pero Martínez Herrada ha sido valiente, y justo, al convertirlo en protagonista. El resultado es una historia que tenía que ser contada, y contada como debía. Lo dice, y coincido, el periodista Santi Alcanda pocos segundos antes de los créditos. La gente debería saber quién es Javier Ruibal, debería ser estudiado en todas las escuelas. Aunque lamentablemente no sea así.

Anterior crítica de cine: “La batalla de los sexos”, de Valerie Faris y Jonathan Dayton.

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