Quique González: Reflexiones en compás de espera

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«Lo cierto es que ir a Nashville y ponerse en manos de Brad Jones fue buena idea. ¿Territorio desconocido? No cuando llevas en la maleta un colección de canciones tan buena como aquella»

 

Mientras esperamos  la edición del próximo disco de Quique González, Juanjo Ordás trata de ordenar qué ha sucedido desde la publicación de «Daiquiri blues», en 2009, hacia aquí.

 

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

 

 

Comienzan a conocerse detalles del nuevo disco de Quique González. Llegará en febrero y lo hará bajo el título de “Delantera mítica”: Es su novena obra en una carrera lujosa, por entrega y por canciones. Sin quererlo, Quique puso las cosas en su sitio desde su debut. Sin dejar de lado su herencia española de cantautor se atrevió a romper ese concepto hispano para señalarse a sí mismo como «songwriter», consiguió que Sabina y Tom Petty se dieran la mano, elaborando rock inteligente con un pie en EE.UU. y otro en España. Mientras lo fácil era dejarse caer en una etiqueta que –si las cosas van bien– augura buenas ventas, González no mostró complejo alguno, en su imaginario, en su vida personal: Enrique Urquijo era tan importante como Lucinda Williams, pudiendo describir escenas cercanas sin a necesidad de caer en una narración trasnochada. Manteniendo estilo en una carrera con barreras que salvar, como la de cualquiera, ¿no?

Hay que reflexionar sobre la fuerza creativa de Quique González, la que ha hecho de él un grande de la música española pero también un bote salvavidas al que aferrarse quizá con la misma necesidad de supervivencia que el oyente que se agarra a una de sus canciones para no hundirse. Pero los ríos de la creatividad nunca acogen aguas mansas. El universo de cualquier creador siempre se tambalea.

En 2009 ponía a la venta “Daiquiri blues”, el que será su último trabajo hasta el próximo febrero, un disco precedido por la ruptura de sus relaciones con la discográfica Warner, editado por Last Tour International junto a Sony. Había ilusión en el ambiente. El músico no solo inauguraba nuevo sello, también nueva vida artística, puesto que el disco había sido grabado en Nashville junto a músicos norteamericanos y Quique, por entonces, no tenía nueva banda. Antes de partir a EE.UU. para trabajar con el productor Brad Jones, González había disuelto La Aristocracia del Barrio, con con los que había grabado y tocado en los últimos años. Sin duda, un segundo disco con ellos tras el fantástico “Avería y redención” habría sido interesante, había mucho que trabajar con esa imponente formación, muchos lugares a los que ir con ese sonido crudo, experimental y sensible. ¿Qué ocurrió? Puede que la fórmula se agotara y desde el punto de vista externo no pudiera apreciarse.

Lo cierto es que ir a Nashville y ponerse en manos de Brad Jones fue buena idea. ¿Territorio desconocido? No cuando llevas en la maleta un colección de canciones tan buena como aquella con la que Quique viajó. “Daiquiri blues” fue una respuesta a “Avería y redención”, lo experimental de su exbanda de acompañamiento se vio reducido a un recuerdo mediante el trabajo de músicos de vieja escuela y sonido clásico. “Daiquiri blues” era limpio pero también profundo, guardaba algunos de sus mejores versos y el blues del título no era gratuito. Se trataba de un álbum triste, tocado con naturalidad pero con un mimo que estaba claro iba a ser muy difícil de trasladar al escenario. De hecho, la gira presentación en absoluto comenzó bien (dicho sea esto con la calidad implícita al nombre del que hablamos). Quique armó un grupo interesante, con muy buenos músicos, conservando a Jacob Reguilón al bajo, llamando al batería Toni Jurado de vuelta a filas y añadiendo al ex Sunday Drivers Julián Maeso como teclista y a David Soler a la guitarra y pedal steel. En principio, este último instrumento parecía fundamental para hacer sonar “Daiquiri blues” y en España había muy pocos músicos que lo dominaran. Carlos Raya, antiguo mentor, productor y guitarra, era uno de ellos pero se encontraba ocupado trabajando para Fito Fitipaldi, por lo que era importante dar con alguien que pudiera aportar ese color a escena. Un tiempo antes de que Soler se incorporara a la banda de Quique pude verle tocando con Nena Daconte, no cabía duda de que era un buen músico, pero resultaba extraño imaginarlo al lado de Quique González. Y extraño fue verlo también cuando la gira echó a rodar.

Es complejo explicar qué ocurría en el escenario, todas las piezas estaban en su sitio pero la suma de las partes no funcionaba. Las canciones no ganaban fuerza, quedaban frías, no emocionaban. Al poco, Soler salía de la banda para ser sustituido intermitentemente por David Pedreira y Mario Raya, en lo que pareció un improvisado movimiento in extremis. Había fechas contratadas, había que seguir rodando y, sobre todo, hacer justicia a “Daiquiri blues”, que tras unas cuantas escuchas se situaba facilmente entre lo mejor de la producción de su autor. Había demanda que satisfacer: Quique, tras años de trabajo, hacía tiempo que había conseguido un público fiel y hambriento.

Lo interesante es que tanto Javier Pedreira como Mario Raya consiguieron hacer sonar francamente bien las canciones de “Daiquiri blues”, incluso la ETB grabó y emitió un concierto del tramo del tour que contó con Pedreira a las seis cuerdas cuyo visionado es absolutamente disfrutable. Se llegó a comentar que ese concierto de la cadena vasca iba a ser editado de forma oficial como el segundo disco en directo de González tras el ya lejano “Ajuste de cuentas” (todo un punto de inflexión en su carrera, por cierto, y excelente lugar de partida para comenzar a escucharle) pero finalmente los planes se desestimaron si es que alguna vez fue una idea firme. Es lógico que no se lanzara comercialmente ningún concierto del tour, no porque no fueran buenos, de hecho los hubo potentísimos, sino porque se trataba de un concepto disfuncional que tuvo que remendarse. El tramo con Mario Raya a las seis cuerdas hay que tratarlo con un respeto especial, porque Mario es un muy buen guitarrista pero daba la sensación de que al contar con él, Quique echaba mano del primer nombre que le generaba confianza, que aún continuaba receloso de cambios radicales como la incorporación de Soler, aunque en otras ocasiones hubier acertado (como ocurrió cuando incorporó a Pedreira a su banda por primera vez). No debió ser un tour fácil, desde luego, aunque las dificultades se capearon y Quique se divertía en escena, se sentía a gusto.  Tanto como para realizar pequeñas actuaciones en EE.UU. e incluso armar un mini tour por España con la única compañía de Jacob Requilón al bajo y contrabajo. “Desbandados” fue el nombre de la propuesta y no pudo funcionar mejor. Tanto como para desear que, esta vez sí, Quique se decidiera a grabar algo, un epé, algún souvenir de tan espléndidos momentos.  No ocurrió y quizá sea mejor dejarlo como un momento irrepetible, de canciones desnudas y relecturas para pequeños aforos.

Ahora, después de un tiempo alejado de los focos, Quique regresa con un nuevo disco del que, como comentábamos, ya conocemos el título: “Delantera mítica”. Han sido tres años de trabajo y sin ni siquiera haber escuchado la música que contendrá, ya han comenzado las quejas por el bautismo. Ridículo. ¿No sabemos ya lo suficiente sobre la solidez de algunos de nuestros autores como para entender que una letra o una imagen de portada puede redefinir un título? En cualquier caso, no deja de ser eso, un título. Aunque hay otra forma de medir esa reacción en las redes sociales: simple y llanamente, hay ganas de Quique González. Nunca dejó de haberlas. ¿Se tratará de una reacción frente al pulido “Daiquiri blues”? ¿Sonará sucio donde el otro sonaba cristalino? ¿Se volverán a suceder esos emocionantes medios tempos o habrá más velocidad? Las respuestas, en breve.

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