Al final siempre ganan los monstruos, de Juarma

Autor:

LIBROS

«Hay páginas que revelan un pulso magnífico»

 

 

Juarma
Al final siempre ganan los monstruos
BLACKIE BOOKS, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Esto eran cinco amigos. Cinco buenos amigos que vivían en un pueblo a media hora de Granada, Villa de la Fuente. Tras cerrar la última página, los recito de memoria, porque han sido también amigos míos: Jony, Lolo, Juanillo, el Liendres y Dani. Han tenido una juventud gloriosa, una juventud donde la palabra responsabilidad no existía, donde los padres hacían que miraban hacia otro lado, donde no se sabe cómo manejaban dinero y donde la fiesta y las drogas eran el motor que mantenía a la mocedad con vida. Villa de la Fuente es pequeño, pero tiene sus bares y sus sitios para bailar —Music Club, Paranoid— y conocer chicas, y sus plantaciones de marihuana en habitaciones; en concreto, en la de Jony, que gestiona en el pueblo el trapicheo. El que haya vivido en una localidad de segundo calado, la reconocerá en la novela.

Un día, Jony ha de ir al dentista y accede después a ir con su novia a un concierto. Casi nunca sale de casa, la plantación no se puede dejar sola, y le pide a su amigo Juanillo que se quede en su casa esa noche para vigilarla. Empieza el baile en Villa de la Fuente.

Cada uno de los cinco amigos está trazado con precisión milimétrica. Lolo, que se trata brotes de esquizofrenia; Dani, que consigue repuntar y llegar a director de una sucursal bancaria, y el Liendres, quizás el único que logrará una vida serena tras su boda, relatada en un plano secuencia hilarante.

La estructura ayuda a ello; pero la atención del lector ha de ser firme, eso sí, porque se basa en contrapuntos en que van sucediéndose las voces de los personajes, en ocasiones narrando los mismos hechos desde diferentes focos. Los secundarios —quizá la calidad de una novela necesite de ellos— son modelados con un barro grueso y suave, especialmente Fernandito, un yonki ya acabado que es el único adulto a quien respetan los cinco amigos cuando son adolescentes. Su retrato es crudo y lastimero.

El estilo es fluctuante: lenguaje de barrio, fluir de la conciencia, costumbrismo de polígono… Y en ocasiones llega a cotas de tensión ya no dura, durísima. Hay páginas que revelan un pulso magnífico, la historia se vuelve insufrible. El dolor, la incomunicación y la vida sin sentido le pegan cien patadas a Sartre y al existencialismo. Lo que, en un principio, es un pueblo con jóvenes que viven en la desmesura, se convierte en un espectáculo dantesco. Y uno para de leer y se da cuenta de que este libro es Shakespeare. Las pasiones, la abulia, el destino… Los personajes son muñecos y tienen, claro, como en Shakespeare, momentos de distensión. Pero juegan con cartas muy marcadas.

Dani se da cuenta al final: el problema no es la droga, la fiesta, el desmelene. El problema son los monstruos que llevamos dentro, los demonios, que siempre nos comen.

Anterior crítica de libros: Las picardías de nuestros abuelos, de Antonio Gómez.

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