Operación rescate: «Third eye», de Redd Kross

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“Pese a que habían mamado el punk casi desde la cuna no guardaban relación con el inofensivo pastiche de crestas de colores, gorras para atrás y skate que estaba en camino, y lo que es peor, la oleada alternativa que se precipitaba se los llevó por delante antes de dar con sus huesos fuera de Atlantic”

 

Fernando Ballesteros nos lleva hasta 1990 para desempolvar de la estantería el cuarto trabajo de los veteranos hemanos Steven y Jeff McDonalds, precisamente el primero que firmaron para una multinacional.

 

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Redd Kross
“Third eye”
ATLANTIC, 1990

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

No hay muchas historias tan peculiares y apasionantes como la de Redd Kross en el mundillo del rock and roll. Un relato que nos lleva a mediados  de la década de los 70. Allí nos encontramos con dos mocosos, Steven y Jeff, frecuentando conciertos en clubes a los que acudían de la mano de sus padres, dos profesores que pusieron la base para que la afición de los hermanos se plasmara de una forma tan precoz. El resto lo hizo el talento de los chicos.

De manera que cuando llegó «Third eye» en 1990, ya habían recorrido un largo trecho que les situaba ante un trabajo clave. Y es que su cuarto disco era el primero para una multi. En él ya encontrábamos el sonido y la personalidad que les iba a caracterizar como grupo, muy lejos de aquellos primerizos asaltos punk de «Born innocent» cuando ni siquiera les había cambiado la voz y bien digeridos, corregidos y aumentados los logros de los que ya habían hecho gala en su predecesor «Neurotica».

Desde el primer corte con ‘The faith healer’ quedaba claro que, tras años de absorber influencias, como auténticas esponjas de la cultura pop, los McDonald se habían convertido en una máquina que bordaba el pop fuerte, el que partiendo de la admiración por Beatles y sus vecinos Beach Boys, no renunciaba a pisar el acelerador y darle fuerte a las guitarras. Al final, como siempre ocurrió con esa especie de hermanos mayores suyos que siempre vi en Cheap Trick, lo que importaba era hacer canciones redondas y aquí hay once como soles. La segunda, ‘Annie’s gone’ es uno de esos clásicos menores que te alegran una noche de sábado en cualquier bar.

 

 

Con ‘I don’t know how to be your friend’ se relaja el ambiente. Las acústicas dan paso a un medio tiempo de rotundo acabado que no desentona en el conjunto. Un respiro antes de lanzarse sin frenos y a base de guitarrazos en ‘Shonen knife’ que parece mirar tímidamente  al pasado. Pero los coros marca de la casa, los estribillos que llegan y ya no se van y los efectivos ganchos melódicos tienen su expresión quizá más brillante en ‘Bubblegum factory’ y las mil referencias y homenajes aquí y allá de estas dos enciclopedias del rock and roll son tan evidentes que cuesta creer que la voz que escuchamos justo antes del estribillo de ‘1976’ no es la de su adorado Paul Stanley.

 

 

Pero todos estos méritos, unidos a esos dos pepinazos finales que son ‘Debbie & Kim’ y ‘Elephant flares’ no tuvieron recompensa comercial. Al fin y al cabo Redd Kross era y es uno de esos grupos que tendría que volver loco a cualquier persona mínimamente familiarizada con el rock, pero al mismo tiempo siempre han sido (y más en 1990) un producto difícilmente empaquetable para vender a un determinado sector de público.

Y es que sin hacerle ascos al hard rock y siendo apasionados de los clásicos del glam, no tenían nada que ver con el heavy glam que aún pitaba en ese momento. Pese a que habían mamado el punk casi desde la cuna no guardaban relación con el inofensivo pastiche de crestas de colores, gorras para atrás y skate que estaba en camino, y lo que es peor, la oleada alternativa que se precipitaba se los llevó por delante antes de dar con sus huesos fuera de Atlantic.

No había sitio en aquellos sombríos momentos para unos tíos que se sentían más cómodos hablando de Leif Garret o David Cassidy que reflexionando sobre la angustia existencial o lo chungo que era ser una estrella. Su dieta “solo” se componía de entretenimiento y pelotazos power poperos, que no es poco.

 

 

Quién le iba a decir a la gente de la compañía tras escuchar un disco con ese potencial que la única persona de las que aparecía en la portada a la que acabaría sonriendo el éxito masivo iba sería la modelo desnuda con el rostro tapado que posaba junto al grupo. Porque sí, la chica era la novia de Steven por aquel entonces: Sofía Coppola.

La banda siguió sacando discos sobresalientes, primero «Phaseshifter» en el 93 y cuatro años después «Show world», cuya continuación no llegaría hasta 2012. Hoy Redd Kross son unos veteranos eternamente jóvenes que siguen a lo suyo sin desviarse un centímetro de su camino y adorados por una legión de fans incondicionales que sigue llenando las salas en países como el nuestro.

Después de ver pasar por delante de sus narices a decenas de bandas con la décima parte de su talento que terminaron disfrutando de más éxito que ellos, los McDonald se merecen al menos esa gloria a pequeña escala. Por algo los bautizaron en su día como la banda pequeña más grande del mundo.

 

 

Anterior entrega de Operación rescate: “Stupidity”, de Dr Feelgood.

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