Diez canciones para “rugir”, por Igor Paskual

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Gabinete Caligari

 

Con motivo de su libro recién publicado por Efe Eme, titulado “Rugidos de gato”, Igor Paskual selecciona una decena de temas que bien podrían ser la banda sonora de sus páginas. Un abanico que abarca desde la Carter Family hasta Gabinete Caligari.

 

Selección y texto: IGOR PASKUAL.

 

1. ‘Wildwood flower’, de Carter Family (original de 1860, grabada en 1928)

Maybelle Carter, si bien no inventó ese estilo tocando la guitarra, sí contribuyó a su difusión dada la popularidad que obtuvo con la Carter Family. Toda esa época me fascina. No sólo el country primigenio, sino todas las músicas populares que estaban fuera de la gran editorial del momento, la ASCAP, que, por cierto, no admitía a miembros de color. En 1941 la ASCAP pidió a las radios un aumento del 70% por enviarles discos de sus asociados, y estas se negaron. Durante varios meses, de enero a octubre, la ASCAP no les mandó sus discos, cosa que aprovechó la recién creada BMI (una editorial creada por las radios) para poner todas esas músicas que antes no tenían hueco en las emisoras. Por esa puerta, poco a poco, se terminó colando el rock and roll.

2. ‘Enamorados de Varsovia/La casa del misterio’, de Ilegales (directo 1986).

Ilegales. Esos grandes desconocidos. Por muy peleón que fuera Jorge Martínez y por muchas gilipolleces que haya hecho por los bares de media España, su genio descolló entre 1982 y 1992 de una forma tan única que nadie alcanzó sus cotas de ternura y violencia en aquel momento. Resulta curioso cómo cualquier programa o artículo sobre los ochenta los deja de lado con una facilidad pasmosa. Eso indica la poca fiabilidad del canon, o que quienes conforman ese canon, por las razones que sean, consideran a Ilegales como unos garrulos impropios de estar al lado de Radio Futura, Alaska o Nacha Pop. La discografía del grupo, y, en su momento, el directo que tenían, le mete un cinco a cero a cualquiera. Jorge ocupa un lugar muy especial en el libro. El primer artículo es para él.

3. ‘Underground’, de Gabinete Caligari (1998).

De la misma forma que el Quijote nació como una parodia de las novelas de caballería, ‘Underground’ es una burla de todas esas bandas que asolaron gran parte de la década los noventa y como sucedió con el Quijote, resultó ser mejor la burla que lo burlado. En «Rugidos de gato» no falta un artículo dedicado a Jaime Urrutia ni, por supuesto, a la generación indie, sin duda, la más pacata, triste, gris y mediocre que ha dado la música en España. Resulta increíble que todo el mundo pierda el culo por parecerse a ella o presumir de apadrinarla. Gabinete eran lo contrario: derrochaban carisma y tenían mucho que decir. ‘Underground’ es una lección compositiva, llena de ingenio y sencillez que, en cinco frases, dice más que todos los discos nacionales reseñados en Factory juntos.

4. ‘Gee, officer krupke!’, de Bernstein, Laurents, Sondheim, en West Side Story (estrenada en 1957, grabada en 1961).

Admiro muchísimo a Leonard Bernstein. Aunque quizá en el plano intelectual y de la reflexión está Barenboim un peldaño por encima de él, la contribución de Bernstein a la música es innegable. Ha servido como director, profesor, difusor de la obra de Mahler y, por supuesto, como compositor. Como muestra, esta pequeña joya. No hay mucho más que añadir. Héroe.

5. ‘La más plantá/La taquimeca’, de Raquel Meller (1928).

Parece que salir a tocar al extranjero es algo de ahora. Pero ya en el XIX numerosos guitarristas se iban a EEUU, como, por ejemplo, Trinidad Huerta que debuta en Nueva York… ¡en 1824! Ya en el XX, artistas como Antonio el Bailarín cruzaban el charco y aprendían inglés sobre la marcha. Tenían un mérito impresionante. Raquel, nacida en Tarazona, llegó a actuar en el Madison Square Garden de Nueva York y fue versionada hasta por Rodolfo Valentino. Para mí eso es lo más cercano al triunfo de alguien nacido en España. No sé, es algo como lo de Gasol, Dalí, Lorca, Severo Ochoa o Almodóvar, cosas de un alcance descomunal. Y hay que fijarse muy bien en su obra, en esas letras que cantaba, que en la época de Primo de Rivera se escriben con gran ingenio. Resulta conmovedor lo mucho que nos dicen. Sucede también, décadas después, con gente como Rocío Jurado, que sale al escenario con ganas de contar expresando o de expresar contando por encima de todo. Al lado de estas jefas, el pop español actual ­(tanto el femenino como el masculino) parece un patio de monjas.

6. ‘Miserere’ de Gregorio Allegri (1638).

Viene a colación por el artículo que cierra el libro, «Disfruta». Una de las cosas que más analizo en algunos artículos es ver porqué escuchamos música de la forma que lo hacemos y no de otra. Vamos, cómo el contexto determina totalmente nuestra experiencia auditiva. Y lo que más ha transformado esa experiencia en los últimos años ha sido la disposición de toda la música grabada. Y no solo de la música, también el cine o la literatura. Por eso me llama la atención la historia del Miserere, que solo una persona tenía la autorización del Papa para tener una copia de la partitura fuera del Vaticano. Era una obra que se se interpretaba el miércoles y viernes de Semana Santa. Es decir, ni siquiera dentro del Vaticano la disfrutaban cuando querían y había un ritual muy estricto para eschucharla. La música era algo que había que hacer. Mozart, con doce años, de gira por Europa con su padre, como niño prodigio que era, fue invitado a la Capilla Sixtina donde se interpretaba, memorizó la obra y escribió la partitura. Se la dio a un editor londinense jugándose la excomunión. Pero el Papa, rendido a la evidencia, le condecoró con la Espuela de Oro. Y hoy está a solo un click de distancia de nuestro placer.

7. ‘Ave María’, de Alessandro Moreschi (1902).

Una de las cosas que comento en el libro en varios artículos son las obras desconocidas, coreografías de los ballets rusos que nunca hemos visto, o maravillas desaparecidas como la Biblioteca de Alejandría o los Jardines Colgantes de Babilonia. ¿Cómo sonaba un trovador? ¿Cómo eran los sonidos del Coliseo romano? ¿Cómo se pronunciaba realmente el latín? Incluso hay óperas o piezas que ni con partitura se sabe cómo se interpretaban con exactitud. Ese misterio es algo que me gusta. Mi hermano pequeño me echa en cara que apenas haya grabaciones en vivo de Babylon Chàt. Y a mí me parece bonito que sea el recuerdo de la gente lo que esté vivo. Ahora hay un exceso de grabaciones; se forma un grupo y ya hay colgadas en la red imágenes de su primer ensayo… No sé, la gente debería tener el derecho y la obligación a equivocarse y a crecer en privado. Volviendo al asunto del misterio sonoro: el más grande es el de los castratti. Jamás sabremos cómo era esa voz. La de esta grabación no es una fuente fiable, ya que no había estudiado con las técnicas de un Farinelli, del que le separaban varios siglos…Pero nos aproxima a un mundo extraño; resulta curioso incluso la velocidad a la que interpretan el Ave María.

8. ‘I wanna marry you’, de Bruce Springsteen (1980).

Una de las mayores dificultades a las que se enfrenta el rock en España es cómo conseguir hacerse adulto sin dejar de ser adúltero. Es decir, madurar sin reducir su energía. En España, cuando alguien quiere crecer lo que hace es ponerse muy serio y relajar el ritmo. Por eso me gusta mucho la carrera de Springsteen, o parte de ella, porque ha sabido crecer combinando muy bien la pasión con la reflexión. Esta canción tiene un ritmo trepidante, pero lo que está diciendo es que quiere casarse con una chica que tiene dos hijos y que no le importa cuidarlos. Me suena muy rompedor, no solo que hable de un asunto de índole conyugal, sino que desee casarse y hacerse cargo de la prole ajena y asumir una responsabilidad.

9. ‘El preso me pone’, de Javier Álvarez (1999).

Detesto a los cantautores por muchas razones. Puede que sea por el aura que desprenden de falsa humildad constante, pero, en general, es que estamos rodeados de ellos. Están por todas partes y hay muchos cantantes de pop, o de rock, que tienen alma de cantautores. Se les distingue por sus letras y el tipo de bandas que llevan. Pero hay una excepción, un caso único en un país único como España que es Javier Álvarez. Un artista que parecía que estaba en esa hornada madrileña y que había grabado dos discos horribles. Y, de pronto, se descuelga con «Tres», una obra maestra parida con letras verdaderamente inteligentes; es un tipo de pop que parece fácilmente asimilable, pero en el fondo es invendible. Y un gran trabajo de Tino Di Geraldo. Su cambio estilístico es, como mínimo, mucho más que soprendente. Es un giro de tuerca en toda regla, un suicidio comercial. No le dedico un artículo entero, pero en la página dedicado a los cantautores le salvo de la pira en la que debían arder todos. Y, además, es muy guapo.

10. ‘Funky drummer’, de James Brown (1970).

Clyde Stubblefield. Ahí está: el batería más sampleado de la historia de la música. Su caso es curiosísimo, ya que de su forma de tocar surgen estilos enteros como el jungle. Él no firmaba las canciones, lo hacía James Brown, pero lo que los pioneros del hip hop buscaban en estos temas, no era la voz de Brown sino la batería de Clyde que, por supuesto no recibía ni un dólar. Pero, claro, cuando él grabó estos temas, el sampleo aún no existía y era imposible pensar que alguien en un futuro iba a tomar un fragmento de su parte de batería y sobre ello construir una nueva pieza. Nuestra percepción de la música y nuestra forma de hacerla depende tanto de la sociedad en la que vivimos como de los avances técnicos a nuestra disposición. Por supuesto, tiene un artículo entero dedicado con rendido y sentido homenaje.

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El libro “Rugidos de gato” de Igor Paskual está a la venta solo en la tienda de Efe Eme.

 

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