Operación Rescate: Rigor Mortis

Autor:

Rigor Mortis
«Vete al infierno»
ARIOLA, 1983

 

Texto: JOSEMI VALLE.

 

Rigor Mortis fue la banda que se alzó en mayo de 1982 con el primer Concurso de Rock Ciudad de Barcelona. Se trataba de un certamen organizado por el Consistorio catalán en un momento en que al otro lado del puente aéreo el Trofeo Villa de Madrid gozaba de enorme predicamento y ya cinco ediciones. El premio para la banda barcelonesa consistió en la edición de un single en el que anidaban las canciones ‘Vete al infierno’ y ‘Hey, amigo’, aunque en realidad era la entrada de acceso a la grabación de un larga duración. No olvidemos que en el 82 el milagro mariano de editar un vinilo traía implícitas las credenciales de calidad. Así que un año después de aquel single editan su primer LP de la mano de Ariola. Lo titulan «Vete al infierno». Aparece en las tiendas en el otoño de 1983. Lo ignorábamos entonces, pero sería su primer y último disco.

Es curioso como la memoria cambia a su antojo la fisonomía de los recuerdos. Hacía mucho tiempo que no escuchaba el disco (en realidad el Mini Disc, guardo en un cuarto trastero la ajada casete original, y muchos años después un amigo me dejó el vinilo y lo pasé al maravilloso soporte que inventó Sony en los noventa). Al volver a paladear esta grabación advierto que Rigor Mortis era una auténtica banda de rocanrol. Sin embargo, el apogeo del heavy patrio en aquellos años era tan epatante que se les acabó metiendo en el mismo saco. Pues no. En este disco borbotean las explosiones cualitativas de rock de guitarras peleonas y riffs que te trepanan el cerebro, poética del extrarradio y retórica cheli, por momentos afilada actitud punk. Nada que ver con el heavy ortodoxo. Hay lazos familiares con los dos primeros discos de Ramoncín, cierta consanguinidad con el coetáneo debut de Barricada. Lejanía absoluta con Iron Maiden.

Los apaisados receptores del éxodo rural del tardofranquismo de los 60 en que se habían convertido las grandes urbes (Madrid y Barcelona a la cabeza) es el hábitat natural y la materia argumental del rockero de la época. No deja de ser sintomático que el disco de Rigor Mortis se abra con ‘Mujer de la calle’, una salutación urbana dedicada a las mujeres que mercadean sexo remunerado. El tema estrella del vinilo es ‘Vete al infierno’. La pieza guarda dos lecturas atractivas. Por un lado transparenta de forma paradigmática un género muy habitual en el rock: la metaliteratura rockera. Las canciones se transformaban en vehículos de divulgación de las condiciones ambientales del rock y las motivaciones subjetivas de sus correligionarios. Dicho en cristiano, hacían rock hablando de rock. En ‘Vete al infierno’ resumen las señas identitarias del rockero discriminado y anatematizado por el medio social. También cierto desafío macarra invitando a visitar el averno a todo aquel que cuestionara la autenticidad de la manada rockera.

El resto de repertorio mantiene un más que aceptable nivel. ‘Hey, amigo’ se sostiene sobre un riff horadante y repetitivo como el camino de una cinta transportadora mientras relatan la rivalidad tribal entre pijos opulentos y rockeros sin un duro pero repletos de integridad. La canción que lleva el nombre del grupo esclarece muchos interrogantes. En el 83 había mucho agorero que apuntaba que al rock había que darle pronta sepultura pues le había llegado la rigidez mortal. La canción es un puñetazo a sus enterradores y una loa a la vitalidad imperecedera del género. En la rabiosa ‘Suicidio’ hablan de la desorientación vital y las adversidades propias del ingreso de un chaval en la edad adulta. Allí relatan con poesía callejera lo agonizante que es no poseer ni guita ni curro (ahora lo llaman asépticamente como inserción en la bolsa de desempleados). Rastrean la urbe con crudeza y conclusiones nada alentadoras en ‘La ciudad’. Se vuelven epicúreos y hedonistas de la velocidad en ‘Muévete más’. Se enorgullecen de su lado dionisíaco en Lucifer. Entregan la referencial balada sin ser melosos en ‘Tan sólo quiero’. Cierran el disco con la rocanrolera (inolvidable ese piano), orgullosa y aceleradísma ‘Soy rockero’.

En su conjunto el disco de Rigor Mortis recoge de forma notable la palpitación rockera de aquellos primigenios años, su efervescencia, la cosmogonía del rock de principios de los ochenta. Se alejaban del ya decrépito Rollo, pero también del influjo del grandilocuente heavy. Resultaban demasiado potentes para el rock más estandarizado, y demasiado heavies para el punkarra que divinizaba el alfiler. Sería una alegría superlativa descubrir que el departamento de algún sello lo digitaliza y lo comercializa en formato CD. Como no creo que ocurra semejante sensatez, me conformaré con mi entrañable Mini Disc. Sé que por la galaxia digital pululan versiones del álbum en mp3. Algunas con un sonido tan horripilante que no encuentro adjetivos. Suerte.

 

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