Operación rescate: Kitchens of Distinction

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«Jonny Greenwood (Radiohead) reconoce su influencia capital a la hora de dar forma a la arquitectura sónica de su banda. Jóvenes cachorros de ese revisionismo de nuestro nuevo siglo no pueden pasar por alto la densidad post punk que se gestó a lo largo de los 80, caso de Interpol, los primeros Editors, los primeros The Stills y casi todo British Sea Power, no pueden negar su influencia»

Kitchens of Distinction
«Strange free world»
ONE LITTLE INDIAN/NUEVOS MEDIOS, 1991


Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.


Nunca contaron con un gran respaldo de su casa discográfica. Apenas trascendieron a las listas de éxitos convencionales. Y, cuando tuvieron la oportunidad de actuar ante grandes audiencias, podemos dar fe (Reading’ 94) de que lo hicieron a ese horario tan intempestivo que solo se les reserva a aquellas bandas destinadas a protagonizar los minutos de la basura. Pero resulta que un buen día, Jonny Greenwood (Radiohead) reconoce su influencia capital a la hora de dar forma a la arquitectura sónica de su banda. Resulta que jóvenes cachorros de ese revisionismo de nuestro nuevo siglo que no puede pasar por alto la densidad post punk que se gestó a lo largo de los 80, caso de Interpol, los primeros Editors, los primeros The Stills y casi todo British Sea Power, no pueden negar su influencia. ¿Motivos suficientes a estas alturas para reivindicar a Kitchens of Distinction? Para una banda que era lo más parecido a un cruce perfecto entre el lirismo afectado de The Smiths, la densidad evanescente de Cocteau Twins y el dinamismo vidrioso de Echo & The Bunnymen (sin olvidarnos de ese gusto por la texturas sedosas de otros ilustres parias, A.R. Kane, en cuyas filas militó brevemente el batería Dan Goodwin), debería haberlos. También su papel de precursores del dream pop, nada descabellado tras una detallada evaluación de su legado (y en paralelo al de luminarias como Galaxie 500), merecería ser calibrado. Y si estamos dispuestos a reconocer el influjo que bandas como The Chameleons, The Triffids, The Church o The Teardrop Explodes han proyectado sobre ese baile de máscaras en que se ha convertido el revivalismo del nuevo milenio, hemos de convenir que ellos también merecen, no con menos argumentos, su trozo del pastel. Porque siempre apuntaron mucho más alto que Catherine Wheel, Slowdive, Adorable o Moose, pero también se quedaron en la cuneta del camino.

El hipnótico riff de guitarra de la inicial ‘Railwayed’ abría “Strange free world”, su segundo y mejor álbum, editado hace justo veinte años. Y avisaba de que, trascendiendo los prejuicios de quienes no veían en ellos más que una agradable anécdota indie de un activismo gay algo camp, la cosa iba muy en serio. Con Hugh Jones (Echo & The Bunnymen, R.E.M.) a los controles, sonaban más concisos y contundentes que nunca. La pasión desbordante de ‘He holds her, he needs her’, la viñeta nostálgica de ‘Polaroids’ (¿acaso tomaron la idea del ‘Pictures of you’ de The Cure?), la cándida celebración anti homófoba de ‘Gorgeus love’ o el deseo desbocado de ‘Within the daze of passion’ hacían de este el álbum más completo de los cuatro que editaron. Y, sobre todo, la grandiosa ‘Drive that fast’: unos bongós, unas guitarras acústicas de aliento oceánico y un riff pertinaz en su magnetismo, seguida por la cascada de efectos tramada por la guitarra de Julian Swales, perfilaban un single fulgurante, intrépido, ensoñador. Tanto que es lícito sospechar que esta clase de apasionadas advocaciones pseudo épicas ya sólo tienen cierta legitimación hoy en día si las practican Arcade Fire y su legión de acólitos.

Su mejor álbum, sí, pero no sólo eso: uno de los clásicos a redescubrir de la independencia post «C-86». Refulgente gema sepultada bajo el estruendo del tardo sonido Manchester, el shoegazing más obvio o los inevitables hypes de temporada, que merece ser desenterrada para siempre.

Anterior entrega de Operación rescate: Melodrama.

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