Ode to joy, de Wilco

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DISCOS

«Un álbum que se despereza con lentitud pero se despliega de un modo reconfortante incluso para el fan de largo recorrido»

 

Wilco
Ode To Joy
dBpm/ANTI, 2019

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Cuestión de expectativas y de perspectiva: ¿conviene seguir anclados al recuerdo de los majestuosos Wilco del cambio de milenio? ¿O merecen discos como Ode to joy ser calibrados en relación a la retahíla de obras menores, casi anecdóticas, que han ido despachando en la última década? Desde aquí ya lo decimos claro: vale la pena primar el segundo enfoque, porque seguramente es la mejor forma de acoger un álbum que se despereza con lentitud pero se despliega de un modo reconfortante incluso para el fan de largo recorrido, confirmando la pericia que Jeff Tweedy ha ido atesorando en los últimos tiempos para combinar una escritura más directa con producciones toscas y espartanas, en las que la búsqueda de la implosión reemplazó hace tiempo a la explosión, aunque esta pueda ser confundida —precipitadamente, desde el punto de vista de quien firma esto— con cierta anemia.

En lo primero, en lo directo de su trazo confesional y emocionalmente resuelto, ha debido jugar un rol determinante su reciente autobiografía, ahora publicada en castellano como Vámonos (para poder volver). Acordes y discordias con Wilco, etc. En lo segundo, esa factura con olor a madera de roble y tacto monocromático, discos como Warm (2018) y Warmer (2019) se postulan como antecedentes clave, si bien aquí la versátil aportación de Glen Kotche a la percusión (desde lo arrastrada y exhausta que suena en “Bright leaves” hasta el grácil dinamismo que exhibe en “Everyone Hides”) y las comedidas pero esenciales líneas de guitarra de Nels Cline (estelar en “We were lucky”, como si sus cuerdas emergieran desde otra dimensión) marcan la diferencia.

Es este un álbum que depara bastante más de lo que se advierte en un primer cuarto de hora que bordea peligrosamente la rutina, que coge altura de vuelo llegado su ecuador y a partir de ahí brinda al menos media docena de canciones notables: “Everyone hides”, “White wooden cross”, “We were lucky”, “Love is everywhere (Beware)” —con ese aire de vals tan a lo Elliott Smith — , “Hold me anyway” y “Empty corner”. Un puñado de placeres sencillos para quienes simplemente se conformen —que no es poco— con ir completando una discografía que ya registró sus buenas cumbres, y no perseveren en la quimera de dar con una nueva obra magna.

 

Anterior crítica de discos: Solo quiero brujas en esta noche sin compañía, de El Drogas.

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