Negativos (I, II, III y IV), de DeCampos

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DISCOS

«Son palpables las referencias e influencias en la voz, áspera a veces, con una guitarra acústica haciendo de acompañante»

 

DeCampos
Negativos (I, II, III y IV)
ROCKCD, 2019

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.

 

Enrique Campos (Kike Campos, si lo leías en Popular 1 antes de la era de Twitter) es un tipo con sorpresas. Escribe por hobby y es traductor, fue modelo infantil para Mayoral, tuvo un mono (pequeño) por mascota y además compone canciones. Visto así, ¿es Enrique un hombre para todo? Quizá, pero no de cualquier manera; también es ocurrente.

El set de cuatro cedés que ha publicado bajo el título de Negativos (RockCD, 2019) es una colección de canciones que guardan entre ellas muchos años de diferencia, como es el caso de temas como “Adiós” o “Una actuación”, correspondientes ambas al primer volumen, que va desde la mitad de los noventa hasta el 2017 y 2018. Son palpables las referencias e influencias del malagueño en la voz, áspera a veces, con una guitarra acústica haciendo de acompañante. Y puede parecer poco pero, en este plano artesanal, con el mismo autor haciéndose los coros, canciones como “Veneno” vendrían a demostrar que, a veces, menos es más.

El segundo volumen ya se alimenta de electricidad, con una mayor altura, recordando a los Héroes del Silencio de la época de El espíritu del vino (EMI, 1993), siendo “Un niño egoísta”, “De memoria” y “Gotas” los ejemplos más representativos del sonido de esta segunda entrega. El añadido de la armónica aparece en “Borra el sueño” y el shaker en “Un hombre nuevo”. «Somos los hijos bastardos de una generación a la deriva», dice la letra con una especie de desencanto social que es la pauta principal a lo largo de las cuatro discos de Negativos, ya sea en forma de blues o de rock and roll, pero siempre estrellado contra la tierra (sírvase “De plata”, del tercer disco, para dejar constancia).

Con el cuarto de Negativos, Campos da por finalizado este proyecto con canciones que compuso entre los quince y los veinte años, constituyendo un libro de recortes con memorias sentimentales de diferentes etapas personales: adolescencia, edad adulta, madurez y crisis. «A veces quiero pensar que aquel chaval sigue por aquí, en algún lado. Ahora que la crisis de los cuarenta me pide a gritos crear algo más, que empiezo a coquetear con la ilusión o la fantasía de trascender, no podía hacer tabla rasa de todo lo que el Enrique adolescente dejó en un cajón y escribir nuevos temas sin más. Los nuevos temas están por ahí, sí, revoloteando, pero antes de darles forma, antes de saber adónde voy, he querido dejar constancia de dónde vengo». Y las influencias, aunque están más claras al principio, es en este último volumen donde menos cosas ha dejado la marea.

Por supuesto, cabe mencionar a los colaboradores, que no han sido pocos. Javier Mellado, para empezar, es la guitarra y el bajo presentes en tres de las cuatro estaciones: “Gotas”, “Ya nada…” y “Un niño egoísta” (Negativos II); “Hielo”, “A nadie”, “No despiertes” y “Mañana de fieras salvajes” (tormenta eléctrica en Negativos III); “Veintisiete” (Negativos IV). Luego está el poema de Ignacio Reyo, “Elige vida”, en forma de corte, dentro de “Un hombre nuevo”. Amén de la voz de mando de María José Campos, Ana D., como la chica perdida de “Me he perdido”, y Elena M. como la consejera en “El enemigo”.

En total son cuarenta canciones. Sin embargo, DeCampos piensa que el cuarto es el que está mejor hecho en todos los sentidos, dado que el trabajo de Franco Andrés Simonetti en la producción y el método de trabajo de Enrique habían encajado: «Sin él, no hubiera podido hacer nada. Con grabaciones pseudocaseras ha conseguido que suene», reconoce DeCampos, admitiendo que sus composiciones «no tienen un sonido espectacular». Pero no son más —recordemos— que la historia de «un chaval de quince años sentado en su habitación, guitarra en mano, rodeado de discos, cintas y pósters de todos sus héroes. Y quizá la guitarra aún no suena como él querría, quizá ni siquiera sabe afinarla. Pero ha aprendido algunos acordes y ha vertido en una libreta algo parecido a una letra. Cree que puede hacer canciones». Y es así como se ofrece algo con ese «no sé qué»: sin pretensiones. ¿Son grabaciones caseras? Sí. ¿Tienen una producción de altura? No. ¿Eso importa? No demasiado si el que compone, toca y canta respeta el producto, siempre con rigor.

Anterior crítica de discos: Luciérnagas, de El Hombre Garabato.

 

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