Mikel Erentxun: «Tengo más credibilidad ahora que hace diez años»

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«Siento que estoy en una profesión en desuso, el músico de guitarra está casi olvidado por estas tendencias musicales en las que ya no se oyen guitarras»

 

Dos años después del disco anterior, Mikel Erentxun edita El último vuelo del hombre bala, un trabajo con el que completa su trilogía analógica junto a Paco Loco. De sus nuevas canciones habla con Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: JAVIER ESCORZO.

 

Todo empezó hace un año y medio, un día que Mikel Erentxun salió a correr. Iba con sus auricuales, escuchando un programa de radio, y oyó algo que captó su atención: anunciaban que iban a tener «al último hombre bala». No daba crédito. ¡Aún quedaba un tipo que se metía en un cañón para salir disparado! La imagen le pareció tan potente que, en cuanto pudo coger su libreta, apuntó la idea. Ya tenía título para su próximo disco. La imagen era muy circense, un mundo «que siempre ha estado muy ligado al rock and roll», y que encaja muy bien con la percepción que tiene de su propio oficio: «Tiene ese halo romántico de las profesiones en desuso. Yo siento que estoy en una profesión en desuso, el músico de guitarra está casi olvidado por estas tendencias musicales en las que ya no se oyen guitarras, como el trap o el reguetón, por no hablar de que ya nadie graba en analógico, ni da importancia al vinilo. Me siento en una profesión que está dando sus últimos coletazos. Ese fue el punto de partida de esta aventura».

A partir del título llegaron las nuevas canciones. Hace años que dejó de enviarle sus músicas desnudas a Jesús María Cormán, Diego Vasallo y Rafa Berrio para que las vistiesen con sus letras; ahora se encarga él mismo de los textos, aunque hacerlo le supone «mucha más energía, tiempo y esfuerzo que la música». Le ayuda, dice, usar la técnica que le recomendó Quique González: componer música y letra en paralelo. «Quique me dijo que él las construía a la vez, que tenía tres frases y una melodía, y las encajaba. Ahora hago eso, no lo dejo para después. Las canciones crecen a la vez». Lo hacen en una de sus habituales Moleskine —la de este disco es negra; la del último, roja, y la anterior, morada— llena de tachones. Un pequeño tesoro en el que se puede apreciar la evolución de su proceso creativo, tan analógico como la grabación de este nuevo disco.

 

«Quería hacer un disco que reflejase el estado anímico actual, que es este: un momento realmente de mucha felicidad y de mucha luz»

 

Fue este enero cuando Mikel viajó a El Puerto de Santa María para volver a trabajar con su productor favorito, Paco Loco. Su objetivo era rematar en Cádiz una trilogía autobiográfica que empezó con Corazones, continuó con El hombre sin sombra y termina con El último vuelo del hombre bala. Su obra anterior germinó «en una época bastante crítica de la que afortunadamente salí con buen pie», por eso ahora quería «hacer un disco que reflejase el estado anímico actual, que es este: un momento realmente de mucha felicidad y de mucha luz. Un disco muy eléctrico. Quería huir de mi pasado más reciente». Esta vez, nada de guitarras acústicas: enchufó los cables y fluyó la electricidad.

En su maleta llevaba sus discos favoritos de Dylan y los Beatles, pero el productor asturiano logró llevarle a su terreno, a la Velvet Underground y al Berlin de Lou Reed. «Es un disco que prácticamente desconocía, pero aquí aparece un montón, sobre todo en los coros de Marina (Iñesta). Para mí ha sido un lenguaje nuevo, estoy encantado con el resultado», confiesa Mikel, quien disfruta de los viajes musicales inesperados. «Es algo que me gusta mucho de Paco, que me saca de mi zona de confort. Veintipico discos después, es lo que busco constantemente: ir a sitios donde nunca he estado. Paco lo ha conseguido por triplicado. En los tres discos me ha llevado a sitios donde nunca había estado». Su idea inicial era facturar «un disco más sencillo. Yo quería hacer un disco de cuatro instrumentos: dos guitarras eléctricas, bajo y batería, y hay millones de guitarras. Pero tú oyes el disco, y al final estás oyendo dos guitarras, aunque esté hecho con muchas guitarras. Es muy rico en matices, pero se puede simplificar mucho».

 

«Veintipico discos después, es lo que busco constantemente: ir a sitios donde nunca he estado»

Esas miles de guitarras se pasearon por el estudio de Paco Loco junto a los fantasmas y demonios internos de Mikel, plasmados en sus letras. «Los tres discos han sido un gran exorcismo, y el final de la trilogía creo que es el mejor de los tres», confiesa. Las nuevas canciones hablan del paso del tiempo, las ocasiones perdidas y las segundas oportunidades, pero también albergan amor y esperanza, como señala el mismísimo Bunbury en la nota de prensa del disco. En opinión de Enrique —y de Diego Vasallo, que se lo ha dicho también—, a Mikel le salen las canciones más emocionantes cuando escribe él sus propios textos. “Es el mejor piropo que me ha soltado Bunbury. Sé que no escribo como Berrio, Cormán o Vasallo, que son los tres escritores con los que más tiempo he trabajado y de los que más he aprendido. Yo sé que no estoy a su nivel, pero me siento muy orgulloso de mis textos y me siento mucho más identificado, tienen un punto más de honestidad. Me siento mucho más tranquilo cantando mis propias canciones”, reconoce Erentxun. A pesar de llevar 35 años en la profesión, y 27 desde que inició su carrera solista, tardó en lanzarse a escribir. Se estrenó en el disco 24 golpes (2012), y desde entonces cree que ha mejorado «bastante. Todavía me queda camino, pero creo que ya no hay vuelta atrás. A lo mejor algún día le pido una letra a alguien, pero porque me apetece escribir con ese alguien. Creo que ya me siento con fuerza para afrontar cualquier reto como escritor de canciones».

Grabando en cinta y repartiéndose todos los instrumentos con su productor, Erentxun ha gestado un disco en el que, como le ocurrió en el anterior, vuelve a sentirse cómodo con su voz. Se acabaron las décadas en las que huía de su propia manera de cantar; ahora se enfrenta a su garganta y se atreve a elegir una única toma de voz, sin poner parches, aunque esto implique que se cuele alguna imperfección. En la primera estrofa de “Amor circular” se encuentra desafinado, pero es fan «de la imperfección. Cada disco de Dylan, sobre todo los de los 60 y 70 son una colección de imperfecciones por todos los lados. Los Beatles ni te cuento. Ahí está la magia». En su caso, además, fluye sola: «Soy un instrumentista bastante limitado y cuando toco cometo bastantes errores. A mi música le viene muy bien que toque yo, porque lleno mis canciones de imperfecciones, y entiendo que lo que dice Bunbury de las letras es un poco parecido, al final suena mucho más personal si lo hago todo yo».

«Creo que ya me siento con fuerza para afrontar cualquier reto como escritor de canciones»

 

Cinco meses después de iniciar la grabación, Mikel contempla su último vinilo con ilusión. Su trayectoria es tan larga que conoce las dos caras del éxito, y admite haber pasado un periodo crítico cuando decidió cambiar de rumbo y pasó de la luz de El corredor de la suerte a la oscura introspección de Detalle del miedo. “En ese disco no había ni un single, todas las canciones eran muy largas y cantaba en unos tonos gravísimos, no repetía las letras, no había estribillos…”. Fue una dura batalla, “un giro muy complicado en el que tuve a todo el mundo en contra, empezando por la gente de esta santa casa, y ahora todos se dan cuenta de que fue una buena elección, que hay carrera de futuro. En Warner le advirtieron de lo que iba a ocurrir: “Vas a dejar de vender discos, vas a dejar de tocar en salas de 2.000 y vas a tocar en salas de 500. Ocurrió todo lo que me dijeron, lo que pasa es que creo que era bueno para mí. Estábamos en el límite de ser un poco reiterativos”. Decidió pensar a largo plazo, y no ajustarse a lo que había funcionado hasta entonces. “El otro día me decían en las redes que a ver si podía hacer un disco como Naufragios. Yo no puedo hacer un disco como Naufragios. Con todos mis respetos, sería como Karina. Hay un montón de artistas que viven del pasado y yo no quiero hacer eso. Yo quiero mirar siempre adelante, como hacen Bunbury, Iván Ferreiro, Coque Malla… como hacen todos los artistas que admiro. Creo, honestamente, que Iván, Coque, Bunbury, Vasallo, el Loco, yo… estamos en nuestro mejor momento, haciendo nuestros mejores discos a los 50 años, después de carreras larguísimas”.

El último vuelo del hombre bala llega en una etapa de plenitud para Mikel, en el que se han alineado todos los astros: la ilusión, la capacidad y el reconocimiento. Atraviesa una etapa personal feliz, se siente más cómodo escribiendo y cantando y además siente el respeto de sus colegas de oficio. “Dudaba que tuviese un reconocimiento por parte de cierta gente, y ver que lo tengo me ha dado una seguridad, me ha llenado mi pequeña botella del orgullo”. Por ejemplo, cuando oye a Ángel Stanich —a quien considera “lo mejor que ha pasado en este país en los últimos años”— llamarle “maestro”. “Nunca había tenido una reacción tan positiva como con los dos adelantos de este disco, “La vereda” y “Déjalo estar”. Ha sido casi unánime. Todo eso me da seguridad. Tampoco la necesito, pero uno, como artista, tiene su dosis de ego y le sientan bien ese tipo de palabras”. Su empeño en alejarse del camino anterior ha merecido la pena: “Si hubiese seguido haciendo lo que hacía ahora mismo sería un títere, una caricatura, y no lo soy. Creo que tengo más credibilidad ahora que hace diez años. Me siento muy a gusto con mi situación actual, coincide con una situación familiar y sentimental perfecta, hacía muchísimos años que no presentaba un disco en un estado de gracia como ahora. Estoy encantado”.

«A lo mejor ahora me toca a mí sacar a Paco (Loco) de su estudio y llevarmelo a grabar a Londres»

Su agenda se ha llenado hasta final de 2019. En octubre cruzará el charco y en diciembre hará las presentaciones oficiales del disco en salas de Madrid, Valencia, Barcelona o San Sebastián, entre otras ciudades. La gira de otoño-invierno llegará muy rodada, porque antes pasará por festivales como Cultura Inquieta, el Festival de la Luz o Riaño. “Antes no me llamaban los festivales, y ahora sí. Tampoco un montón, aunque tuviera un montón no los haría. Me encanta estar, pero no quiero ser el típico artista que está en todos los festivales, porque al final los festivales en algún momento van a explotar y se van a llevar por delante a los artistas que solo hacen festivales. Pero hacer media docena está muy bien”, concede.

Mientras emprende su nueva gira, Mikel no olvida una canción que no ha podido entrar en este disco y que quiere grabar próximamente. Se llama “Música de viento” y dura siete minutos. “Me gusta tanto que estoy escribiendo tres canciones más con idea de grabarlas a lo largo de este año y sacar un epé en algún momento con esas cuatro canciones. Es una canción que va a tener su propia entidad”, avanza. ¿Será un puente hacia el próximo trabajo? De momento, se encoge de hombros. “No sé qué va a ser lo siguiente, pero esa sensación me encanta. Estoy hablando con Paco, soltando ideas sobre la mesa. Lo que tengo claro es que voy a seguir trabajando con él, porque he encontrado a mi media naranja. Creo que nadie me ha sabido explotar tan bien y sacar lo mejor de mí”. Lo que sí variará será la forma y, probablemente, el lugar: “A lo mejor ahora me toca a mí sacar a Paco de su estudio y llevármelo a grabar a Londres”, deja caer, sonriendo.

 

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