McCartney III: Belleza sencilla en tiempos complejos

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«Su nuevo álbum retrata a un músico inquieto, íntegro, manifiestamente indie»

 

Siempre atento a todo lo que gira en torno a los Beatles, Tito Lesende (autor del libro Revolver. El disco de los Beatles que revolucionó el rock) desentraña las claves del nuevo disco de Paul McCartney, McCartney III.

 

Paul McCartney
McCartney III
CAPITOL RECORDS, 2020

 

Texto: TITO LESENDE.
Foto: MARY MCCARTNEY.

 

En una situación como la actual, con la economía ralentizada y las libertades restringidas, casi todos notamos ya el agua en el cuello. Tu cuñado oyó en una tertulia que cada crisis es una oportunidad y ahora no deja de repetirlo. Él es archivero con plaza de funcionario, pero presume de emprendedor: “Cada crisis es una oportunidad”, advierte una y otra vez, con inspiración renovada y el corazón aventurero.

Paul McCartney (Liverpool, 1942) es más ejecutivo que tu cuñado. No se pone tremendo, fantástico, terraplanista ni loco del coño. Cuando al mundo se le da la vuelta el calcetín, Paul se encierra, escribe, toca, graba y nos entrega su purga en forma de disco. Lo hizo al desmembrarse los Beatles, que eran toda su vida conocida, y parió entonces McCartney (1970). Y también cuando decidió dejar atrás a los Wings y proseguir con su propia marca; ahí reseteó y nos ofreció McCartney II (1980).

Ahora, McCartney III (2020) llega en otro salto de década, pero esta vez auspiciado por una pandemia. Paul pasó el confinamiento en su casa de campo, entre instrumentos y animales de granja, en contacto con la naturaleza, bendito sea. Este tercer trabajo de purga no es tan rompedor, intenso o novedoso como sus dos predecesores, muy lejanos en el tiempo. Pero, digámoslo ya: el exbeatle no había publicado un disco tan interesante desde Chaos and creation in the backyard (2005).

McCartney III tiene cosas buenas y otras cuestionables. El músico, que cuenta ahora 78 años, es responsable único de la composición, ejecución y producción de todo lo que suena. En cuanto a las letras, en concepto, el grueso del repertorio invita a disfrutar de la belleza sencilla en tiempos complejos. En “Find my way”, incluso, toma una posición más decidida y se ofrece como guía hacia el amor cuando el miedo y la ansiedad aprietan. Pero su propuesta dominante en este cancionero es el goce de la vida corriente.

En el aspecto formal, McCartney III es un disco de sonido urgente, a veces brusco, con el previsible aire de espontaneidad y ocasionales pasajes de desaliño; especialmente, en las mezclas. Pudiera sonar a un oyente casual como una suerte de maqueta que va como un tiro.

El repertorio contiene cucharadas de pop académico, como los estribillos de la mencionada “Find my way” o “Seize the day”, otro de los puntales del álbum, que presenta hechuras propias del heredero Jeff Lynne. También hay rock: el creador de “Back in the USSR”, “Helter Skelter” y “Live and let die” nos concede aquí aldabonazos como “Lavatory Lil” (que pudiera haber sido un descarte del disco blanco de los Beatles) o “Slidin’” (cuyo fraseo de guitarra en el estribillo podría hacernos rememorar el “Come together” del difunto John).

El melómano atento sabrá que la vertiente acústica de Paul McCartney es un género por derecho propio. Macca escribió “Blackbird”, “Junk”, “Mother nature’s son” o “Jenny Wren”, por mencionar algunas maravillas. Qué demonios: es el autor de “Yesterday”. Dame la dulzura de Paul y una guitarra acústica, cierra la puerta y tira la llave bien lejos. En McCartney III hay, al menos, dos canciones que nos recuerdan seriamente ante quién nos encontramos. Una es “The kiss of Venus”, a la que no le falta ni un inesperado mellotrón (hállese en el 2’20”). La otra es el tema de clausura: “Winter bird / When winter comes”, que cierra el círculo del álbum con su mismo fraseo inaugural de guitarra. Paul se regodea en la vida campestre, qué sé yo, poniendo a los corderos y a las gallinas a salvo de los zorros, plantando unos árboles donde se necesite sombra, pasando su confinamiento, disfrutando del clima antes de que llegue el invierno. De todo lo anterior trata la canción; una de las melodías más bucólicas y amables del repertorio y, en definitiva, un ejercicio de maccartnismo en la línea de sucesión de “Mull of Kintyre” o “Calico skies”.

 

«Un disco de sonido urgente, a veces brusco, con el previsible aire de espontaneidad y ocasionales pasajes de desaliño»

 

En la parte negativa, no queda más remedio que citar dos temas que tumban la dinámica general de manera inexplicable: “Deep deep feeling” y “Deep down”. No guardan especial relación con el resto del álbum, son particularmente monótonos y, entre los dos, se extienden más allá de los catorce minutos. Ninguno habría pasado el filtro de un productor al uso, pero Macca pierde aquí el tino y se permite el capricho de dispararse en un pie.

Cabe preguntarse qué habría sido de McCartney III si su autor hubiese contratado a un director artístico, si se lo hubiese mezclado otro par de orejas, si hubiese contado con un buen baterista, si hubiese disfrazado su voz gastada. Pero, entonces, no sería este disco y no sería su esencia.

A sus 78 años, Paul McCartney es el mayor y más importante fabricante de melodías de pop todavía en activo. Esto da para un brindis. Su nuevo álbum, el tercero de su serie purgante, retrata a un músico inquieto, íntegro, manifiestamente indie. Mucho más audaz que tu cuñado, que ve una oportunidad en cada crisis mientras desparrama en el bar y se agarra al convenio colectivo. Él no aplaudirá McCartney III, y el gran público tampoco. De todos modos, ¿qué puta falta hace?

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