María Lionza, de Pantanito

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DISCOS

«No es un disco latino, ni de rumba, ni rockero; es un disco que rebosa de pulsión de vida»

 

Pantanito
María Lionza
AUTOEDITADO, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

En toda Venezuela, especialmente en las zonas rurales de montaña, allí donde nace el río Yaracuy, es persistente y desmesurado el culto a María Lionza. Seguramente fruto de un sincretismo entre rituales indígenas, católicos y africanos. Los ritos espiritistas que la celebran la coronan —reina es una de sus denominaciones— como símbolo de los cultos a la naturaleza y al agua. Es la diosa madre, el latido del planeta. Nada que no se haya dado en cualquier cultura humana. El nuevo elepé de este rumbero-rockero catalán se llama Maria Lionza; pero solo por la diosa.

Situémonos en 1985. El pop español está abriéndose a sonoridades autóctonas, y Los Coyotes, que habían sacado un par de singles de rockabilly tétrico, abren sus instrumentos a la rumba, a lo latino, a la fiesta. Mujeres y sentimiento, un tanto olvidado, me temo, es uno de los mejores elepés de los 80 y “Cien guitarras” una de sus mejores canciones. En ella, una historia de revueltas, guerrillas y poder femenino, aparecen dos versos: “El nuevo frente María Lionza / tiene tomada toda la región”.

Es a partir de ellos y de Los Coyotes que Pantanito ideó este proyecto: envolver de guitarras latinas sus canciones de siempre. No mimetizar, simplemente tomar el espíritu; así que si hay recuerdos del grupo de Víctor Aparicio, estos se limitan a los primeros acordes, a las entradas de las canciones. Tras ellos, el mundo personal del músico aflora. Un mundo hecho de cotidianeidad. Una jornada de fiesta se recoge en “Domingo”. Nos hace entrar en su piso del barrio de Gracia y pasamos el día con él. Comemos, jugamos, paseamos… pinta la felicidad de las cosas pequeñas y la colorea con toques psicodélicos. El mensaje está claro, rememorando a Bowie: «Todo el mundo somos dioses».

También nos enseña su familia, si “Kikirikí” está dedicada a su hijo, la preciosa balada “Se querían tanto que…” va para su hija. Más reflexiones caseras: “Me olvidé” —con Manuel Malou—, las aventuras de los olvidadizos domésticos, o “Peso plomo” o el drama de quien no pierde kilos sostenido por una trompeta latina, salsera, que merece el escenario de la Fania. De hecho, todos los instrumentistas tienen raíces allende los mares. Tenía que ser así.

Rockera sin complejos es “Nunca es tarde”, no en vano Pantanito viene también de ese mundo e igual que el culto a María Lionza, su música es un sincretismo entre lo latino, lo eléctrico y la rumba, que aquí va dando cuerpo a la canción y en “No sabes lo que tienes” ya lo ocupa todo. Lejos, ya muy lejos queda ese espíritu que se denominó “neocalorrismo” y que pretendía un sonido más crudo para la rumba y que esta volviera a bajar a la calle. “No sabes lo que tienes”, sin embargo, posee un estribillo que no desmerecería en ninguna cassette de gasolinera. Y por poseer, también posee un puente de trompeta que es puro jazz latino.

Dos momentos de placidez sirven para desengrasar. El primero es “María Lionza”, un instrumental con olas, pájaros, tambores de selva, piano —versión estándar y salsera—, coros, guitarras, palmas… Todo es un paisaje musical plástico y lleno de colorido. El segundo, “La vista atrás”, toda una declaración de principios que comienza con aires orientales y hasta psicodélicos, pero que se desliza llena de matices y sensibilidad folk suave. El final, con esas cuerdas de placidez extrema, limpia el ánimo de verdad. Al fin y al cabo, no se dejen engañar, este no es un disco latino, ni de rumba, ni rockero; este es un disco que rebosa de pulsión de vida.

Anterior crítica de discos: The main thing, de Real Estate.

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