Luis Albert Segura (L.A.): De profesor en Liverpool a eterno aprendiz de la libertad

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«A los alumnos quería enseñarles a valorar lo que de verdad merece la pena, que es ser uno mismo»

 

Luis Albert Segura, conocido como L.A., ha sido el elegido este año para participar como docente en el programa de intercambio creado por la AIE y LIPA, desde la escuela fundada por Paul McCartney en Liverpool. Justos estos días se encuentra de gira española con sus alumnos.

 

Texto: SARA MORALES.

 

Luis Albert Segura, conocido y querido como L.A., se mantiene con los pies en la tierra más que nunca pero está de resaca emocional. Acaba de llegar de Liverpool, de pasar unos días en la escuela fundada por sir Paul McCartney en 1995, de transitar esas aulas, esos pasillos y esos estudios henchidos de historia para levantar allí el repertorio perfecto de una gira muy especial en la que ya anda inmerso. Nuestro mallorquín más internacional ha sido elegido este año para protagonizar el tradicional programa de intercambio entre la Sociedad de Artistas (AIE) y el Liverpool Institute for Performing Arts (LIPA), como ya lo hicieran en su momento Coque Malla, Zahara, Soledad Vélez, Jacobo Serra, Maika Makovski o Depedro. Aprovechando que estos días anda por la península, le abordo para que me cuente su experiencia y me relate los hechos, ya convertidos en recuerdos de los que no se olvidan. «Soy muy beatlemaníaco, extremadamente fan de los Beatles. Me flipan los Stones y toda la música de los sesenta, pero yo crecí en la beatlemanía, en mi casa era una religión; mi peli de dibujos era Yellow submarine. Te puedes imaginar lo que ha significado para mí estar allí y hacer esto. De hecho, recuerdo perfectamente cuando Paul McCartney inauguró la escuela, estaba yo comiendo en mi casa viendo la tele y vi cómo cortaba la cinta. Ya entonces me alucinó la idea: ¡una escuela de música en Liverpool! Desde aquel momento siempre he querido ir, y ahora, veinte años después, he tenido la suerte de poder hacerlo».

 

Lecciones de vitalidad

Allí, su misión ha consistido en impartir diferentes masterclass durante una semana a un grupo de alumnos matriculados en dicha escuela, que tienen el sueño de convertirse en músicos, si es que no lo son ya. Con ellos, además, ha preparado una colección de canciones con las que han dado un concierto en Liverpool, otro en Manchester y, justo estos días, andan rodando también por España. La cita en Madrid tuvo lugar el miércoles 8 de junio y las próximas paradas son Toledo (9 de junio), Alicante (10) y Murcia (11). No es la primera vez que ejerce de profesor, pues ya lo fue en una escuela de música en Palma, aunque quizá no se ajuste al estereotipo: «En realidad yo soy muy poco académico, soy más de improvisar, de equivocarme y de hacer el ridículo. Hay una cosa que durante mucho tiempo he ocultado y es que yo no me sé los acordes; hago canciones desde hace veinte años pero no sé qué acordes hago. Esto le rompe los esquemas a muchos de los músicos que trabajan conmigo, pero es lo que hay. Y así se lo dije a los alumnos el primer día de clase en el LIPA: “No soy académico, yo vengo a enseñaros lo que sé, que es ensayar y hacer un directo, pues llevo muchos años haciéndolo y es lo que os puedo aportar”». Valiente actitud la de Luis Albert quien, por su dilatada experiencia en la música y su exquisito dominio del inglés, enseguida se metió a los chicos en el bolsillo y se permitió el lujo de disfrutar del momento. «Una vez que pones las cartas sobre la mesa, ya no tienes que fingir nada», concluye.

 

«En el momento en que te difuminas para gustar o vender, ya estás perdido»

 

Una de las riquezas de la educación, del arte de enseñar, es que ese proceso termina siendo bidireccional. Y aunque está claro que el profesor es quien instruye y los alumnos atienden e interiorizan, ocurre que el propio instructor sale del aula con unas cuantas lecciones aprendidas también. «De los alumnos he aprendido muchísimo. Son chavales de 18 o 19 años que son perfectamente conocedores de cómo está el panorama, cuando yo, a esa edad, solo me tiraba a la piscina sin plantearme qué había dentro. Ellos están al tanto de cómo está el mundo a tiempo real, tienen las redes para poder verlo; saben que la industria está tocada, que se está tambaleando y que la competitividad es feroz». Y eso que los chicos y chicas que estudian en el LIPA han superado varias cribas, pues son estudiantes brillantes, chavales prodigiosos, jóvenes privilegiados, músicos del futuro. Luis Albert lo confirma: «La prueba para acceder a esta escuela es dura y viene gente de todo el mundo, los mejores de cada lugar. Yo tengo a un chico de Washington, a una chica de Míchigan, otro de la India… La lección que me llevo es que esto va muy rápido, hay mucha competitividad y mucha desinformación a pesar de la sobreinformación que hay. Y esto es precisamente lo que yo podía enseñarles a ellos: la mirada necesaria para valorar cómo está la industria y lo que de verdad merece la pena, que es ser uno mismo. En el momento que te difuminas para ser como aquel o aquella, o para gustar y vender, estás perdido. Al final, lo único que importa es ser feliz con lo que haces y que no te cause infelicidad no llegar donde quieres llegar. Mi objetivo era hacerles ver que tenían que disfrutar al máximo de la oportunidad que están teniendo, solo por el hecho de estar en esta escuela»

 

Ecos de lugares sagrados

La inspiración en un lugar como el Liverpool Institute for Performing Arts brota sola, respirando a cada instante el carácter impregnado de McCartney como ideólogo, como su alma e incluso su voz. Allí mismo estudió George Harrison. Y justo al lado, en el edificio contiguo, que pertenece desde hace años al complejo arquitectónico de Macca, se encuentra la escuela de arte que frecuentaba John Lennon. No pueden concentrarse más estímulos y ecos de leyenda en unos cuantos metros cuadrados. La emoción de habitar este rincón está servida, y los niveles de adrenalina se disparan a cada paso. Se trata de una experiencia que roza lo místico, como reconoce Luis: «La escuela tiene un patio interior que es donde ellos charlaban y, estando allí, no podía evitar imaginármelos tarareando canciones de Chuck Berry. Ahí es donde se creó el embrión de algo que cambiaría mi vida: los Beatles. Dicho así, puede sonar pomposo, pero es la puta realidad. Yo elegí la música por culpa de estos cabrones».

Luis Albert, que camina en solitario tras una etapa en silencio y un reguero de discos que lo posicionan como uno de nuestros músicos más apreciados en la escena alternativa —imposible olvidar temas como “Under radar” (2013) o álbumes como From the city to the ocean side (2015)—, publicó el año pasado Evergreen oak. Un disco para el que ha tirado de autosuficiencia, al no rodearse de productores ni de ingenieros, para el que se ha armado de valentía enfrentándose él solo a las musas y a las máquinas. Grabado en un refugio de montaña de la Sierra de Tramuntana, en Mallorca, esta entrega adquiere el alma y la personalidad de un anacoreta: «Este es un disco que yo necesitaba hacer, es el disco de la libertad. Un álbum pospandémico. Surgió después del confinamiento duro, después de estar encerrado en casa tres meses con mis hijos, que son pequeños, y mi mujer; cinco personas en un piso. Así que en cuanto pude, y con algunas restricciones todavía vigentes, le planteé a mi familia alquilar una casa en la montaña, en el bosque, y respirar. Allí no hacía falta estar con mascarilla, allí, de repente, volvíamos a vivir como lo habíamos hecho siempre, y allí nacieron estas nuevas canciones. Surgieron de los árboles, de la libertad de horarios, de tener los móviles apagados, de la liberación. De unos momentos sin reglas, sin normas, sin productor…».

Es curioso cómo su intención de naturalizar el sonido en este elepé, de reducirlo (que no simplificarlo) hasta el hálito orgánico a base de voz, guitarra y poco más choca frontalmente con los medios con los que se encontró en la escuela de Paul McCartney. Medios de primer nivel: estudios de última generación, salas de informática musical, de grabación digital… pero la sencillez nunca ha estado reñida con la calidad y la grandeza. Aun así, le pido a Luis que explique cómo ha sido adaptar estas canciones desvestidas en pasajes que, por su aventura inglesa, rozaron la sofisticación en algún momento: «Como todo parte de la guitarra y la voz, al final, la estructura, la base, la esencia de la composición es la que es. A partir de ahí puedo vestirla como quiera: moldeando las canciones para que encajen en conciertos acústicos, en otros más eléctricos, en formato trío…». El poder de la versatilidad, en la música, es un gran poder.

 

¿Por qué, Luis?

Aunque hoy nos detienen en un rincón del barrio de Moncloa, en Madrid, sus peripecias por Liverpool, su gira actual y el carácter de este nuevo disco, es imposible obviar aquel comunicado con el que nos sorprendió en 2018 anunciando su retirada. Puede que él supiera que solo sería temporal, para sanarse; pero en la escena cayó como un jarro de agua fría. «Parón indefinido» lo llamó. Y fue desconcertante.

 

«Evergreen oak es el disco de la libertad, un pasito hacia adelante de la manera que yo quería»

 

Unos meses antes de aquella noticia había publicado King of beasts, su quinto álbum de estudio. Él y su banda venían de tocar por toda Europa y por festivales españoles, así que costó comprender qué había pasado, qué estaba pasando, para llegar a esta decisión. Hoy, que vuelvo a sentarme frente a él, debo preguntárselo: «¿Por qué, Luis? ¿Qué ocurrió?». «Ocurrió que estaba saturado, que estaba llegando a un punto que era todo lo contrario a lo que yo quería hacer. Estaba siendo infeliz e infiel a mí mismo, y eso es algo que duele mucho porque es traicionar tu base. Es lo que hablábamos antes, cuando me planto delante de los alumnos y les digo que yo no puedo enseñarles teoría porque no soy académico, pero sí puedo enseñarles esto otro: la práctica, la carretera, la vida… No quise fingir delante de ellos. En aquel momento, en aquel 2018, había llegado a un punto en que sí estaba fingiendo. Llevaba una producción y un sistema de trabajo que no casaba conmigo. Me metí en una maquinaria como Live Nation, con un ritmo brutal, plagado de giras, de tener que cumplir objetivos, que si Latinoamérica, que si luego tenemos que hacer un WiZink Center… y yo no juego a eso. De esa etapa reconozco que también saqué mucho aprendizaje, pero cuando me paré a escucharme de verdad me di cuenta de que eso no iba conmigo. Me creaba ansiedad, y ya sabemos que es muy mala y puede acabar muy mal. Me di cuenta y dije: “No puedo más. O freno esto y lo replanteo, o no sé cómo puede terminar la cosa”. De ahí ese comunicado. Pero yo no dije adiós, dije hasta luego».

A su vuelta en 2019, nos encontramos a un Luis Albert renovado, fuerte, radiando el carisma y el buen hacer de siempre, solo que cantando en castellano desde un disco llamado Amenaza tormenta. «Cambiar el idioma fue mi apuesta, pero me encontré con que no terminó de cuajar y enseguida llegó la pandemia, dos guantazos en la cara muy seguidos que me dejaron noqueado. Pero me vino muy bien, porque cuando se toca fondo llega un momento en el que solo se puede ascender. Al final, gracias a esto, todo cambió. Y fue cambiando, cambiando y cambiando, hasta que nos fuimos a la cabaña de donde ha salido Evergreen oak; un pasito hacia adelante de la manera que yo quería».

De la manera que él quería y de la manera que nos gusta verle. Motivado, apelando a la libertad, practicándola y elevándola hacia caminos que le han llevado hasta Liverpool y le han traído de regreso a casa.

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