Los espejos donde se miraba Bowie

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“Nunca le hizo ascos a Bob Dylan, a Neil Young o a The Rolling Stones, pero le marcaron mucho más los primeros Pink Floyd de Syd Barret, del que sacó esas fabulosas y sorprendentes combinaciones de acordes y la exquisita pronunciación británica”

 


La continua evoluci
ón del camaleón inglés hizo que se valiese de múltiples referencias a lo largo de su carrera, desde Little Richard hasta Prodigy. El músico y escritor asturiano Igor Paskual realiza un exahustivo viaje donde recoge todas sus influencias.

 


Texto: IGOR PASKUAL.

 

 

David Bowie es el bebedor de fuentes, el hombre que transforma el agua y que no es tanto una esponja como una centrifugadora. Aunque sea un compositor, es sobre todo un creador, que no es exactamente lo mismo. Escribia canciones a la manera de los románticos, es decir, el artista frente a su obra, pero también supo buscar nuevos caminos para escribir y grabar canciones y álbumes. A diferencia de algunos músicos, que no siempre son (somos) capaces de asimilar todo lo que escuchan, Bowie se modifica por dentro gracias a los incontables estímulos exteriores a los que se somete. Pero, ¿cuáles son esas fuentes? O, al menos, ¿cuáles son sus fuentes musicales? Se necesitaría todo un tratado para cubrir ese espectro, más si tenemos en cuenta que ideaba canciones basándose a menudo en sugerencias que no eran estrictamente musicales. Una visita a un museo, un autor de la generación beat o una lectura de Nietzsche servían de inspiración natural. Veamos el tremendo viaje al que sometió a sus oídos y en qué consistió esa dieta musical de la que sacó oro puro.

 

Punto de partida

Su viaje comienza en Londres, fascinado por Little Richard, Bo Diddley, Screamin’ Jay Hawkings o Elvis Presley. Y por el saxofón de John Coltrane o el de Eric Dolphy. También, y es lógico por la generación a la que pertenece, quedó impresionado por artistas británicos como Tommy Steele y, sobre todo, Billy Fury, que eran la primera generación de rockers ingleses para todos los públicos que gestionaba el empresario Larry Parnes. Era un tipo de artista que pertenecía al circuito de los rancios ambientes del Music Hall y que se vería muy afectado por la llegada de los Beatles.

Desde un principio el Duque Blanco no se conformó con devorar ese primer rock and roll; sus gustos también se extendían más allá de los pioneros del rock. Disfrutaba de los Beatles, en especial de John Lennon, pero también escuchaba a Elgar, compositor de música sinfónica que en los años sesenta recobró gran vitalidad gracias a la cellista Jaqueline Du Prés. Nunca le hizo ascos a Bob Dylan, a Neil Young o a The Rolling Stones, pero le marcaron mucho más los primeros Pink Floyd de Syd Barret, del que sacó esas fabulosas y sorprendentes combinaciones de acordes y la exquisita pronunciación británica. Barrett, a diferencia de Mick Jagger, canta con su acento nativo y no imita al yanqui. También se fijaba en lo que hacía Frank Zappa en 1966 y su buen gusto le llevaría a los primeros Bee Gees, (los de «New York mining disaster” 1941), y a Simon and Garfunkel (llegó a tener un dúo similar, Bowie + Huch). De esa mezcla procede, en lo musical, una canción como ‘Space Oditty’.

 

 

Pronto se interesó por la «Ópera de tres peniques» de Bertold Brecht y Kurt Weill (en 1982 grabará el E.P. «Baal»). De esta forma el mundo de la canción europea sin raíz rock ya estaba presente. En la segunda década de los años sesenta estuvo muy influenciado por Anthony Newley y, en ocasiones se les podría confundir, tal era la devoción de David por Newley. Pero aún faltaba una pieza esencial en ese complejo puzzle. Grabó grandes canciones durante esos años, pero siempre había alguien que hacía mejor lo que él registraba. Si evocaba el mundo eduardiano, ya estaban Los Kinks. Si quería hacer el rockero, por ahí andaban The Move. Bowie parecía no dar con su tecla, pero el grupo que le cambiará la vida, y por tanto, la carrera, será la Velvet Underground.

El camaleón británico fue la primera persona que tuvo el álbum con el que debutó la banda apadrinada por Andy Warhol, por medio de su primer manager, Ken Pitt, que le trajo una copia de Estados Unidos antes de que saliese a la luz. El disco se grabó en abril de 1966 y no se edita hasta marzo del 67, pero David lo consiguió en diciembre de 1966, así que tuvo una cierta ventaja para tomar buena nota de ese disco, aunque tardó varios años en germinar la semilla de la Velvet Underground. Bowie lo escuchó hasta la saciedad y tomaba notas, desde el fraseo de Lou Reed, el tipo de letras y la instrumentación hasta la mezcla fascinante de elementos, rock y canción europea aderezada con la vanguardia del galés John Cale, a su vez discípulo de La Monte Young.

 

 

En el cambio de década, el creador de Ziggy Stardust estuvo pendiente de lo que hacían otros autores de su generación como Bruce Sprinsgsteen. Elton John fue otro de ellos; de hecho David comenzó a componer con el piano espoleado por lo que él entendía como su rival. También tomó buena nota de un viejo compañero y amigo de sus años de mod, Marc Bolan. Siempre fue un paso más allá, aunque a veces para ir adelante hay que mirar atrás. Judy Garland estuvo presente en el salto de octava del estribillo (‘Over the rainbow’) y hasta la banda sonora de «Dangerous Moonlight» (Warsaw Concerto) de 1941 tiene su eco en el piano de Mike Garson en ‘Time’.

 

 

 

Música negra y alemana

Una vez que David Bowie consigue el éxito, da un gran cambio basándose en la música negra, que, en el fondo, fue su primer amor musical. Gracias a eso entrará en Estados Unidos en el Top 10. Escuchará el elegante sonido Philadelphia como The O’Jays y también a los Temptations y Curtis Mayfield. En ‘Golden years’ (del álbum «Station to station”) escrita originalmente para Elvis, resuenan ecos de George Benson, Cliff Noble y The Diamonds; en ‘Fame’ se nota a James Brown, a Sly and the Family Stone y a The Rascals pasado por su trituradora particular. Pero en «Station to station» lo que se escucha es una reinterpretación alucinante de Van der Graaf Generator. Así es Bowie.

 

 

Tras su etapa plastic soul, acierta manteniendo elementos negros; a veces en la guitarra de Carlos Alomar, en otras ocasiones, en su poderosa y muy bailable base rítmica. Con Ziggy Stardust había sido, en parte, un ingrediente esencial del punk, pero cuando este estilo llega a Inglaterra, da un golpe de timón y mira hacia Alemania, a la caza de nuevas formas para escapar de los viejos métodos de hacer rock.

Por entonces, los alemanes ya habían empezado a buscar una forma de hacer música que no se basase en la herencia blues y que respondiese a la necesidad de crear una obra con una realidad nacional que se opusiera a lo anglosajón. Es el llamado «Krautrock». Entre ellos están Kraftwerk, cuyos ecos ya han resonado en el álbum «Idiot» de Iggy Pop, coescrito y producido por el propio Bowie en 1976. En esa época, escucha con mucha atención el disco «Discreet music» de Brian Eno, que posteriormente colaborará en el disco «Low».

Eno aportará las estrategias oblicuas, que consiste en una serie de cartas con instrucciones que, sacadas al azar, daban lugar a soluciones inesperadas; estaban inspiradas en ideas tomadas del grupo artístico Fluxus (colectivo que pretendía, entre otras cosas, disolver el arte en lo cotidiano). En esa década prodigiosa de los setenta escuchará a bandas alemanas como Tangerine Dream, Faust y, muy especialmente, Neu!

 

 

No se termina ahí. El minimalismo de Steve Reich, una reacción contra el mundo musical que vino tras Schöenberg, deja su impronta en «Weeping wall». El británico tampoco le hace ascos a Philip Glass, aunque su impronta se note menos que la de Reich. Bowie bebe de todas las fuentes posibles,en «Warzawa» (que sería el primer nombre de Joy División) y hasta hay ecos de un disco de cantos de niños albaneses. Los artistas influenciados por él empezarán pronto a grabar, como por ejemplo, Teardrop Explodes o Cabaret Voltaire. Él no dejará de estar al corriente de todo y se fija también en sus discípulos. En «Lodger», en algunos cortes, su voz parece la de David Byrne de Talking Heads que, a su vez, es deudor de Bowie. Más aún, se volverá a fijar en Scott Walker, aquel cantante por el que conoció a Jaques Brel. Walker, tras las pocas ventas de su fantástico «Scott Walker IV», se había apartado del negocio de la música, pero en 1978 grabó un disco de máximo nivel facturado a nombre de su primera banda, Walker Brothers. Este álbum, «Nite flights» (1978) tiene ecos del propio «Heroes» de Bowie, pero a su vez influirá en «Scary monsters».

 

 

Aprendiendo de sus herederos

En la década de los 80, triunfarán varios hijos putativos de Bowie, como Spandau Ballet o incluso Boy George. Empeñado en vender discos de una vez por todas, en 1983 vuelve a la música negra que es lo que le ha hecho triunfar. Así se acerca a Neil Rodgers de Chic y factura un álbum fabuloso. Pero durante el resto de la década de los ochenta apenas hay nada reseñable. En el 93 trata de recuperar el prestigio perdido con un disco de New Jack Swing, música negra contemporánea que en ciertos pasajes puede recordar al «Bitches brew» de Miles Davies.

Lejos de aislarse en una torre de marfil, estará muy atento a jóvenes músicos que han bebido de él. A mediados de los noventa se queda hipnotizado por la banda suiza The Young Gods y se irá de gira con N.I.N., otros herederos suyos de la etapa berlinesa. Su líder, Trent Reznor, siempre aseguro que «Low » se encontraba entre sus obras favoritas. Y se le nota.

En su evolución permanente, su admiración por Prodigy da lugar a su disco de filiación jungle, «Earthling». Es cierto que ya no es el Bowie que se adelanta a los demás, el que descubre bandas desconocidas, pero sí está a la altura del resto. Frente al acelerón jungle de la banda, me quedo con el de David, quizá por ese gusto por hacer siempre buenas canciones. Además, en esta época recupera el respeto de artistas de todo tipo de estilos, desde Robert Smith de The Cure hasta Smashing Pumpkins, Pixies, Foo Fighters o Pet Shop Boys. Bowie se deja querer y recupera el nivel creativo. A veces desde el pop más convencional, pero siempre con grandes canciones. También versioneará a los Pixies en su disco «Heathen» (2002).

 

 

Pero llega un momento en que Bowie solo puede citarse a sí mismo y ya solo nos queda esperar el milagro. Personalmente, Bowie me recuerda a un Scott Walker con más instinto melódico y que no pierde el pulso rítmico. Pero la voracidad que demuetra en “Blackstar” es tan grande que prueba cómo estuvo interesado por todo hasta sus últimos días. La banda de jazz, Kendrick Lamar, le interesaron mucho, y el saxofonista Donny McCaslin colabora también en su último trabajo. Mientras suena, parece desear que pase un feliz año nuevo, y que cada vez que le escuchemos, una lágrima surque la arena, arena del cielo y del embrujo gatuno de David Bowie, único e inmortal por todos los tiempos.

 

 

 

 

 

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