Los crímenes de Agatha Christie, de Juan José Montijano Ruiz

Autor:

LIBROS

«Enfoca veinte de sus textos desde un curioso foco. No es un estudio exhaustivo pero sí original»

 

Juan José Montijano Ruiz
Los crímenes de Agatha Christie
Diábolo Ediciones, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La figura de Agatha Christie vuelve a estar de actualidad. La editorial Espasa ha iniciado una colección que reeditará sus novelas, Muerte en el Nilo –una de las más famosas–acaba de ser revitalizada en pantalla grande y una conocida plataforma ha estrenado una serie sobre otro de sus clásicos. Y he dicho de actualidad, porque de moda ha estado siempre, que es como viven los clásicos. Uno, durante toda su vida, ha visto sus novelas en las manos de viajeros de metros o autobuses, en bibliotecas de amigos, en las mochilas de jóvenes que las desaguan para sacar sus carpetas. Por supuesto, en las viejas ediciones de la editorial Molino, siempre.

El volumen que nos ocupa enfoca veinte de sus textos desde un curioso foco. No es un estudio exhaustivo pero sí original. Es sabido que sus obras pertenecen a la narrativa policiaca más intelectual. Es sabido también que, en los periódicos, la sección de sucesos a veces echa humo. El análisis de Montijano conecta estas dos realidades hurga en las ligazones entre ellas.

No es una tesis erudita, aparecen ejemplos bien traídos, pero sin ofrecer resoluciones definitivas. Los casos periodísticos que maneja requieren una buena labor de búsqueda y tienen conexiones con las tramas de la señora Christie, pero los usa solamente como sugerencias. En principio, son casos de envenenamiento con diversas sustancias que no son habituales. Con nicotina, por ejemplo, o con talio. Los síntomas que presenta esta última ponzoña han servido para que médicos o enfermeras, que habían leído El misterio de Pale Horse, salven a pacientes cuyos síntomas no coincidían con nada de lo que hubiesen estudiado en la carrera.

También cita a personas que pueden estar tras los protagonistas de sus obras, como Gene Tierney –estrella de Hollywood a quien un beso de una admiradora con rubeola hizo que su hijo naciera con malformaciones– o Aristóteles Onassis. Una de esas personas iba a ser española: La Camboria, hija de una dinastía flamenca y casada con Lauren Postigo, que a raíz de una actuación en Londres se hizo muy amiga de la ya entonces viejecita. Viajaban una a casa de la otra y la escritora le compuso un musical a la bailadora, que permaneció en poder de esta última hasta que lamentablemente se perdió. Se comenta la historia en unos capítulos finales que desarrollan diversas anécdotas de la narradora y de sus detectives.

Algunas otras de las tramas derivan de los viajes hechos por la escritora, incansable exploradora. De sus viajes en el Orient-Express o sus estancias en Egipto, en las Antillas o en complejos vacacionales surgen también diversos argumentos, especialmente felices puesto que dan lugar a escenarios en los que se encuentra cómoda: varias personas encerradas en un área acotada e impermeable. Escenarios que solo son superados en maestría por las tragedias familiares entre esposos o padres e hijos. De los conflictos familiares en que nuestra autora pudo inspirarse, también se recogen reportajes periodísticos de la época que, sin duda, había leído. Divorcios que acaban trágicamente, seductores que van dejando cadáveres y tomando su dinero o hijas que matan a hachazos a sus progenitores eran –y son- pasto del día en diarios y en las novelas policíacas que comentamos.

De todo ello se deduce que la moral victoriana que siempre se le ha achacado como defecto –como si Agatha Christie fuese de otra época ya desde sus primeras novelas–, quizá no lo fuese tanto si pensamos que simplemente se dedicaba a reflejar los viajes que la alta sociedad –a la que trata con una sibilina tendencia crítica siempre– puso de moda y lo que ocurría en las calles más aterradoras del Soho. En todo caso, se trata de una lectura agradable, entretenida y que te lleva a amar un tanto más –o solo un tanto para quien no sea aficionado– la novela policíaca. Y eso siempre es bueno.

Anterior crítica de libros: Nino Bravo: Voz y corazón, de Darío Ledesma de Castro.

Artículos relacionados