Loquillo: «Vengo de un mundo que se desvanece»

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«A partir de una edad ya no disparas en ráfagas a todos lados, disparas hacia una dirección, pero eso te lleva años, como haber entendido la vida»

 

El viernes 22 ve la luz el nuevo álbum de Loquillo, El último clásico. Un disco en el que el artista ha contado con una amplia nómina de firmas, desde Luis Alberto de Cuenca o Gabriel Sopeña a Santi Balmes, Leiva, o Marc Ros, además de músicos habituales como Igor Paskual o el productor de este trabajo, Josu García. De su nuevo disco, de su camino hasta él y del momento que atraviesa habla en esta entrevista de Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: JAUME DE LAIGUANA.

 

Ir al Hotel Fénix de Madrid es ir a encontrarse con Loquillo (Loco, para los amigos). En el salón que ocupan los bajos del edificio estuvieron los Beatles en 1965, lo tomaron los veteranos del ya desaparecido Balmoral y se ha instalado un Hard Rock Café. El punto entre Colón y el Paseo de la Castellana, para morir paseando por Madrid mientras arde Barcelona.

Desde Balmoral (Warner/DRO, 2008), hace ya más de diez años, Loquillo ha cambiado. Firmaba un disco sin el acompañamiento del nombre de una banda en la portada. Siempre era su cara, pero entonces era distinto. Fue Arte y ensayo (Warner/DRO, 2004) el último álbum de estudio con los Trogloditas, compuestos entonces por Josep Simón (bajo), Jordi Vila (batería) e Igor Paskual (guitarra), superviviente a toda una historia de encuentros y reencuentros con el rock and roll, acostándose algunas veces con el country y otras con la poesía. Los años no han pasado por Loquillo, no lo destruyen como una apisonadora; no tiene Dios que lo pare. La prueba objetiva es El último clásico (Warner/DRO, 2019), producido por Josu García y grabado en Music Lan con textos de Luis Alberto de Cuenca, Santi Balmes, Gabriel Sopeña, Carlos Zanón, Leiva, Marc Ros (Sidonie), Igor Paskual y el mismo Josu. Loquillo ha sabido rodearse de los mejores en su campo, desde el mánager hasta el productor. Alrededor de su figura han orbitado los actores suficientes como para montar un guion y rodar una película. El Loco en blanco y negro, y si puede ser a contraluz, mejor. Luces, cámaras… ¡Acción!

 

¿Cuál es la diferencia entre un clásico y un veterano?
Los veteranos, sobre todo, están muy bien para consultar. Pueden ser unos asesores perfectos. Y el clásico es aquel que trasciende a la cultura popular. Yo tengo una serie de ángeles de la guarda, del infierno también hay, que velan mucho por mí, y son esos veteranos. En las culturas occidentales, los mayores del lugar suelen ser aquellos que acaban en el geriátrico; en las culturas indígenas son aquellos a quienes hay que escuchar. En ese sentido, esos ángeles de la guarda me ayudan a dirimir problemas, decisiones difíciles… e incluso situaciones que tengan que ver con el negocio puro y duro. Y ejercen una influencia importante.

 

En la canción “En el final de los días” le preguntas a los clásicos por tu tendencia suicida…
El suicida puede ser Sócrates o puede ser Gay Mercader. Supongo que cuando das pasos audaces debes tener la opinión de esos clásicos para valorar la situación y el deseo.

 

También decía José Saramago que, cuanto más mayor se sentía, más libremente se expresaba y que por eso más radicalmente se podía expresar.
Sin duda, pero eso ya lo hacía Fernando Fernán Gómez: «¡A la mierda!». Es así, tío. A partir de una edad ya no disparas en ráfagas a todos lados, disparas hacia una dirección, pero eso te lleva años, como haber entendido la vida en general, algo tan difícil ahora mismo en el mundo del rock, y ese concepto de niño mayor que tanto le gusta a tanta gente. La jerarquía también tiene que ver con la experiencia vivida y con el aprendizaje. He tenido la suerte, al poder pasar todos los sarampiones, de haber salido indemne y de haber construido no solamente un personaje, sino una trayectoria vital. Ese es el mejor legado que puedo dar y esos son mis poderes. También he sido el primer artista español que ha roto la muralla de los cincuenta, cuando dicen que no sirves para nada. He sido tres veces número uno con discos hechos entre los cincuenta y dos y los cincuenta y seis años. Y he roto eso que pasaba con las dos generaciones anteriores a mí, en la que los cantantes de rock, cuando llegaban a los cuarenta, se abandonaban. Todavía tengo algo más que hacer, que es ser el primer artista de rock en España que consigue ser atemporal e intergeneracional, y eso se acerca cada vez más.

 

¿En qué momento dejaste de disparar con ráfaga?
En Balmoral. Ese disco fue el punto de salida. Y creo que hubo una serie de momentos mágicos: primero fue telonear a los Stones y a los Who y despedirme de los Troglos justo en el último concierto de los Stones. Y segundo, fue crear una oficina que trabajase directamente para mí. Ahí encontré a José Lapuente y a Big Star. El tercero fue buscar a los músicos que podían ayudarme en esa travesía. Tenían que ser los mejores en cada aspecto. Por eso la banda no debía tener nombre, porque cada uno de los miembros ya tenía el suyo. Por eso no había que poner ninguno y convertir a Loquillo, no ya en una artista que es de sobra conocido, sino en un concepto musical con el que se trabajaba una serie de ideas, en acciones que nos llevaban a un objetivo claro cuando tenía que mostrarme en el lado de los teatros y de la poesía contemporánea. O cuando hacíamos el formato de gran banda y gran clásico del rock español que, con ese éxito, me permitía afrontar proyectos minoritarios, que son los que necesita cualquier artista que se precie de serlo, porque esos son los que te hacen crecer.

 

«Todavía tengo algo más que hacer: ser el primer artista de rock en España que consigue ser atemporal e intergeneracional, y eso se acerca cada vez más»

 

¿Crees que si Balmoral hubiera sido el primer disco de toda tu carrera habría funcionado igual?
Yo siempre tenía una pauta al trabajar, ya la tenía Los tiempos están cambiando: tres bandas diferentes con tres compositores diferentes, esto lo he repetido en varias ocasiones de mi vida y al final ha sido el sello. Ahí encontré un método de trabajo. Balmoral fue el inicio de darle la alternativa a ese proyecto, ya maduro, que se ha ido perfeccionando. Cuando he querido hacer un disco con las canciones de Sabino Méndez, lo he hecho con una banda; cuando he querido trabajar individualmente, como fue Balmoral, lo he hecho con algunos autores. Quizás este disco es el resultado de todo ello. Por un lado, tiene el pronto y el sello del autor, que soy yo, pero por otro es un disco trabajado con un guion lleno de protagonistas donde yo soy gestor y director. Lo que he hecho ha sido poner todo eso en orden y llevar esas formas de trabajo que tenía en esos discos anteriores. Además, hay una colección de discos entre los 90 y el 2000 que vendieron muy bien para la época que era. Muchos decían que tenía que haber dejado antes a los Troglos. Posiblemente… posiblemente por ellos sí, pero yo no estaba preparado.

 

¿Por qué no?
Porque todavía me faltaba creer en mí. Hay discos que podían haber sido mucho mejores si quienes los ejecutaban hubieran creído en lo que estaban haciendo. Yo tampoco, en aquel momento, tenía la experiencia ni conocía tanto el negocio como para poder hacerlo. Posiblemente, si no hubiera vivido encerrado entre giras interminables y los sarampiones propios de la edad, lo habría hecho antes. Pero creo que llegó en el momento justo, cuando tenía una madurez ya clara y quería largarme de un proyecto que estaba acabado y destinado a terminar en festivales ochenteros de esos de revival.

 

Pero Igor es el único Troglodita que ha sobrevivido a todo esto.
Sí; es el elegido. Era una supernova que yo vi pasar en aquel momento. De alguna manera pude reconducir su dirección y convertirlo en estrella, no en una estrella fugaz. Lo primero fue convencerle. Lo segundo fue sacarle de un underground que puede quedar muy bien a una edad pero que no va a ninguna parte dos años después. Evidentemente está su progresión como compositor y como artista, y ha pasado los sarampiones que se tienen que pasar. Yo creo que ahora mismo está, salvando las distancias, en su Balmoral. Cuando hablé con él hace dos años para buscar textos, le dije: «Aquí tienes que lucirte tú, porque eres el que lleva con el Loco tantos años. Tienes que firmar alguno de los temas base, los temas que van a quedar para la historia. Es así, porque te ha llegado el puto momento. Te jodes, acepta tu responsabilidad. Y punto». Me presentó un par de cosas con textos que no me gustaron nada. Otro hubiera dicho: «Me cago en dios, puto jefe, cabrón…», pero él se dio cuenta. Asumió el golpe y al cabo de seis meses me presentó estos dos temas.

 

Creo que conociste a Igor en la época de Cuero español, también grabado en Music Lan, por cierto.
Sí. Feo, fuerte y formal también está grabado allí. A pesar de que fue el disco en el que entraron las canciones de Igor, fue el canto de cisne de los Troglos. Yo pienso en ese disco ahora mismo con mi banda actual y… ¡Pfff! Ahí se notaba, primero, que no tragaban al productor. Segundo, que entre ellos tres tenían sus rencillas personales que yo ni entendía. Y que no se creían el proyecto ni de casualidad. El único que se lo creía era [Jordi] Vila. Entre el 2003 y el 2006 se produjo un momento fundacional de muchas cosas. La forma de trabajar es a partir de Balmoral, pero el concepto artístico viene del último disco de los Troglos, Arte y ensayo, cuando Igor Paskual entra como miembro oficial, crea las rencillas dentro de la banda e impone una manera de entender el rock más cercana a lo que yo quería hacer. Todo eso, unido a la participación de Jaime Stinus a la producción, hace que el viejo sonido, otras viejas formas de trabajar, con la vieja manera de entender el oficio, quede atrás… Y ese es el final de los Troglos. Yo me hubiera ido antes. De hecho, Hermanos de sangre [álbum en directo que sirvió de despedida de Loquillo y Los Trogloditas] fue un disco que se improvisó, porque quince días antes el batería dijo que no quería grabar, que no quería trabajar con Stinus… Producto de sus problemas personales. Nos dejó colgados. Después pasó lo mismo con el pianista. Al final, ese disco se resolvió con Guillermo Martín, con Jaime Stinus y con Igor. Aquello era el final; yo quería terminar con ese disco extra con los Troglos y volver a Sabino Méndez a la actualidad. Esos errores en la batería y las bajas de última hora no hicieron posible que fuera una celebración y tampoco pude decir que lo había terminado. Entonces vino a huevo la oferta de los Who, primero, y después de los Rolling Stones, para ser sus teloneros. Pensé que era el momento para irse. Siempre recordaré ese momento, cuando lo dije, y la cara de algunos porque el cantante se iba del grupo. No podía más: el camino de los Troglos era ir a tocar en los festivales ochenteros. Y así ha sido. Yo tengo un montón de bandas tributo, algunas con más fortuna que otras, pero creo que en cada comunidad autónoma hay varias. Hay un caso de un miembro de una banda española e internacional que ha llegado a tocar con el grupo tributo de su propio grupo. Eso da mucho miedo, lo vi venir y salí de ahí echando hostias.

 

La letra de “El último clásico” dice que «hay demasiados aspirantes, todos se ponen por delante y están demasiado informados, pero no son tan apasionados». Encuentro aquí un enlace con la canción de Bunbury “La actitud correcta”, cuyo texto dice: «Citas grupos que están de moda y tu nuevo disco será la hostia. Más guitarra y más sintetizador. Seguro que me suena a la misma canción». Aunque todo se repite, ¿por qué todos buscan imitar un sonido, pero muy pocos lo consiguen?
El tipo que la clava, cuando va por ese camino, es [Jaime] Urrutia cuando compone “Underground”. Es demoledor. La hostia que da al negocio, a la prensa, a los músicos… es sensacional. Se adelantó a su tiempo, porque estaba hablando del esnobismo, de cantar en inglés… Y todas esas bandas que cantaban en inglés ahora lo hacen en castellano, y si antes estaban en compañías independientes ahora están todas en multinacionales. Hombre, un poco de seriedad. Al menos nosotros no engañamos a nadie; fuimos directamente a una multinacional porque sabíamos dónde iban a acabar las independientes.

 

«Cuando estoy en el escenario, soy yo; cuando bajo del escenario, soy un actor, al revés de lo que piensa la gente»

 

Entonces, ¿un clásico debe serle fiel a las viejas tradiciones?
Sí, sí, sí. El clásico lo único que hace es crear su propio clásico y la correa de transmisión. Tienes que ser fiel a tus orígenes, a una manera de hacer las cosas. Cuando estoy en el escenario, soy yo; cuando bajo del escenario, soy un actor, al revés de lo que piensa la gente. Construyo personajes para enfrentarme al mundo cuando bajo del escenario, porque lo que soy como persona ya lo he dado ahí arriba, ya he mostrado cómo soy. Para defender esa persona que soy tengo que inventar un personaje que me defienda del mundo, y ese es el Loquillo que baja del escenario. Pero el de verdad está arriba.

 

¿Qué referentes van a tener las generaciones siguientes? No tenemos a Bowie, Lou Reed, Johnny Hallyday, no existe el Balmoral…
Vengo de un mundo que se desvanece, querido, de ahí la portada, que es muy significativa y se puede entender de varias maneras, porque es simbolista. El fuego puede explicar la pasión, puede significar que soy Sagitario, pero también parece un mundo que se desvanece.

 

Y no es la primera vez que mencionas el fuego en tus canciones: “Muñecas rusas”, “Un hombre puede llorar”, “Rusty”…
Exactamente. Ahí hay una pregunta más que otra cosa, porque el rock and roll siempre ha sido muy hábil y ha vampirizado géneros para seguir. Si te fijas, los flamenquitos, cantantes de baladas, raperos, políticos… quieren ser rock. Todos quieren ser como nosotros, quieren molar. Los políticos son ególatras, pintureros… ya no son lo que conocí; quieren ser estrellas. Los raperos, para provocar, dicen la mayor barbaridad. ¡Fíjate en mis barbaridades de los últimos treinta y cinco años! Ya verás tú como lo suyo es un chiste. Hay un sector del rap que me interesa, pero el otro me parece una chapa hedonista. Puedes comparar una canción de C. Tangana con “Chanel, cocaína y Don Perignon”. Hay conexiones, claro, pero quieren ser tan chulos como los rockers. Es cultura de barrio, vale, ¿pero qué éramos nosotros? Éramos rockers, éramos teddy boys… Después está la apropiación estética, las cazadoras de cuero, que para vacilar me pongo el micro Shure… ¿Y dicen que el rock está perdido? Pues ahí lo ves: está en todas partes. Otra cosa es la gente que lo practica, mi banda y yo somos posiblemente los únicos. Hay un gran promotor que dice que somos los últimos de Europa con ese sentido del rock and roll. Y yo no dejo de ser el último de esa tradición del rock and roll del frontman y la banda, en eso sí que les doy la razón, porque además yo he sido ungido, he cantado con Johnny Hallyday, he hecho una canción de Johnny Cash con su autorización cuando nadie sabía en este país quién era Johnny Cash… Empieza a sumar cosas. Mi padre trabajaba con el hermano del cantante de Los Sirex, que fue el primero que me trajo los discos a casa, empecé en un cabaret de las Ramblas… Es que tengo todo, todo aquello típico de una estrella del rock. Recuerdo cuando Johnny [Hallyday] me preguntó dónde empecé y yo le respondí que en un cabaret de las Ramblas. Ahí le cambió la cara. Lo segundo que me preguntó fue quién era el tío que llevaba conmigo [Dani Rojo]. Yo le respondí que era un atracador profesional. A partir de ahí, todo bien. Yo tengo ese background. Ahora no es que no lo encuentre, es que pertenezco a un mundo que ya no existe. Antes, el rock and roll y la delincuencia iban unidos. Era una línea muy fina. La última banda de rock and roll que ha existido, aunque parezca una obviedad, fueron los Guns N’ Roses, los últimos que dieron miedo. Y si Radiohead dan miedo, yo me muero de risa. Es muy difícil que vuelvan a salir bandas de ese tipo, porque el mundo no es el mismo.

 

Y no les dejarían…
Aparte. Vivimos en un mundo tan light y tan políticamente correcto que vas a ver una película de la historia de tu país, como la última de [Alejandro] Amenábar, Mientras dure la guerra, y sales del cine preguntándote: «¿Esto va en serio? Este tío se ha caído de un guindo». Pero bueno, conociendo lo que ha dicho el canal Classic de TCM de El halcón maltés, pues qué quieres que te diga. Te recomiendo que veas lo que han dicho de la peli, porque con eso ya está dicho todo. Este es el nivel que hay. Sí, sabrán muy bien dirigir, sabrán perfectamente cómo es el oficio, pero no tienen ni puta idea de lo que cuentan.

 

Al hilo de esto, en “Somos lo que defendemos” dices que «lo singular es subversivo», mientras que en “El último clásico” cuentas que «lo normal es radical».
Lo que antes nos parecía normal, ahora es radical. Una persona que tiene principios, valores, es de una manera, de una pieza, es radical. ¡Coño! Entonces, ¿hay que ser un veleta? También se ve en la música, en el cine, en el teatro… El poco compromiso, pero ya no el compromiso social, que es algo que me aburre, sino el compromiso contigo y con tu arte. ¡Hostia!, es que cada vez hay menos, pero hay un esnobismo acojonante al reivindicar a artistas que no tienen nada que ver con el rock, simplemente por vacilar. Hay mucha impostura y muy poca gente de verdad.

 

¿Qué referentes tendrías o tienes en política, aunque sean antiguos?
La última vez que me mojé fue con Los Verdes de [José María] Mendiluce y [Daniel] Colhn-Bendit. Gabriel [Sopeña] y yo participamos en la campaña. Convirtió el libro de Mendiluce (El amor armado) en canciones y “Armando el amor” fue el himno de campaña. Después del desencanto que tuve con todo aquello, el partido desapareció y una parte entró en el PSOE y la otra creo que se fue a Equo. Ese fue el último momento, porque tanto él [Gabriel] como yo nos llevamos un palo tremendo. Fue una decepción y ahí dije: «Se acabó».

 

Escribía Manuel Jabois el pasado septiembre en El País que la política española llevaba días en un corredor del que no saldría con vida además de no salir del ridículo. La pregunta es: ¿crees que la política española saldrá del ridículo?
Dime una razón por la que votarías a Pedro Sánchez. Es un poco exagerado lo que voy a decir, pero tiene su coña y creo que me entenderás: es el único político que no ha salido en El hormiguero durante esta campaña. Pero me sorprendió que Pablo Iglesias saliera en El hormiguero. Hemos llegado a un nivel… Yo no voy a esos programas, no porque no me gusten, sino porque no doy juego. No voy a un sitio para que se rían de mí. Ni [David] Broncano, en serio. Y no voy a sitios para que se rían de mí porque se me nota, y si ese día me encuentro de mala hostia le suelto un bofetón. Entonces, cuando veo a los políticos rebajándose a eso, dejo de respetarlos automáticamente. Es un reflejo de la sociedad en la que vivimos.

 

«Voy a ver morir a todos los clásicos, a no ser que tenga un mal día»

 

“La vampiresa del Raval” es una canción compuesta por un catalán (Marc Ros) para que la cante otro catalán (Loquillo).
Y “Gafas de sol”, que está escrita por un escritor catalán que es Carlos Zanón. Eso está buscado.

 

¿Cómo ves la Barcelona de ahora comparada con la que tú viviste?
No tiene nada que ver. De esa Barcelona queda lo que respondió Dylan cuando le preguntaron en el documental Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story, de Martin Scorsese, qué quedaba de la Rolling Thunder Review: cenizas. Yo me fui hace quince años y no iba desencaminado. Dejé una ciudad atrás porque ya no era la ciudad en la que crecí. Prefiero guardar un buen recuerdo de ese momento e ir de tanto en tanto para ver a mis amigos, a las personas a las que quiero… No tengo ninguna relación con lo que queda de mi familia desde que murió mi madre, por eso tengo esa sensación de libertad. ¿Para qué quiero un país, si he nacido en Barcelona? En Barcelona se decía, a mitad de los setenta, que habías nacido allí y ya eras ciudadano del mundo, porque Barcelona era el mundo. ¿Qué pinto yo ahora? ¿Soy el referente de Barcelona? Sí. ¿Soy el artista español con más canciones referenciales sobre la ciudad? También. Creo que hay un momento fundamental, que es la muerte de [Francisco] Casavella, el último reflejo de la Barcelona que fue, y sus artículos son los últimos estertores de los que amamos Barcelona y de lo que significaba: su cosmopolitismo y su lugar de cruce de culturas. Todo eso ya no existe.

 

¿La solución de todo lo que ha pasado en Cataluña (1-O, el procés…) es la cárcel?
No sabría decirte, la verdad, porque vivo en Euskadi. He visto el final de una cosa y después veo el inicio de otra, y me produce mucha pena. No entro a valorar qué es mejor ni qué es lo peor, si hay arreglo o no; solo veo que entre unos y otros se han cargado la ciudad donde nací.

 

¿«Es la nostalgia por lo no vivido»?
Sí, exactamente. Lo que podía ser y no fue. He visto a toda una generación de músicos, escritores y actores que tuvo que irse de la ciudad. Hablo muchas veces con Sabino [Méndez] sobre este tema porque él está en el centro del huracán por su trabajo periodístico. Nos duele mucho. Carlos Segarra vive cerca de Benidorm, otro se ha ido a Madrid, otros a hacer radio y televisión a Galicia… Gran parte de mi generación, la que creció en una Barcelona con una mentalidad abierta, se tuvo que ir. Lo vi claro y creo que fui el primero. Y cuesta mucho. Veo las cosas desde fuera, y veo lo que me cuentan los medios, pero sé lo que pasa la gente ahí, mis amigos, mis conocidos… Se está viviendo una locura que es irracional y que no tiene ninguna explicación. Hay muchas familias rotas, muchos amigos que no se hablan… ¿Qué más tiene que pasar para que le quiten a Barcelona todo su poderío? Los atentados terroristas… Es como si hubiera habido una confabulación de factores que quisieran ir a por esa ciudad que ha significado tanto. Soy el artista que más canciones ha cantado sobre Barcelona, ¿qué más puedo decir?

 

Viviendo al norte del futuro y al sur de la esperanza, con viento del este, ¿qué es lo que vendrá por el oeste?
Bueno, estoy más cerca del final que del principio. Eso lo tengo muy claro. Ya dije hace un tiempo que me estoy preparando, poco a poco, para envejecer con dignidad, otra cosa que no se ha hecho bien aquí. No vamos a llegar al nivel de Bowie, porque es evidente; no se puede ir uno mejor del escenario, pero algo se me ocurrirá. Me quedan dos grandes discos por hacer, además de un disco de poesía contemporánea… y después ya veremos. Pero sabré irme con elegancia. No me voy a arrastrar por los escenarios, aunque mi ADN y mi preparación física me van a permitir llegar mucho más lejos que otros. Voy a ver morir a todos los clásicos, a no ser que tenga un mal día, ¿entiendes? Pero voy a ver morir a todos los que hemos admirado, a todos los que hemos visto en directo… y eso va a ser un momento muy duro. No van a volver. El rock and roll es la música clásica del siglo veinte, y de la misma manera que asistimos a un acontecimiento de música clásica y vemos lo mejor de Verdi o Mozart, la gente irá a los auditorios a escuchar las grandes obras del siglo veinte. Un día tocarán los grandes éxitos de los Rolling Stones, de los Beatles, de Bob Dylan interpretados por otra persona. Eso es lo que perdurará. Imagino que, en su momento, la gente dejó de ver a los autores de música clásica porque ya se habían muerto, pero iban a escuchar sus obras. Y esto terminará igual, a no ser que las figuras y los hologramas de los cojones nos sustituyan. Ya me ha dicho el cabrón de mi hijo que vaya firmando lo de los hologramas por si acaso (risas). Es el sino de los tiempos.

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