Las montañas, de Delaporte

Autor:

DISCOS

«Sandra y Sergio han construido un mecanismo de relojería perfecto»

 

Delaporte
Las montañas
MAD MOON MUSIC, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Que Delaporte se ha arriesgado muchísimo en su último disco es algo evidente. Y que han salido airosos del envite, también. Bien, es música electrónica, pero los dos primeros temas captan el ambiente folk de un país imaginario, de un país frío del norte. El contraste entre naturalidad y máquina resulta fascinante.

El prólogo es “El refugio”, que entre sonidos cósmicos parece iniciarse con las armonías y el tono de Vainica Doble. El primer capítulo es “Se va”, una doliente nana, acústica y envolvente, que se mueve entre palmeos —qué bien suenan en una música que ya es global estos embates hispanos— y que finaliza con la densa solidez de música industrial, o italodisco, cambiando los parámetros de golpe.

A pesar que desde aquí el elepé va subiendo en bpm, hay extraños cromatismos sensibles. La colaboración rapeando de Afrikano en “Rica rica” no esconde la extraña sensualidad de la canción, casi una rumba con fondo tecno, y la rara ternura de “No” va deslizándose entre colores cambiantes como un atardecer.

A partir de este punto, el disco se encamina hacia la locura, hacia lo salvaje, abriéndose a sonoridades que, con patrones iguales, abrazan cada una paisajes diferentes. “No dirás” es puro revuelo hispanoamericano y festivo; pero no a la manera habitual, aquí los aires son andinos y siguen las nuevas direcciones de Javiera Mena. Antes han venido el espíritu eurodisco de “El volcán”, la rabia tomando músculo y cruzando las voces en “Bang bang” —con la presencia de Ginebras— y la demencia de “La bestia”, una pequeña sonata del asombro. “La bestia” se estira, cruje, se encoge, acelera, da volantazos y cambia de ritmo. Una perfecta rodaja de sonido para quedarse sin aire.

Y si el disco empieza folk, acaba también en ello con los primeros compases de “De dónde vienes”, que va creciendo en carácter de himno por la presencia de Putochinomaricón para que se aprecie más la delicadeza de la canción que le sigue, “Universo”, una balada a piano a lo Kate Bush, y la grandiosidad de la que da título al conjunto.

Sandra y Sergio han construido un mecanismo de relojería perfecto. La frialdad del metal tecnológico, la calidez de la mano que lo asienta, la estructura perfecta en el orden de las canciones y ese pellizco que te encoge el alma cuando lo que están cantando no entra en los parámetros, pero te envuelve de feliz belleza.

Anterior crítica de discos: Live at Goose Lake: august 8th 1970, de Iggy Pop & The Stooges.

 

Artículos relacionados