Las comarcales, de Víctor Coyote

Autor:

DISCOS

«Es un viaje largo este disco, pero no resulta cansado. Al contrario: resulta gratificante y rejuvenecedor»

 

 

Víctor Coyote
Las comarcales
Volcan 158, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Víctor Coyote ha cogido carreteras comarcales, esas olvidadas pistas, pedregosas, que no parecen romper el paisaje sino formar parte de él. Por su pueblo, Tuy, pasa una moderna autopista que conecta con Portugal, pero él prefiere cruzar por el viejo puente de hierro y, una vez en territorio luso, tender puentes al otro lado del Atlántico. En sus ritmos y en sus palabras.

Ejemplo preclaro es “Trinta Trinidad”, un calpypso cantado en portugués del Brasil y bordado con el trombón de Santi Vallejo que, por mucho que no quieras bailarlo, te dispara los pies a cien. En el fondo, nada muy alejado de lo que hizo en “Lenga lenga”, como no está muy alejado de los primeros Coyotes ese sonido oscuro, aquí más melódico, pero con la energía de la guitarra de Pedro Barceló, de Guadalupe Plata, que muestra en “A pena do home necio”.

Puente a Colombia, también, para la estupenda “Cumbia de milagro”, con toques de frontera polvorienta, llena de punteos al sol y percusión de selva. Y pasando al Caribe está “La maravilla”, con una guitarra casi surfera, llena de claridad, que se convierte en un son cubano en el estribillo. Los vientos llevan más al sur en la que cierra el disco y le da título, que se construye con regusto a Atahulpa Yupanqui.

También hay espacio para la legión extranjera. “Es tarde” se viste con la guitarra de Pablo Novoa, que es puro JJ Cale, y “Artificial” posee la soberana desfachatez de Buddy Holly. Pero de todas, la que fusiona de manera más acrisolada todas sus influencias es “Costa Nova”, o las reflexiones de un divorciado frente a una playa decadente, a la manera de Raymond Carver. El violín, en ella, acaricia un recitado que mezcla a Roy Orbison con la morna caboverdiana.

Volvemos a la península, “Santa Crú” es una rumba cruda, como en sus primeros tiempos, en la que se mezclan, como en su letra, La Elipa y Caño Roto. Y “Sentimiento barato” es una de esas baladas suyas sentidas, de amor intenso, que aquí se dulcifica. Su mundo de cariños de fotonovela y ferias de pueblo, la cultura popular, aquí asiste a la decadencia y el puñal.

Paisajes bien diversos, un recorrido variado por comarcales, el aire bien oxigenado y el radiocasete a tope. Es un viaje largo este disco, pero no resulta cansado. Al contrario: resulta gratificante y rejuvenecedor.

Anterior crítica de discos: El corte final, de Paraíso.

 

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