Las (Dixie) Chicks siguen siendo guerreras (y no se callan nada)

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COWBOY DE CIUDAD

«No se desprenden de las claves instrumentales tradicionales, pero las construcciones líricas y los ritmos apuntan muy lejos de Nashville»

Las antiguas Dixie Chicks, renombradas como Chicks, unen sus fuerzas de nuevo para publicar Gaslighter, un disco en el que se alejan del country tradicional que las catapultó a la fama hace ya veinte años. Por Javier Márquez Sánchez.

 

Una sección de JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Foto cedida por SONY MUSIC.

 

Entre 1998 y 2003 Natalie Maines (Texas, 1974), Martie Maguire (Pensilvania, 1969) y Emily Robinson (Massachusetts, 1972), las tres veinteañeras integrantes de The Dixie Chicks, se convirtieron con tan solo tres álbumes en la formación femenina de mayor éxito de la historia (30,5 millones de copias vendidas junto a su cuarto disco en 2006). La clave de su éxito radicaba en la esencia de sus propuestas: tres «polluelas sureñas» que ponían un sonido country tradicional al servicio de unas letras que reivindicaban su tiempo y su nueva realidad. Eran buenas chicas sureñas como lo fueron sus madres, pero no estaban dispuestas a permanecer calladas y aguantar según qué cosas. Vestidas con aires de Britney Spears, hacían sonar fiddles, banjos y steel guitars mientras cantaban sobre asesinar a un marido maltratador.

En definitiva, tres décadas después de que Loretta Lynn y Tammy Wynette removiesen las raíces del género con éxitos feministas como “Don’t come home a-drinkin’ (with lovin’ on your mind)” y “D-I-V-O-R-C-E”, las Chicks llegaban dispuestas a ofrecer un modelo actualizado para las buenas chicas estadounidenses del siglo XXI.

La fórmula, ya decíamos, fue un triunfo tanto de ventas como de críticas, llegando a cosechar 13 premios Grammy, seis premios Billboard Music, cuatro premios American Music y numerosos premios de la Country Music Association. Pero aquella meteórica carrera se truncó en un escenario londinense el 10 de marzo de 2003. Aquella noche 100.000 soldados estadounidenses aguardaban en Kuwait a que se cumpliese el ultimátum de 48 horas que George Bush le había dado a Saddam Hussein para entregar las armas de destrucción masiva que supuestamente escondía. Unos días antes, miles de personas habían tomado la capital británica —al igual que otras europeas— para protestar contra una guerra que parecía ya inevitable. Por eso aquella noche, la tejana Natalie Maines, voz principal de la banda, le dijo a su público: «Estamos en el lado bueno, con todos vosotros; y nos avergonzamos de que nuestro presidente sea de Texas».

La tormenta que se desató en las siguientes semanas hacía tiempo que no se vivía en la industria musical: llamadas a las emisoras de radios para pedir que no pincharan canciones de las Dixie Chicks, retirada de patrocinadores de su gira, quemas públicas de sus discos y hasta amenazas de muerte tan serias que llevaron al FBI a ponerles escolta. Tres años después, con sus ventas en caída libre, la banda lanzó el excelente Taking the long way (2006), un disco que logró vender dos millones de copias a pesar de que las emisoras de country seguían sin poner su música. La industria decidió apoyarlas y el álbum ganó cinco premios Grammy, incluyendo álbum del año, disco del año y canción del año. Pero el rechazo de fans y empresas colaboradoras, así como los continuos insultos y campañas de descrédito en los medios, se convirtieron en una batalla demasiado amarga, y la banda decidió desaparecer.

En estos catorce años las tres cantantes y compositoras han ofrecido actuaciones esporádicas, entregada cada una a sus proyectos personales, y cada cierto tiempo sobrevolaba el ambiente la posibilidad de un nuevo disco juntas. Una de esas reuniones llegó cuando en agosto de 2019 Taylor Swift, una artista que siempre se ha declarado deudora de las Dixie Chicks, las invitó a participar en su sencillo “Soon you’ll get better”. El exitoso tema resultó a su vez un avance del cambio de registro que iba a presentar el trío en su nuevo álbum.

 

 

Porque a semejanza de Swift, las Chicks —que así han quedado rebautizadas tras eliminar a finales de julio “Dixie” de su nombre para evitar las connotaciones racistas— han dado un volantazo más que evidente hacia el pop en este Gaslighter (Sony Music), un disco que a muchos les costará aceptar que sea catalogado como country de no ser por la referencia previa de sus autoras. Es cierto que no se desprenden de las claves instrumentales tradicionales (abundan los fiddles, banjos y steel guitars; de hecho, en sus primeras actuaciones promocionales se presentan en escena con versiones eléctricas de estos instrumentos), pero las construcciones líricas y los ritmos apuntan muy lejos de Nashville, incluyendo coqueteos con el rap.

Una vez más, estas tres mujeres han decidido actuar libres de cortapisas y planteamientos previos y han intentado darle un nuevo empujón al género que por momentos funciona —como en el tema que da título al álbum— y en otros se pierde sin remedio en mareas pop (lo que no invalida la calidad del trabajo, solo su «etiquetaje».

 

«Es una interesante propuesta arriesgada, que llega al mercado a sabiendas de que resultará incómodo para muchos»

 

El motor y leit motiv del disco parece estar en el reciente y algo traumático divorcio de Natalie Maines y el actor Adrian Pasdar. Tanto es así que por lo visto Pasdar ha llegado a presentar las letras del disco ante un juez para que estudie si la artista ha violado el acuerdo prenupcial de confidencialidad que le impedía componer ninguna canción de manera explícita sobre su relación. El término gaslighter hace referencia a una pareja nociva, que abusa de la otra persona volcando todo tipo de culpas sobre ella haciéndola sentir culpable por todo lo malo que pasa —o todo lo bueno que nunca llega— en la vida del maltratador

 

 

Esta canción sirve de acertada aproximación al resto del álbum tanto por el tono duro, nada complaciente y sin la menor concesión de sus textos, como por la propia temática de los mismos. Y es que la práctica totalidad de las canciones aborda de un modo u otro no ya la ruptura de la pareja, sino qué ocurre cuando el otro —el hombre, sin medias tintas— rompe la relación de modo abrupto, habitualmente a través de una infidelidad. Desde recriminaciones sobre el cinismo y sangre fría para llevar esa doble vida (“Sleep at night”: «¿Cómo duermes por la noche? / ¿Cómo puedes soltar esas mentiras / Mirándome a los ojos / Viviendo una vida doble? / Dime, ¿cómo duermes de noche?»); al necesario careo tras el inevitable anuncio (“Hope it’s something good”: «Si te vas / espero que realmente merezca la pena / haber desperdiciado estos veinte años»; “Tights on my boat”: «Espero que mueras tranquilamente en la cama / Es coña, espero que te duela como me ha dolido a mí / Espero que cada vez que pienses en mí no puedas respirar»); hasta canciones de apoyo a las mujeres que quedan hundidas o en difíciles circunstancias tras una ruptura traumática (“Julianna calm down”: «Tranquila, Julianna / sabes que va a dejarte, pero no entres en pánico / no le des la satisfacción de no poder sobrellevarlo / Respira / Todo estará bien»); o incluso intentos algo a amargos de mantener la relación a flote (“For her”).

 

 

Dos composiciones destacan entre las pocas que evitan la temática de pareja (o mejor dicho, de no-pareja). Por un lado, la emocionante “Young man” presenta la charla que mantiene una madre con su hijo poco después de la muerte del padre: «No tuve palabras para ti ese sábado / Mientras los dos veíamos cambiar nuestro mundo, / tu héroe cayó justo cuando cumplías la mayoría de edad / Y no tenía palabras, pero ahora sé qué decir / Tu eres parte de mí, pero no eres mío / Camina tu propio sendero incierto / Te prometo que estarás bien / Quédate con lo mejor de él / Mientras tu propia vida comienza / Y deja atrás las malas noticias».

Por su parte “March march”, vuelve a presentar el lado más beligerante de las Chicks en unos versos que reivindican la movilización social para luchar juntos contra algunas de las cuestiones más preocupantes de la sociedad actual, desde el cambio climático al control de armas o la violencia policial racista: «Decidles a los viejos del lobby / lo que pueden y no pueden hacer con sus cuerpos / Las temperaturas están subiendo / Las ciudades se están hundiendo. / ¡Venga, corta ya esta mierda! / Sabes que tu ciudad se está hundiendo / Las mentiras son verdad y la verdad es ficción / Todos hablan / ¿Quién va a escuchar? / ¿Qué diablos pasó en Helsinki?». Musicalmente esta canción resume muy bien la concepción global del álbum. Con aires marciales, se mueve en coordenadas pop evidentes, pero de pronto surgen un fiddle y un banjo con arreglos realmente originales, dejando claro que las Chicks quieren seguir avanzando con su música sin dejar atrás todo el bagaje almacenado. Por otro lado, aunque el vídeo musical se nutre de imágenes de un sinfín de movilizaciones, el protagonismo recae en el movimiento Black Lives Matter, incluso llegan a aparecer en pantalla los nombres de todos los afroamericanos muertos a manos de la policía estadounidense «en extrañas circunstancias». El vídeo, por supuesto, ya ha desatado numerosas críticas.

 

 

Estamos ante un disco valiente, que lo apuesta todo a una carta —aunque disfrutable por cualquiera, es evidente que se trata de un trabajo «de mujeres para mujeres»—, y que según la sensibilidad y gustos del oyente puede llegar a resultar algo cansino tanto por la redundancia de la temática como por ciertas estructuras musicales que inciden en la repetición martilleante de versos clave. Pero es una interesante propuesta arriesgada, que llega al mercado a sabiendas de que resultará incómodo para muchos —sus tres vídeos musicales ya han generado debate—, y eso merece ya el voto de confianza. Y por supuesto, no hay que olvidar el placer que resulta escuchar ese trío de voces mágicas que alcanzan maravillosas armonías vocales cuando se unen. Con todo ello, el disco tiene algunos momentos realmente potentes, incluso inquietantes, otros bastante interesantes y también alguno tan anodino como “My best friend’s weddings”, del que podría haberse sacado un taquillazo de Julia Roberts en sus días de oro de comedias románticas (es la historia de dos personas que se enamoran en la boda de una amiga, rompen y vuelven a encontrarse y a notar margaritas en la tripa en la siguiente boda de la misma amiga; apasionante).

Dos incógnitas quedan en el aire: ahora que solo un 43 por ciento de los estadounidenses considera que la invasión de Irak fue una decisión correcta, ¿darán una segunda oportunidad a las Chicks? Por otro lado, ¿serán estos aires pop con corazón country los que marcarán los futuros trabajos de la banda? Sin duda hay que escucharlo, se trata de un buen álbum de regreso, aunque bastante lejos de la genialidad de sus grabaciones previas, imprescindibles ya del country de comienzos de siglo. Pero quién sabe, quizás esto solo sea un calentamiento.

Anterior entrega de Cowboy de ciudad: Willie Nelson, el amor inquebrantable ante el paso del tiempo.

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