La muerte del hipster, de Daniel Gascón

Autor:

LIBROS

«Un fresco de la España que estamos dejando aderezado con la sal y el zumo de limón de la carcajada»

 

Daniel Gascón
La muerte del hipster
PENGUIN RANDOM HOUSE, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Un hipster en la España vacía supuso, el año pasado, un fenómeno literario que, desde luego, no surgía aislado y exento de referentes, estaba bien anclado en un suceso que la escritura española —no digo la novelística— venía teniendo a cocción. En el futuro se estudiará cuál es la interacción entre los ensayos de Sergio del Molino que describieron —que no descubrieron, ya se sabía— la España de kilómetros de carretera sin más ser viviente que alguna águila a lo lejos, los relatos que volvían la vista a esos lugares desde una mirada poética y los que tiraban de retranca y absurdo para, en el fondo, hacer un retrato social tanto del campo como de la urbe. La novela de Daniel Gascón pertenece a este último capítulo y, aunque recorre las cuestiones más acuciantes de la España actual, lo hace de manera amable, no sangrante y extrema.

Tras la ruptura con su novia, en un nuevo beatus ille, Enrique Notivol se refugia en el pueblo de su tía, ansioso de escapar de la vida moderna que lo angustia y buscando una ligazón con la naturaleza, germen de todo bien. Cree él. Como todo residente de ciudad —créanme, lo se muy bien— los comentarios fueron dirigidos a apostar cuánto duraba en el pueblo, si tres días o cuatro. Duró más, tanto como para llegar a ser alcalde y a reencontrar el amor con Lourdes, la dueña de uno de los bares del pueblo. Hasta aquí llega la trama de la novela de origen.

En esta nueva novela, La muerte del hipster, el alcalde tiene que enfrentarse a amenazas inesperadas. En primer lugar la pandemia y la gesión de las vacunas que producen curiosos efectos en los habitantes del pueblo; en segundo, el proceso de secesión que inicia el barrio de Las Masías de la Rambla; para rizar el rizo, la presencia de forasteros, que acerca la novela a los ámbitos de Los asquerosos.

El texto, en definitiva no es más que un conjunto de gags que expone con ese humor levemente punzante la incomunicación vital entre la ciudad y el campo con una figura de notorio aire quijotesco, pero que después recorre el camino de Jardiel, Mihura, Mendoza, Berlanga o José Luis Cuerda, a los que se acerca más o menos en uno u otro episodio.

Así, Enrique habla con palabras de la nueva era, y los campesinos le avisan de que no les pise el sembrao; o la Guardia Civil detiene a un pastor cuando va a dar de comer a las ovejas, sin tener en cuenta que el confinamiento no afecta a los lugareños porque en la agricultura no se puede teletrabajar. O la llegada de los hombres de negro que auditan las posibilidades del pueblo para entrar en un programa piloto y son alojados en el puticlub, al que describen en su informe sin saber realmente qué es.

Bastante más real de lo que parece en esos turistas que se quejan de que les despiertan las campanas, de que cantan los gallos y de que el olor del abono es nauseabundo, el libro más que un retrato sociológico, es un fresco de la España que estamos dejando aderezado con la sal y el zumo de limón de la carcajada.

Anterior crítica de libros: Los viajeros de La Vía Láctea, de Fernando Benzo.

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