La importancia de Enrique Morente

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«Detrás de ‘Omega’ estaba un creador del flamenco al que el término cantaor le viene estrecho. Morente era un valiente investigador que apostó por la cultura en su más amplia expresión, asumiendo el género al que se debía pero permaneciendo atento a cuanto sonido pudiera interesarle»

En este texto de homenaje a la figura de Enrique Morente, Juan Puchades, desde unas palabras de la hija del creador, reflexiona sobre la importancia del fallecido creador flamenco, al que el término cantaor le quedaba estrecho.


Texto: JUAN PUCHADES.


Con el óbito reciente, los adjetivos se disparan, los lugares comunes se suceden, las bien intencionadas muestras de condolencia no permiten ver con claridad lo que queda detrás, la magnitud de una vida. De una obra, en el caso de un creador. Siempre es así. Y bien está que lo sea si, como en el caso de Enrique Morente, merecidos son todos los elogios.

Ayer por la tarde, leía en un diario digital unas declaraciones de Estrella Morente a la puerta del hospital donde poco después moriría su padre, en las que la cantante de voz privilegiada mostraba su sorpresa y comentaba, ante las muestras de cariño y solidaridad, algo así como «sabía que mi padre era importante, pero no imaginaba que lo fuera tanto». Lógico, acostumbrado a la intimidad y la cotidianidad con la persona que habita en el genio –ya, desde ahora, mito, leyenda–, ¿quién reconoce en ese señor que encuentra por las mañanas, despeinado y en pantuflas, tomando el desayuno en la mesa de la cocina, al que arrebata multitudes en directo, al que provoca emociones íntimas e intensas mediante la escucha de sus discos, al que ha traspasado la frontera sentimental del oyente para instalarse para siempre en su corazón? Seguramente, quien mejor puede reconocerlo es, precisamente, el que lo vislumbra desde fuera, el que desde la distancia eleva a imaginarios altares a quien desborda arte en unos minutos de sentimiento creativo regalados a golpe de inspiración.

Quienes somos ajenos al flamenco, y vemos sus reglas inexorables y los dogmas impuestos por los garantes de la pureza como algo tan ajeno a la razón como tedioso, somos, tal vez, los que mejor podemos calibrar esa importancia de la que hablaba Estrella al referirse a su padre. Porque somos nosotros quienes pudimos –todavía pueden los oídos que se acerquen de nuevas– sorprendernos por el valor de una obra referencial como la tan consabida «Omega» y medir –arbitrariamente, por supuesto– su grandeza para situarla junto a «La leyenda del tiempo» y el impacto que ésta causó en quienes, habitualmente, permanecemos indolentes ante el cante flamenco. Obras que desbordan el ámbito de creación impuesto por las reglas de la ortodoxia a sus autores, que salpican géneros, que ejercen de vanguardia abriendo a machetazos de estro caminos que nunca antes nadie había andado. Son obras que provocan sorpresa, curiosidad, tal vez incluso rechazo, pero cuya escucha a nadie deja indiferente. Son tan grandes que, aunque invitan a atisbar en el pasado y a estar atentos a los próximos pasos de su creador, marcan de modo tan rotundo el antes y el después que todo lo demás queda eclipsado. Morente, lejos de asumir tal hecho como lastre, llevó con orgullo las medallas por los logros alcanzados con su «Omega» y la prueba es que volvió a salir, hace nada, junto a Lagartija Nick para recrearlo en vivo. Pero detrás de «Omega» estaba un creador del flamenco al que el término cantaor le viene estrecho. Morente era un iluminado y valiente investigador que apostó por la cultura en su más amplia expresión, asumiendo el género al que se debía pero permaneciendo atento a cuanto sonido pudiera interesarle, conmoverle, ajeno a directrices, dejándose llevar por la intuición, abierto a la colaboración con los demás, bañándose de poesía. Entendía cada obra como reto intelectual consigo mismo, no como el pasaporte hacia ventas mayores, eran puertas hacia el crecimiento artístico –por tanto, personal–, entradas que él abría para compartir con los demás.

Enrique Morente, puestos a buscar absurdas e innecesarias, aunque gráficas, comparaciones con las que cuantificar su importancia, fue, es, algo así como el Picasso del flamenco: de formación clásica, imaginó mundos distintos y quiso ponerlos en pie para él, para nosotros, transgrediendo la norma, rompiendo el tablero de juego y con él las fronteras que, al fin, sólo son imaginarias. Para calibrar la profundidad de su legado, el tiempo y la distancia serán imprescindibles. Y parte de ese legado es voz, vida y futuro de la mano, precisamente, de su hija Estrella.

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