La edad de plástico, de Ramón de España

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LIBROS

«Las etapas recogidas son variadísimas y la amplitud de criterio como nunca se ha visto»

 

Ramón de España
La edad de plástico. Una historia muy personal de la música pop
EFE EME, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Yo era ese chico que compraba, atesoraba cuando volvía a casa en metro y devoraba un volumen adquirido en una librería del centro —creo que fue Laie, tendría que mirar el adhesivo con el precio—, fascinado por los nuevos sonidos que me entraban a mis quince años: En la cresta de la nueva ola, también —y tan bien— reeditado ahora por Efe Eme. El que, a rebufo, se hizo con los tres libros que su autor, Ramón de España, publicó en Editorial Júcar y hojeaba Star y Vibraciones para encontrar sus artículos. Tanto, que a estas alturas ya De España es como un viejo amigo.

Quiero proclamar con ello que el señor De España fue, en parte, quien forjó mi educación musical y, por ende, mi educación sentimental. Si tengo discos —y disfruto de ellos— de Héctor Lavoe, Ultravox, Roxy Music, Don McClean o Buddy Holly es por Ramón de España. Por eso, cuando fueron adelgazando sus crónicas musicales, ese chico se sintió desvalido, aunque lo iba siguiendo en El País o El Periódico de Catalunya. Así que, al descubrir —ya, ayyy, mayor— que en el diario digital Crónica Global publicaba cada semana la recreación de una figura del pop, o el rock, sentí que era como una gratificante vuelta a las aulas y las leí como las crónicas de un antiguo maestro que publica sus apuntes y te recuerda lo bien que te lo hizo pasar.

Los cien perfiles de cantantes y grupos que lo han acompañado durante su vida, y a los que daba empaque en la serie, han aparecido en un cuidado y jugoso volumen. Tras la evocación, en el prólogo de Diego A. Manrique, de su carrera, se inicia el agradable y productivo viaje en el que, cuidado, no intenta una historia al uso de la música pop, sino que se detiene en aquellas canciones que lo han acompañado durante su vida, que lo han emocionado, que han formado parte de su andadura emocional. Así pues, no aparecen figuras inexcusables, como Bob Dylan, y apenas se menciona a ningún músico negro. Por el contrario, Dean Martin o el Pescadilla tienen puesto destacado.

Una historia tan personal era inexcusable que se comenzara con el primer disco que compró, allá por 1973. Tea for the tillerman, de Cat Stevens. Y su recuerdo le lleva a la segunda entrada, The Incredible String Band, que a este cronista le descubrió él mismo, a quien se lo había descubierto su compañero de los escolapios, Toni Olivé, del grupo Melodrama, cuya hija fue canguro de la mía. Extrañas conexiones tiene la vida. El tercero y el cuarto, Don McClean y Buddy Holly, ya permiten entender su estilo, que va encadenando un capítulo con el posterior —recordemos que eran entregas semanales— en base a evocaciones, a que lo que escribe una semana hace surgir el tema para la siguiente. Se van enredando los artículos como cerezas y, si su pensamiento está en los cantautores o el glam, unos traen a otros, para encajarse todos seguidos. Nombra un disco en un artículo y este es el protagonista de la siguiente entrega.

Ello hace que, frente a grandes nombres —la serie concluye con The Rolling Stones o The Beatles—, el libro esté plagado de recomendables referencias a los músicos de segunda división, que a veces son más maravillosos que los que encabezan la clasificación, u olvidados con obra impecable como Emmylou Harris. No le dirán nada al lector las figuras de Jobriath, The Louvin Brothers o Tiny Tin, pero al leer sus entradas, el estilo cercano y confidencial de De España, les harán desear escucharlos lo más pronto posible. Por ello, el libro es fundamental. De Bowie o Ray Davies ya lo sabemos todo, así que no está de más bucear en Cool Breeze, Sailor, Lhasa de Sela o Darren Hayman.

Las etapas recogidas son variadísimas y la amplitud de criterio como nunca se ha visto. Hay un buen meneo a los sesenta con The Byrds, Love o The Lovin’ Spoonful y aparecen figuras en la sombra como Joe Boyd, un productor del que seguro que habrán oído alguno de sus trabajos en discos de Pink Floyd o REM. Los setenta destacan por la presencia de glam y cantautores, y en los ochenta encadena maravillas de la new wave como Wreckless Eric, Gruppo Sportivo o Fisher-Z. Así, hasta llegar a Beck, que considera el punto final de todo lo que habían dado cuarenta años de rock. Aunque no deja de estar atento a la actualidad colocando, por ejemplo, en su pequeño altar a Lana del Rey.

En el fondo, no deja de ser un trayecto personal, en el que lo salpica todo de historias vividas, pero sin dejar nunca de poner en el punto de mira los discos que le emocionaron, con un plus especial si la canción es de aquellas rodajas melancólicas que te hacen sobrellevar los momentos en que el spleen se ha apoderado de ti. Son, muchos de ellos, los mismos que me descubrió el joven De España desde sus revistas y libros cuando servidor tenía quince años cumplidos, Kraftwerk o The B-52’s. Con ello, empecé a levantar mi pequeño refugio musical, que ahora ya tiene media docena más de nuevos nombres; así que les conmino a decorar un poco el suyo y aprovecho para, de nuevo, decirle al autor: «¡Gracias, maestro!»

Anterior crítica de libros: Amor sin fin, de Scott Spencer.

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