La costa de los mosquitos, de Travis Birds

Autor:

DISCOS

«Es un disco de bella y oscura factura, de voces lijosas, poseídas por el espíritu de Tom Waits»

 

Travis Birds
La costa de los mosquitos
CALAVERITA, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Enfrentémonos a esa portada. Una mano abierta, en situación de captura, que envuelve a un mosquito que se encuentra en su pulgar, con el aguijón en la piel, mientras el rojo de la sangre y de la vida va tiñéndolo todo. Es el espíritu del segundo disco de Travis Birds, construido así gráficamente de manera simbólica. Los mosquitos son esas preocupaciones diarias, esas angustias menores que son leves pinchazos que espantas —o más bien, que otra preocupación espanta—, pero siguen zumbando.

Así se ha construido un disco que parece desnudo, pero con muchas capas, tanto en la instrumentación como en las letras. Incluso hasta el silencio es una capa, tan bien utilizado en “Las cinco disonante”, por ejemplo, llena de arreglos aéreos, coros que parecen venir desde lo azul y pensamientos religiosos en su sentido primigenio, el de «religarse», conectar con la tierra. «A veces no entiendo nada», nos desvela en su letra. A pesar de ello, los tres primeros temas son orgánicos y tranquilos. Lo que no tienen es estructura clásica. “Claroscuro”, por ejemplo, cambia de tono, se para, aparece una guitarra flamenca de golpe, contrabajo y piano, se hace rumbera… En “Madre conciencia” se alía esta guitarra con coros gregorianos que,a veces, emergen como una isla en el mar de la sencillez. No está cantando en estos tres primeros cortes. Nos está contando.

Con “Tanananá” cambia de registro, y la guitarra se convierte en eléctrica y jazzística, estilo por el que discurre también “Aires de jazz”, con el crujido del vinilo como puesta en escena. Esta última es precisamente eso, una rodaja de jazz nocturno, suave, sentimental y melancólico. Recupera en ellas todo el espíritu que sostenía a Esclarecidos o los primeros Presuntos Implicados.

La caracterización por el título también aparece en “Bolero para una trompeta”, que es precisamente eso, un bolero nostálgico de vientos llenos de swing y una guitarra apenas pulsada, tan embrujado como dice que la embruja la voz de su amante en la letra, una voz, en el caso de Travis, que se va enredando cada vez más. También muy melódica es “Lagarto rojo”, mucho más cargada de sensaciones.

La parte final, con la presencia única de chicharras durante dos minutos, naturaleza en esplendor, que cierra el disco, nos proporciona quizá su mejor canción, “La vela”, lo que sería una copla del siglo XXI. La más emocionante, por lo menos. La voz extrae dolor de no se sabe dónde, el corazón se te hace un nudo y los arabescos finales de guitarra hacen que se te encoja. Arabescos que realiza con la voz, que casi rapea, en “Maleza” según va llegando el final, poco a poco, tiñéndolo todo de crudeza.

Es un disco de bella y oscura factura, de voces lijosas, poseídas por el espíritu de Tom Waits. Un disco que mezcla aires folclóricos, lejanas sabidurías musicales, con transparencias modernas y con rock. Un disco que, les diría, que es casi obligatorio escuchar.

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