La chispa, la llama y el humo, de Fon Román

Autor:

DISCOS

«Un disco medicinal, que reconforta, que convierte un proceso amoroso en algo bello»

 

Fon Román
La chispa, la llama y el humo
ALTAFONTE, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Es curioso que los músicos españoles que hicieron sus primeros pinitos en un grupo entre mediados de los 80 y mediados de los 90 hayan tenido una carrera personal brillante, alejada de los parámetros estéticos de esos sus primeros grupos y de reconocimiento popular. Estamos hablando de Coque Malla, por ejemplo, de Manolo García, de Bunbury, de Xoel López —empezó con Los Covers en el 95—; y es curiosa también la abundante presencia de artistas gallegos entre los que han seguido este camino. El único al que le faltó recorrido es Santi Santos, de Los Limones, que solo produjo un interesante disco a principios del milenio. Pero, para compensar, Los Piratas aportan dos de sus componentes: Iván Ferreiro y Fon Román.

En este último caso, la recuperación ha de ser recibida con albricias, porque Alfonso Román llevaba ocho años sin publicar ningún disco. Tras Entretelas, de 2011, se mudó a México y dejó de hacer canciones. La chispa la llama y el humo es un álbum nacido desde esta sequía compositiva, pero atento a cantar a la vida de manera ilusionante. A Fon Román le costó muchísimo volver a encontrarse con la inspiración y la halló sintiéndose reconfortado con la existencia. Sigue, para ello, la misma senda que sus dos discos anteriores: una indagación íntima, personal, en sentimientos calmados e interrogantes.

La imagen del ensimismado, presente en todas sus canciones, aparece aquí de forma gráfica en “La chispa”, una de los más bellos himnos que he escuchado sobre el poder liberador y comunitario de los primeros amores. De arreglos livianos —sobre todo en los vientos, que la elevan— y precisas metáforas, resulta embriagadora en su optimismo vital. Optimismo que se desborda en “Lennon y Yoko”, con una letra de aire científico —como algunas de Antonio Vega—, para una historia de pacifismo y compromiso.

También esperanzada es “Gente puentes”, que es acogida por un tono orquestal que se va haciendo más presente conforme avanza el disco y unos amplios coros finales. Tono orquestal que llega a su culmen en la canción que cierra el disco, “El humo”, verdadero adagio que deja en el ánimo un plácido regusto a clasicismo y bienestar. El mismo que paladeamos en “Canción de luna a Mariña”, una estremecedora nana llena de ternura e imaginación.

Hay dos cortes que se apartan del tono general en la instrumentación, que es sutilmente latina. “Latido unánime” resulta un funky blanco que llega a ser hasta bailable, con delicados arreglos de Sonido Philadelphia o Disco Music. Y, por su parte, “La llama” toma efluvios de canción ligera, y despliega un estribillo que parece pedir la voz de Camilo Sesto. No se entienda de forma peyorativa; en castellano tenemos un caudal de canciones sentimentales de las que con criterio y buen gusto siempre se puede aprovechar algo. Y aquí se aprovecha para construir un disco medicinal, que reconforta, que convierte un proceso amoroso en algo bello, que consigue ajustarte con tu propio yo porque ofrece esperanzas y voluntad.

Anterior crítica de discos: Fuerza Nueva, de Fuerza Nueva.

 

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