Igor Paskual: Placer y dolor en el Museo del Prado

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«El pasodoble está muy vinculado a la música militar, que tiene un ritmo binario. Eso ayuda mucho al avance de las tropas para que vayan coordinadas»

 

El inquieto Igor Paskual ejerce de comisario de la muestra El placer y el dolor. Pintura y música en el Museo del Prado, un recorrido por pinturas maestras de la historia en la que varias formaciones musicales interpretan piezas acordes con la época de cada obra. Durante el recorrido, el propio Igor se acompaña del locutor de Radio 3 Ángel Carmona para tocar sus guitarras ante la obra El 3 de mayo en Madrid, los famosos fusilamientos que inmortalizó Goya. Carlos H. Vázquez acudió para ver la química del evento pictorico-musical.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Foto principal cedida por IGOR PASKUAL.

 

«Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados»

(1 Pedro 4:8)

 

Aunque es noche cerrada, dentro del Museo del Prado parece medio día. Las salas permanecían ya vacías del bullicio de turistas y paisanos. El paseo por la galería, bajo el nombre El placer y el dolor. Pintura y música (comisionada por Igor Paskual) ha permitido cambiar el ruido por la música, en concreto la de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, que, sumada a las pinturas de El Bosco, Goya, El Greco y Tiziano, recrearía un entorno sonoro para las respectivas obras de cada maestro.

 

Aquí, la banda sonora.

 

La música del infierno

Siglo XV: temor al pecado por conducir al infierno. Se creía entonces que la música profana invitaba al pecado, que el tritono era la nota del diablo; un infierno musical. Los instrumentos servían como método de tortura para los pecadores. No obstante, aquí estaba el placer y sus (supuestas) consecuencias.

El arte flamenco de la época expresaba ya no solo su gusto u obsesión por el “castigo eterno”, sino también por lo divino. Pintores como Robert Campin, Gérard David, Hans Memling, Roger van der Weyden o Hieronymus Bosch (El Bosco) dejaron constancia de ello en obras como La adoración de los magos (Memling), El tríptico de la familia Sedano (David) o, como es el caso, El jardín de las delicias (El Bosco), donde la música está representada como un instrumento de tortura, ya sea un cuchillo entre dos orejas o una partitura en un glúteo (Codex Glúteo lo titularon los madrileños Atrium Musicae en 1978) con una ciudad ardiendo de fondo, en la parte derecha del cuadro.

 

 

El tríptico El jardín de las delicias se expone abierto en el Museo del Prado desde 1939, en la sala 56A. Cerrado el cuadro, se muestra la Tierra (plana) envuelta en una burbuja de cristal bajo la inscripción «Ipse dixit et facta sunt / Ipse mandavit et creata sunt», que en castellano quiere decir: «Él mismo lo dijo y todo fue hecho / Él mismo lo ordenó y todo fue creado» (Salmos 148:5). Génesis, Paraíso e Infierno componen las tres partes de esta pintura con detalles tan surrealistas como perturbadores, similares a los de la portada de ‘Dangerous’ (Michael Jackson), firmada por el pintor Mark Ryden.

En esta ocasión, El Jardín de las delicias —para más señas la partitura del trasero del infierno— fue musicalizada con un trío de chelo, violín y viola, con arreglos de cuerda de Juanvi Stroup (Staytons). Y fue, de hecho, la estudiante Amelia Hamrick (doble licenciatura en Informática y Música por la Universidad Cristiana de Oklahoma) quien descubrió en 2014 junto a su amigo Luke la partitura, una partitura muda durante quinientos años que ahora dejaba un eco que iba a morir en el aire.

 

Goya, el sordo

Francisco de Goya es España (a garrotazos); su arte pide pasodobles. El maestro Federico Chueca compuso la marcha El dos de mayo y no había pinturas más indicadas que Los fusilamientos y La lucha con los mamelucos (en la sala 064) para hacer música del óleo. En primer lugar, por simbolizar la independencia española frente a las tropas napoleónicas, y en segundo lugar porque suenan a trasdoble (aunque Goya no pudiera oírlas por razones evidentes).

Igor Paskual y Ángel Carmona llevaron a la guitarra acústica la música de Chueca. «La pieza que vamos a interpretar se escogió precisamente para celebrar la victoria del levantamiento del pueblo madrileño contra las tropas francesas», explicaba Igor (Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo) a los invitados. «A los cien años de haberse pintado esto [señala los cuadros], el Círculo de Bellas Artes hace un concurso para escoger la pieza que mejor representa la victoria. Y lo gana el maestro Chueca, que en aquel momento era el gran autor del género chico. […] Es muy curioso, porque es la última pieza que el maestro Chueca compone».

Haciendo referencia al ritmo, el guitarrista de Loquillo indicaba que este pasodoble, El dos de mayo, «es un ritmo de dos»: «El pasodoble tiene un origen muy raro, pero está muy vinculado a la música militar, que tiene un ritmo binario. Eso ayuda mucho al avance de las tropas para que vayan coordinadas. Todas empiezan siempre en tono menor y a mitad se alegran», concluye para pasar de la teoría a la práctica. Después de la introducción, Igor practica un rasgueo en Do menor «apesadumbrado», pero a mitad del tema, el pasodoble pasa a Do mayor. Después, el homenaje a Federico Chueca. Miraban desde las paredes Fernando VII y el General José de Palafox (a caballo). Se le pone música a todo, incluso a la guerra.

 

 

Del paso del infierno de El Bosco a la sangre de los fusilamientos, la religión. Se puede interpretar la figura central de Los fusilamientos de Goya como un viacrucis, con estigmas en las manos y una camisa blanca como señal de pureza, con muertos a los lados y a punto de ser fusilada. Aquí está, pues, el dolor.

 

La música de Dios

El Greco (Doménikos Theotokópoulos) seguía sus propios cánones. Pintaba diferente, y eso le hacía único, pero estaba considerado —a su muerte— un mal pintor. No fue sino hasta el siglo XIX cuando se le redescubre. El expresionismo en sus pinturas, también el cubismo, deformaba de alguna manera lo que tendría que ser una imagen idéntica a la vista o imaginada. Pero cuando eran motivos religiosos, ¿quién no podía interpretarlos a su manera? En la sala 010B del Museo del Prado, a La adoración de los pastores de El Greco hay que mirarla desde abajo; la luz del niño recién nacido en el cuadro responde a la felicidad.

Un cuarteto de dos violines, viola y chelo esperan su turno para hacer justicia a la pintura con La Pastoral de Arcangelo Corelli, del sexto y último movimiento del Concierto de Navidad de 1690. El concierto fue compuesto cerca de ochenta años después de que se pintara La adoración de los pastores y la pastoral puede recordar a la música de Johann Sebastian Bach, Antonio Vivaldi o Friedrich Händel, pues los tres eran seguidores de Corelli. «Los cinco primeros movimientos de todo el concierto están en tono menor (Sol menor o Mi bemol menor), pero solo el último está en tono mayor (Sol mayor)», informaban antes del concierto.

Finalizado el recital del cuarteto, más eco se perdía hasta la galería central del Prado. Violines, voces, guitarras… Impresionismo, Romanticismo, Barroco, Manierismo, Gótico… Pinturas ecuestres, desnudos, militares, señoritas, muertos, santos… Esculturas, pasillos y mármol. Si la iglesia es la casa del Señor, un museo es la casa de los arcángeles de Dios, donde suena la música y, si se tercia, corren ríos de vino.

 

 

Bebemos

Y así, con el placer sobre el lienzo, el vino se hizo pecado. Un museo vacío es un museo vivo, y en las paredes del Prado, en concreto, se colgaban los espíritus de Goya, Tiziano, El Bosco, Durero, Velázquez y El Greco (entre otros). Una luna creciente los guiaría hasta el altar de las divinidades, para yacer —los artistas— como el Cristo yaciente de Agapito Vallmitjana o como los que caen por el vino en La bacanal de los Andrios de Tiziano («Quien bebe y no repite no sabe lo que es beber»), en la sala 042.

Un canon a cuatro voces (dos femeninas y dos masculinas) interpretarían Chi boyt ety ne reboyt il ne seet que boyre soit de Adriaen Willaert, una chanson à boire (una canción para beber) que se desconoce si fue compuesta ex profeso para el cuadro o si fue el propio Tiziano el que se aprovechó de la partitura. Ambos (Tiziano y Willaert) se conocieron en la corte de Ferrara, a las órdenes de Alfonso I de Este, Duque de Ferrara. Allí crearon sendos trabajos, obsesionados con la antigüedad, cuyo significado otorgaba prestigio.

Por otra parte, era muy frecuente describir la pintura de Tiziano utilizando términos musicales. Giorgio Vasari, teórico y pintor renacentista, hablaba de los cuadros de Tiziano refiriéndose a ellos con «acordes de color» o «cambios de la tonalidad». Y en esta obra, La bacanal de los Andrios, sonaban cauces de vino al calor de una flauta que tocan dos mujeres que se asoman al río. Se alzan copas alrededor y mea un niño al lado de una señorita desnuda.

Pintar cuerpos sin ropa era la excusa de los pintores para ver desnudos. ¿Quizá pornografía? En cualquier caso, esconder el pecado en el arte ha sido la habilidad de los artistas, su oficio y su pan nuestro de cada día. Por ello, «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». Amén.

«También echaron suertes sobre mi pueblo, cambiaron un niño por una ramera, y vendieron una niña por vino para poder beber»

(Joel 3:3)

 

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