Hermanas, de Daisy Johnson

Autor:

LIBROS

«Un manejo del lenguaje excepcional»

 

Daisy Johnson
Hermanas
PERIFÉRICA, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La británica Daisy Johnson, con apenas treinta años, se ha ido asentando como un valor seguro de la literatura de las islas británicas. Con un estilo que se asienta en los parámetros clásicos de la novela de terror, destaca por aportar una voz personal, firme en un estilo. Ha sido comparada con Shirley Jackson y Stephen King y, más allá, con los ambientes brumosos y decrépitos de las hermanas Bronte.

Y lo cierto es que el espacio en Hermanas es un personaje más, agresivo, misterioso e hipnótico. Las primeras escenas representan el viaje de Sheena y sus dos hijas, Septiembre y Julio, a su nueva casa, una casa que les ha prestado su tía paterna —el padre, tras separarse de Sheena, ha muerto— y que sumerge al lector en un ambiente de degradación, más angustioso si pensamos en que el estilo es puntillista, con frases cortas y cortantes.

Algo que se sugiere veladamente ha ocurrido en el instituto en que estudiaban las niñas, algo monstruoso, y ello las obliga a cambiar de ambiente. Las niñas son diferentes, incluso físicamente. Septiembre es un calco de los rasgos neerlandeses de su padre y su carácter es activo, manipulador, cruel en ocasiones. Julio es idéntica a la familia de la madre, hindú, y más apocada, dependiente de la imaginación de su hermana. Las dos son hadas y diablillos a la vez, capaces de fingir perfiles de mujeres en redes sociales, para al final del día revelar a los hombres babeantes que son policías en busca de delitos en internet.

Las peripecias de las hermanas dejan al lector noqueado, casi sin aliento. Las escenas del pasado, el acoso en el instituto, son más convencionales, pero la visita de las adolescentes a una fiesta en la playa a la que les ha invitado un joven pelirrojo que han encontrado por casualidad, revela un manejo del lenguaje excepcional: la escena de sexo está relatada con tanta claridad como elipsis.

Pero de golpe, las tornas cambian. Sheena es una mujer angustiada, no es capaz de seguir su carrera de escritora e ilustradora infantil. Las niñas la agotan. La noche de Halloween ya no puede más, tanto, que sale con su coche a un pub y trae un hombre a casa. Poco a poco, el lector va sospechando que no está leyendo bien, que hay cosas que entiende de una manera y su percepción le avisa de que se entienden de otra diferente, por lo cual ha de rebobinar y trazar de nuevo las líneas argumentales —son pocas, se repiten desde diferentes visiones— porque las carreteras que parecían conducirle únicamente a un misterio, le conducen a un estremecedor final que reconduce todo lo anterior.

No hemos sido capaces de ver todo lo que nos contaba y lo anterior no tiene valor. Es en este momento cuando la novela entra en el horror, en aquello que nos acerca al abismo. Poco a poco nos hemos ido deslizando de los cuentos de hadas, de los relatos adolescentes y de las novelas de aprendizaje, hasta las simas de lo más oscuro del ser humano.

Anterior crítica de libro: La niña de Rusia, de Celia Santos.

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