Hall & Oates: Debut tormentoso en Madrid

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Hall: «Cometí el error, en mi casa de Londres, de aplacar la reciente ola de calor con un fuerte ventilador que me dejó sin voz alguna»

 

La mítica pareja artística formada por Daryl Hall & John Oates se estrenaron por primera vez en suelo español en el festival Noches del Botánico. Un acontecimiento agridulce empañado por problemas de voz y lluvia.

 

Hall & Oates
Noches del Botánico, Madrid
2 de julio de 2019

 

Texto: MIGUEL TÉBAR A.
Fotos: PILAR MORALES.

 

Daryl Hall y John Oates, conocidos en medio mundo como Hall & Oates y (cuasi) desconocidos en nuestro país, a punto de cumplir medio siglo de relación artística pisaron el pasado 2 de julio por vez primera un escenario español. Algo que les ha ocurrido recientemente en Argentina, Chile o Brasil—. «Cuando vi en los carteles de las Noches del Botánico su nombre escrito, me pregunté cuándo se había lanzado a cantar la protagonista de 1, 2, 3… Splash». Un hecho que no extrañaría tras conocerse el matrimonio de Daryl Hanna con el enérgico Neil Young, pero que sí ejemplifica el enorme desconocimiento que se tiene del exitoso dúo. «Ah, ¿qué son esos?». exclamó nuestra anfitriona Olga, cuando sonó en Spotify el número uno Maneater (1982) mientras esperábamos un Uber que nos condujera a tiempo de escucharlo en vivo en el madrileño Real Jardín Botánico Alfonso XIII. Precisamente es su mayor éxito el tema con el que han iniciado la presente gira denominada The Real Deal, con prácticamente idéntico repertorio a la anterior, rodada por EE. UU. durante el pasado verano como cabeza de cartel compartida con la banda Train.

Tras la experiencia de ver a Jeff Lynne al frente de su E.L.O. —también fuera de nuestras fronteras, obviamente— y por aquello de forzar una analogía estilística pop, no es malicia afirmar que ciertos artistas se acostumbran a no improvisar mucho, pecando de previsibles, escatimando en producciones y llegando a subestimar a los aficionados a su música, que pagan una fortuna por pillarlos en alguna ciudad atractiva y/o aguardan media vida a que les toquen más o menos cerca.

La medalla en este caso quizás podrán colocársela los programadores por una de sus últimas incorporaciones al ciclo: el primer concierto en España del otrora prolífico tándem, aunque no colgasen el siempre ansiado cartel de entradas agotadas. Pero dos factores decisivos prácticamente arruinaron tal suceso.

Desde que Daryl Hall abrió la boca para saludar antes de comenzar a cantar, la cara de susto de las 3.000 personas (según la organización) que adquirieron su entrada a una media de 55 € fue en aumento, hasta que el apuesto cantautor de setenta y dos años dejó la guitarra y se sentó al piano de cola para interpretar Sara smile (1976). «Lo siento, estoy dando todo lo que puedo. Pero cometí el error, en mi casa de Londres donde ahora vivo, de aplacar la reciente ola de calor con un fuerte ventilador que me dejó sin voz alguna». Menos mal que se explicó, pues aunque sus falsetes mostraban signos de buena dote, una frase como la escuchada a la pareja de al lado, sin duda, sentencia: «Hay músicos que deberían saber retirarse a tiempo». Probablemente la mayoría así lo sintió.

 

«Oates, tan menudo como enérgico y eficaz en su cometido, se mostró aparentemente segundón pero necesariamente empático con su viejo amigo»

 

Curiosamente, el ligero remontar empujado por la ovación popular ante tan sincera confesión duró un par de temas: “Is it a star” (1974), aquel en que más se lució tanto a la guitarra como a la voz solista su socio John Oates, tanto como el influyente y bailable (otro número 1) “I can’t go for that (No can do)” (1981). Dos caras de la misma moneda, tan indivisibles como complementarias, capaces de hacer propio un clásico de Phil Spector como es “You’ve lost that lovin’ feelin’” (en su versión de 1980) popularizado por The Righteous Brothers. Oates, tan menudo como enérgico y eficaz en su cometido, se mostró aparentemente segundón pero necesariamente empático con su viejo amigo. Y Hall ejerció de líder poco honesto porque, siendo consciente de su impotencia, reprochaba insistentemente a los técnicos un apreciable insuficiente sonido, pero a su vez no supo delegar en el soporte vocal de todos los restantes músicos, incluyendo a su amigo y coautor de las grandes canciones que en su día los llevó a la fama. La otra vía de escape hubiese sido aplazar el debut e intentar hacer un hueco en su apretado y rentable julio europeo.

El segundo y menor de los males llegó presagiado por rayos, no precisamente metafóricos, sino de los que anticiparon unas escasas pero suficientemente gruesas gotas como para hacer fallar el equipo de sonido cara a la audiencia. Coincidió con el momento de ir a los bises, esperar pocos minutos a que pase la amenaza y rematar una breve y muy agridulce esperada actuación, con el público pensándose si marcharse —algunos lo hicieron— o aguardar un milagro. Hall & Oates volvieron con el trío de ases: “Rich girl” (1977), “Private eyes” (1981) —aplaudida al modo Radio Ga Ga— y el irresistible “You make my dreams” (1980). Todos ellos con Hall ya tocando las teclas de un Roland protegido de la lluvia por un plástico que no hacía más que ayudar a deslucir la postergada y fugaz visita del dúo.

Las prisas por terminar les llevaron a obviar la imprescindible “Kiss on my list” —sin contar representación alguna de la mitad de sus álbumes— y abandonar sin hacerse la clásica foto de saludo final, dejando a su banda de seis experimentados músicos en escena sin ser presentados como es debido. Seguramente los compañeros de oficio que había en el recinto, como Nacho García Vega, sabrán dar otro punto de vista más como deudores de un sonido a caballo entre los años 70 y los 80 que como admiradores decepcionados de quienes, hace tan solo un lustro, fueron justamente introducidos en el Rock and Roll Hall of Fame.

 

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