Guadalupe Plata, de Guadalupe Plata

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DISCOS

«Canciones que reptan por cada surco como un fino hilo de lava ardiente, sones latinoamericanos y fronterizos, hipnóticos vientos o ese blues pantanoso que les corre por la sangre»

 

Guadalupe Plata
Guadalupe Plata
EVERLASTING RECORDS, 2023

 

Texto: DAVID PÉREZ MARÍN.

 

Tras fundir (y hacer que hirviera) el Guadalquivir con el Mississipi en The devil can’t do you no harm (ME/Everlasting Records, 2021) junto a Mike Edison, Pedro de Dios y Carlos Jimena, volviendo al formato dúo de aquellos boogies primigenios de sus carreras, desempolvan por séptima vez el tablero serpenteante de Guadalupe Plata, haciendo que rueden los dados de huesos y comience a brotar la oscuridad resplandeciente del más allá, convocando a la crème de la crème a una nueva verbena de azufre en el campo santo. Trece hechizantes canciones que reptan por cada surco como un fino hilo de lava ardiente, dejando quemaduras a su paso a base de aullidos desesperados, sones latinoamericanos y fronterizos, hipnóticos vientos o ese blues pantanoso que les corre por la sangre, latiendo sin parar y arañando como un corazón delator bajo nuestros pies.

Grabado por el dúo en Úbeda, a fuego lento, con una grabadora tascam 246 de cuatro pistas, experiencia y nuevo horizonte bautizado como Estudio Ataúd. La digitalización, mezcla y grabación de pistas extras en La Mina (Sevilla) junto al druida Raúl Pérez, donde añadieron (por primera vez) saxos llameantes (Matías Cordero) y camaleónicos teclados de ocho bits, que se convierten en voces guturales que suplen al bajo por momentos.

De la envolvente y apocalíptica “Calima” inicial, con saxos del desierto y cierto regusto turco, a la exorcizada versión de “La cigüeña”, clásico de Agapito Marazuela que parece haber sido escrita para que Guadalupe la empapara de negritud, brisa tex mex y blues cañí andalusí en vena. Tras la estela flamenca del cancionero castellano y la culebra maltrecha, seguimos con el espectral y morfínico blues de la “Tía Tragantía”, con la voz de Perico poseída por el mismísimo Nosferatu, melódica en boca y ritmos que aceleran y desembocan en un cabaret de esqueletos, desmontándose al son del zigzagueo de la acechante princesa soñolienta, de piel de escamas y lengua bífida. Una leyenda urbana de terror que se canta en Jaén para asustar a los niños: narra la historia de la hija del rey Baltasar, que fue encerrada en un sótano por su padre y, cuando invadieron la ciudad los cristianos, todos se olvidaron de ella y su encierro. Al despertar de un profundo sueño, la princesa volvió a la realidad convertida en una serpiente que tenía la capacidad de habitar las sombras.

«Y al infierno que vayas / yo me voy contigo». De esta encrucijada del Delta y el North Mississippi hill country blues, donde emergen lamentos flamencos de quereres más allá del averno, a seguir sudando veneno a ritmo de boogie fantasmagórico en “En mi tumba”, con dos almas en pena cocidas a navajazos y The Gun Club en el aire. La noche es larga y seguimos deambulando «desde el Molino al Sacromonte», en una velada de “Ruina” en ruina, a ritmo de vals circense, con el espíritu de Screamin’ Jay Hawkins sobrevolando el tablero. Esta canción del disco da nombre al juego de la portada (con instrucciones y fichas en el interior), una especie de oca guadalupiana, diseñada por Perico, con una serpiente en espiral que no nos dejará escapar.

Dos instrumentales a quemarropa: un “Zapateado” que despierta una vez más a los muertos y un “El condor pasa” que hacen suya como nadie, rebosante de magnetismo y sones de ida y vuelta. Y «el fuego está encendido y brilla como el sol…», se acerca el lobo y Perico aúlla en “No hay donde ir”, cover de otro de los grandes que siempre camina junto a los de Úbeda, Howlin’ Wolf.

Las pulsaciones vuelven a alcanzar velocidad de crucero con las siguientes dentelladas: “Y.N.T.M.A.”, con Carlos al mando del ritmo nervioso y el saxo escupiendo fuego a discreción, mientras Perico hace saltar chispas de su eléctrica y canta versos que destilan humor y oscuridad marca de la casa: «Ya no tengo mi ataúd / a ver quién va a enterrar ahora al muerto». Boogie camina conmigo y “Nunca llueve como truena”, que cuenta la historia de ese pesado omnipresente y universal que terminan echando del bar.

Penúltima tirada de dados y se cierne sobre nosotros otro “Maleficio” instrumental, melódica y saxo luciferino incluidos, para proseguir ahondando en la madrugada con la misteriosa serenidad de la procesión final, “Stabat mater”, himno revisitado (con extra de pátina funesta made in Guadalupe) de la cofradía de La Soledad de Úbeda. Y cuando parece que se acabó el juego, aún bajo el aroma a western crepuscular y ecos de folclore religioso filtrado por las tinieblas y resplandores del tema de cierre, sin darnos cuenta, una mano gigante, peluda y roja, con largas uñas negras, nos recoloca en la casilla de salida del tablero de La Ruina… agitamos nuestra suerte en el cubilete, la aguja vuelve a caer en los surcos y esta séptima y adictiva pesadilla de Guadalupe Plata se enrosca de nuevo sobre nosotros.

Anterior crítica de discos: O paraíso, de Lucas Santtana.

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