Greta Garbo, de Bunbury

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DISCOS

«Qué suerte que, después de tantos años, Bunbury mantenga tan traviesa su curiosidad y tan despierta su inspiración»

 

Bunbury
Greta Garbo

WARNER, 2023

 

Texto: JAVIER ESCORZO.

 

Como hizo su admirado Bowie con Ziggy Stardust, Enrique Bunbury ha encontrado finales dramáticos para todas las grandes etapas de su carrera. Poco queda por decir sobre la traumática separación de Héroes del Silencio, y su época al frente del Huracán Ambulante también tuvo un final abrupto. El año pasado, el aragonés tuvo que cancelar precipitadamente la gira mundial con la que pretendía presentar sus dos últimos discos, además de celebrar sus treinta y cinco años en el mundo de la música. El motivo era de fuerza mayor: una afección en la garganta que venía arrastrando desde varios años atrás y que se cebaba con él solo cuando actuaba en directo. En tales circunstancias, temiendo que no podría volver a subirse jamás a un escenario, buscó refugio en la creación y publicó un poemario, Microdosis, y escribió un disco, Greta Garbo, que es el que ahora nos ocupa.

El título del álbum toma el nombre de la gran actriz sueca, que se retiró de la vida pública a los treinta y seis años de edad. En ella encontró Bunbury un buen símil para resumir el espíritu de unas canciones que hablan, sobre todo, de esos días oscuros de reclusión forzosa. Para darles forma, Enrique quiso contar con un productor externo. Será por casualidad o por causalidad, pero en todos los discos posteriores a esos accidentados cierres de etapa, siempre ha recurrido a esa figura; lo hizo en Radical sonora (Phil Manzanera), El tiempo de las cerezas (Paco Loco) y Hellville deluxe (de nuevo Phil Manzanera). En esta ocasión, el elegido ha sido Adán Jodorowski (también conocido como Adanowsky), que, además de contar con una extensa carrera en solitario, en los últimos tiempos ha producido a artistas como Leiva, León Larregui y Natalia Lafourcade.

Juntos escogieron a la banda que grabaría el álbum: dos músicos franceses, Raoul Chichin y Victor Mechanik, se encargarían de la guitarra y los teclados, respectivamente; el mexicano Bernie Rodríguez haría lo propio con la batería; y el propio Adán se colgaría el bajo (este último, por petición expresa del propio Bunbury). Ese fue el equipo que registró las canciones en los estudios El Desierto, situado en el parque natural del Desierto de los Leones, a las afueras de Ciudad de México

El resultado es, digámoslo ya, el álbum más accesible de Bunbury desde Expectativas y, muy posiblemente, el más inspirado desde Las consecuencias. Siguiendo la tendencia de sus últimos trabajos, se trata de un álbum corto, cuarenta minutos para diez canciones que suponen un nuevo cambio de timón en la carrera del artista maño. El sonido más contemporáneo de sus últimos discos deja paso a un latido más orgánico y atemporal, que va tomando por momentos las formas del pop, el soul, la new wave, el funky, por supuesto, el rock como resumen y catalizador de todo lo anteriormente citado.

Destacan los medios tiempos y las baladas como “Alaska”, en la que el artista imagina una huída a un refugio inventado en el que poder sanar sus heridas, “Desaparecer”, en la que se muestra explícito sobre su retirada de los escenarios («el día menos pensado / tengo que aprender / a desaparecer»), o la bellísima “De vuelta a casa”, en la que pueden vislumbrarse algunos rayos de esperanza («hubiera preferido no despedirme así / vamos adelante / no te olvides de mí / aquí nada termina / es la lección que aprendí / el futuro es brillante / me pondré mis gafas de sol»). Buscando puntos de conexión, algunas letras recuerdan a las que escribió para El tiempo de las cerezas (No fue bueno, pero fue el mejor), y es que fueron creadas en trances similares.

Entre los cortes más acelerados encontramos la inicial “Nuestros mundos no obedecen a tus mapas”, “Invulnerables”, que fue el lanzada como primer single, o “La tormenta perfecta”, que puede ser entendida como una suerte de ambivalencia entre las circunstancias personales de su autor y un enfoque más social («este es un tiempo de mierda / todo se está transformando / de mariposa a gusano»). El álbum se cierra con la pieza más distinta y oscura de la camada, “Corregir el mundo con una canción”, que tiene mucho de cinematográfico en su desarrollo y que dibuja con el saxo una conexión con sus discos anteriores. Es curioso, porque el mismo artista que a mediados de los noventa clamaba por deshacer el mundo, ahora se conforma con corregirlo, que tampoco es tarea menor. Pretende hacerlo con una canción: qué suerte que todavía queden creadores que confíen en la música de una manera tan pasional y le otorguen semejante poder. Qué suerte que, después de tantos años, Bunbury mantenga tan traviesa su curiosidad y tan despierta su inspiración.

Anterior crítica de discos: Stories from a rock and roll heart, de Lucinda Williams.

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