COMBUSTIONES
«Escuchar a Fito Páez es una obligación para cualquiera con un mínimo interés por el arte que desafía el tiempo»
El tono intimista del nuevo disco de Fito Páez, “The golden light”, y último de su trilogía, protagoniza la columna de Julio Valdeón esta semana. Una obra que invita a la reflexión.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Cruzo Madrid con The golden light en los cascos. Una combinación curiosa y suculenta. La ciudad que atardece, los coches como estiletes sobre el asfalto, el cansancio del personal, vencido de tantas horas haciendo piruetas, sobreviviendo, y de fondo, a modo de cortina, el intimismo levemente agridulce, la voz intimista y el piano cristalino de un Fito Páez menos torrencial, menos barroco, más puro y diáfano que en otras ocasiones. Pop desatornillado de complejos, pop de cámara, ahumado y adulto, pasmoso.
En The golden light hay tiempo para cantar en inglés (“The moon over Manhattan”), una nostalgia que parece escapar de un disco de Tom Waits y un aire entre nocturno y resacoso, escuchen el instrumental “Cervecería Gorostarzu”, como de bar congelado en una maravilla del viejo y querido Woody Allen, mientras el camarero limpia la barra, Dianne Wiest llora hacia dentro y el pianista afeita las últimas notas. La canción homónima parece mecerse bajo las acacias y “Un ángel abrió sus alas” convoca espíritus tangueros mientras invoca la muerte entre naranjos (en flor) y licores.
He comenzado el disco con una suerte de curiosidad moderada y, a medida que avanza, buceo en el jazmín de unas melodías crujientes y unos poemas sonoros con aire de fiesta. Canciones tan nostálgicas y delicadas como “Hogar” o la preciosa “Enciende el amor” conviven con zarpazos como “Sus auriculares”, que puedes disfrutar en su encarnación desnuda al tiempo que la imaginas rodeada de baterías y humeantes guitarras, puro himno rockero congelado en una melodía elástica.
Leo que estamos ante el final de una trilogía (Los años salvajes), pero reconozco que hacía tiempo que no seguía los pasos del rosarino. Craso error. Escuchar a Fito Páez es una obligación para cualquiera con un mínimo interés por el arte que desafía el tiempo y las canciones que cauterizan heridas, como las que encierra esta civilizada, insospechada maravilla.
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Anterior entrega de Combustiones: Encarado al vacío.