El visitante, de Stephen King

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LIBROS

«King se recrea y hunde bien adentro la pluma en los nervios del lector»

 

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Stephen King
El visitante
PLAZA&JANÉS, 2018

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Prueba conseguida: Stephen King nos vuelve a estremecer con una novela larga que recupera el buen pulso que últimamente no siempre se exponía en sus relatos. Cabe decir que hay un par de trucos de efecto, otro par de trampas de técnico con experiencia, pero en los momentos en que el escalofrío ha de recorrer el espinazo, King se recrea y hunde bien adentro la pluma en los nervios del lector. Que consiga ser desagradable, dejar sensaciones de angustia sostenida, solo es un indicio de que no ha perdido su maestría al manejar las escenas.

Alternadas entre los primeros capítulos hay declaraciones a la policía. La primera, la de Jonathan Ritz, que un anochecer sale a pasear con su perro y encuentra a un niño salvajemente asesinado. Todo apunta —declaraciones posteriores, huellas— a que el culpable es Terry Maitland, ciudadano modélico: profesor de literatura, entrenador de béisbol, padre de dos hijas y muy querido en la ciudad. Pero Terry, esa tarde, había ido a un congreso de literatura en otra ciudad. No solamente lo avalan miles de testigos minuto a minuto, también las cámaras de la televisión local recogen su intervención en el congreso.

Se empieza a apuntar que el tema es el connatural a King: el mal, de dónde proviene y qué lo provoca. Y en esta ocasión aparece aliado con el deseo instintivo de venganza, de destruir lo que se cree que encarna ese mal. Pero Maitlan tiene la coartada bien asentada. Hay juicio, claro. Hasta aquí, un thriller en el más puro estado. Y en ese momento, giros en la trama bien dosificados —a veces parecen colocados a propósito en el punto justo, técnicas artificiales—, el argumento se vuelve loco, empieza lo sobrenatural —esperado siempre en King— y ya nada más se puede reseñar. Lo siguiente lo descubrirá el lector susto tras susto.

Una cosa, quizás. Stephen King utiliza viejas tradiciones españolas. Cimientos de nuestro ADN que todos ustedes conocen y hasta nanas que habrán escuchado o cantado cientos de veces. Es el motor del caso: viejos mitos ibéricos que parecen haberse trasladado con los conquistadores a las entrañas de la joven América; vía México, desde luego. La página en que la investigadora contratada por los abogados, que no saben qué hacer con el caso, les desvela estos mitos es sumamente reveladora.

Ultima virtud de King: el brillo de los secundarios. En ocasiones los protagonistas parecen trazados con escuadra y cartabón. Desde luego, el norteamericano no es un realista ruso y lo que importa es el tejido de la obra y que todo se adapte a ella. Pero en los secundarios a veces deslumbra; es más, siempre lo hace. En El visitante, Lovie Bolton no aparece sino al final. Conectada a una máquina de oxígeno, pero enérgica y compulsiva devoradora de cigarrillos, sus salidas de tono, su visión de la vida a la vez práctica e inmaterial, hacen concluir la novela con una extraña luz. Una luz que se expande por todo el recorrido bélico final.

Anterior crítica de libros: Cured, de Lol Tolhurst.

 

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