Felina, de Nat Simons

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DISCOS

«Con este disco se ha convertido en nuestra Suzy Quatro, en nuestra Joan Jett»

 

Nat Simons
Felina
EL DROMEDARIO RECORDS, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Natalia García Poza, Nat Simons para el mundo artístico, comienza a componer canciones en el Londres de 2008-2009. Lo hace en inglés y entra en el mercado de la música de influencia norteamericana, aquella que va de Bob Dylan a Chris Isaak. En esta estela de country y rock fueron transcurriendo diez años y dos elepés, un periodo en el que su prestigio fue creciendo hasta llegar a telonear a Bryan Ferry o colaborar con Loquillo.

Puede que esta Nat Simons vuelva, pero de momento se ha convertido en otro personaje, en la agilidad y la energía de una felina, y abraza horizontes diferentes. Uno escucha Felina —el disco— y se da cuenta de inmediato de que ahí no está el folk de los campos, está el folk de los suburbios y eso, en los setenta, se llamó glam rock. Y aunque este glam rock solía ser, en ocasiones, muy potente, casi hard rock, cosa que intenta la cantante madrileña, florece en ella aún cierta parte del folk de los campos.

En todo caso, apenas ha habido grupos de glam rock en nuestro país, y mucho menos cantantes femeninas en solitario; así que con este disco —no sabemos cómo será el futuro— se ha convertido Nat Simons en nuestra Suzy Quatro, en nuestra Joan Jett. Así en, “Televisión”, la guitarra posee una densidad pétrea, pero a la vez un espíritu líquido. Sobre ella, la voz se va deslizando paralela y básica, uno se la puede imaginar en la garganta y con los arreglos de Marc Bolan, pantanosos y sensuales.

Esta sensualidad también intenta aparecer en la que canta al alimón con Anni B. Sweet, “Big Bang”, que aporta, además de esas guitarras claras y potentes, otras marcas de género: una batería monótona pero efectiva, y gritos y jaleos, toda una efervescencia de sonidos que explotan. También “Déjalo ser” goza de juegos guitarreros llenos de energía eléctrica, densos, sin un momento de descanso y de un falsete también glam. Pura vitamina, que todavía se hace más salvaje en “Finale” —anagrama de “felina” y sátira del pacto con el diablo—, con la garganta en máxima tensión y, extrañamente —aunque no tanto, la cantante gallega tiene hits de verdadero caracter acerado— con recuerdos vocales de Luz Casal.

Hay, también, temas más convencionales, como “Extraña religión” —aunque al final se crece a la manera de su adorado Tom Petty—, “Macabro plan” o la mirada al pasado que es “Londres”, con un fondo instrumental que se va convirtiendo en evanescente, a la manera de un Bowie espacial. Aunque entre todas estas canciones de medido clásico —que no son peores que las enérgicas— destaca el enorme baladón que es “La despedida”, la última del disco, la que deja un regusto dulce en un disco que ha sido, en gran parte, explosivo y rabioso. Dos sabores, dulce y picante, que se combinan para llenar el paladar de sensaciones que a veces acarician y a veces —como en el spot— explotan en tu boca.

Anterior crítica de discos: Años luz II, de La Habitación Roja.

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