Años luz II, de La Habitación Roja

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DISCOS

«Una colección algo desigual, pero con algunas de las mejores canciones que han hecho en bastante tiempo»

 

La Habitación Roja
Años luz II
INTROMÚSICA, 2021

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

A constantes, puntuales como un clavo en la cita con sus seguidores, no hay quien les tosa. Muy raro es que pasen tres años sin noticias de La Habitación Roja en formato largo. Así ha sido desde 1995. Y el parón covídico no iba a alterar esa dinámica. Ni mucho menos. Luego ya podremos debatir cuánto hay de afianzamiento de una fórmula muy reconocible y cuánto de piloto automático. Cuánto de pellizco y cuánto de confort. A bote pronto, esta segunda entrega de Años luz, un disco que se presumía doble y que ha acabado en dos entregas diferenciadas en un mismo año, muestra su versión menos encorsetada en mucho tiempo. Como si con la primera ya se hubieran liberado. También la más guitarrera. Y con la fluidez orgánica que suele dar la producción de Paco Loco, confirmado como supervisor estable de su sonido tras la etapa con Santi García. Se nota que no había ruta previa. Que el mejor plan era que no lo hubiese.

Sus tótems siguen ahí, por supuesto. The Smiths en “El espíritu adolescente” o en “El amor correspondido está sobrevalorado” (pedazo de título), cuya guitarra inicial también recuerda a la de “In between days” de The Cure. Pero se advierte una laxitud en el enfoque, una aparente ausencia de presión, que acaba siendo el mejor activo de una colección algo desigual pero con algunas de las mejores canciones que han hecho en bastante tiempo. Como la agridulce combinación de trazo synth pop e imponentes arreglos de cuerda de la ambiciosa “El día internacional de los amantes”, que engarza con ese latido crooner que se advertía en canciones de discos anteriores, verbigracia “Si tú te vas” o “24 de marzo”. Como la estupenda “Ya no volverá a pasar”, con unos arreglos de cuerda que son media canción. Como el trepidante chorro de noise pop noventero y levitante de “No estuviste allí”. O como las expansivas “La fragilidad” y “La casa encantada”, que no tienen miedo a sonar solemnes o excesivamente largas, porque se lo han ganado a pulso y su poso lo justifica.

Son historias de resiliencia, madurez, amor y paternidad (la adolescencia como recuerdo, pero sobre todo como transmisión de la propia experiencia) que logran, por paradójico que pueda resultar, que en no pocos de estos once cortes los valencianos suenen rejuvenecidos.

Anterior crítica de discos: Espacios infinitos, de Lori Meyers.

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