Aurora y Enrique, de Soleá Morente

Autor:

DISCOS

«Aurora y Enrique mira hacia dentro y se desparrama en las entrañas»

 

Soleá Morente
Aurora y Enrique
ELEFANT, 2021

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

2021 termina siendo un año discográficamente productivo para los tres hermanos Morente. La mediana, Soleá, a la que le cambió la vida subirse al barco de Los Evangelistas hace una década, es la que ha optado por el camino menos evidente. Una tercera vía de la que ha salido airosa con trabajos siempre notables, incluido el impar proyecto poético de Prado Negro. Si en sus tres álbumes anteriores contó con el apoyo fundamental de gente como J, Antonio Arias, Napoleón Solo o David Rodríguez (La Estrella de David), ahora presenta una obra compuesta íntegramente por ella durante el confinamiento en familia. Y la familia, aquí más que nunca, sirve de brújula para aplicar conocimientos adquiridos y consagrar un espacio propio.

Soleá navega por la genética flamenca para llegar a otro lugar. Lo que te falta (2020) fue un disco rumbero, para ahuyentar las penas en clave festera. Aurora y Enrique, en cambio, mira hacia dentro y se desparrama en las entrañas. Partiendo del homenaje explícito a su madre y a su padre, que bailan y palmean en la portada, y que se casan en la foto interior, Soleá parece viajar de la tierra al cielo. La obra empieza y termina con la misma melodía, de una belleza arrebatadora, como la magia del vínculo entre la bailaora y el cantaor. Y con una guinda hipnótica en el cierre similar a la seguiriya sobre órgano “Mírame a los ojos”, que cantó Enrique en el rompedor Despegando (1977). El arranque, “Aurora” y “Ayer”, constituye un cortometraje apasionante en sí mismo. Tenemos la copa y las raíces; ya solo falta el tronco.

Desde ahí, el álbum evoluciona con maestría y con mínimo intervencionismo: Manuel Cabezalí (Havalina) lo toca todo, salvo las baterías y percusiones, de las que se encarga Juan Manuel Padilla, y algunos teclados de Nieves Lázaro. La flamencura implícita transita en armonía con influencias sofisticadas, como Beach House (basta escuchar “Yo y la que fui”), o Sufjan Stevens (el mismo título del disco puede remitir a Carrie & Lowell). Lo aflamencado se subraya en el estribillo de “El pañuelo de Estrella”, con la voz de su hermana, a la que se suma la de Nieves Lázaro: una prueba de cómo domina Soleá la construcción de secuencias narrativas en forma de canción, recogiendo sabor popular y manejando con rigidez los resortes del pop alternativo menos rudimentario. Como ese maravilloso desarrollo en vapor eléctrico sobre ritmo porfiado en “Fe ciega”.

Isa Cea (Triángulo de Amor Bizarro) colabora en “Domingos”, la pieza más directa y más sintética del conjunto. También aparece Marcelo Criminal, en una metaintervención con la que el murciano ejerce de observador de un romance desde el escenario de la Siroco madrileña. En “Iba a decírtelo” está la Soleá infalible, la del pop naíf y etéreo ensortijado en melisma de seda. El Café de Chinitas acoge aquí una suerte de reformulación del “Y además es imposible” de Los Planetas. Y la bellísima “Polvo y arena” consigue todo eso de lo que hablamos cuando hablamos de Soleá Morente: ser flamenco sin parecerlo. O ser la más indie del patio sin arrogarse la etiquetita.

Anterior crítica de discos: Felina, de Nat Simons.

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