Esperando a que baje el sol, de Alber Solo

Autor:

DISCOS

«Ha superado con creces la misión de cohesionar tantas influencias, haciendo su propio estilo y firmando una espectacular obra rebosante de calidad y destreza»

 

Alber Solo
Esperando a que baje el sol
Rock Sound/Producciones Acaraperro, 2022



Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.

 

Sigo impactado con Esperando a que baje el sol, una orgía infernal en la que Alber Solo se dilucida con gran soltura haciendo alarde de blues callejero, infinitos riffs y una producción preeminente. Como si de un beat ‘em up se tratara, a través de sus canciones, el músico va escarneciéndose de diablos, vudú, personajes sin alma, tumbas, fuego, bares, guetos, venenos, vampiros o luces de neón, con su incisiva voz en falsete, acercándose al funk y armado de su guitarra afilada.

A pesar de tratarse de su segundo elepé, y haber transcurrido siete años desde que lanzara Grita mi nombre, el barcelonés afincado en Madrid está bregado en muchas batallas, habiendo estado al frente de la banda de blues Downtown Losers y Star Velvet Revolution, más cercana al rock y al punk. En este nuevo disco mantiene al batería de su primer álbum en solitario, Dolphin Riot, y se incorporan Gabri Casanova a los omnipresentes teclados y Joan Vigo al bajo.

Bajamos al infierno para bailar con “Satisfacción”, pieza impregnada de groove con un bajo recurrente y solos de guitarra eléctrica setenteros. “Imágenes de luz” es rock potente que nos retrotrae a Jimi Hendrix, con breves y ágiles punteos para descollar en un sugerente y agudo estribillo: «deja que tu amor caiga sobre mí, imágenes de luz bailan frente a mí».

Turno para los teclados y wah wah en “Sensaciones”, un seductor éxodo swing que sobresale como una de los temas más redondos del álbum. “Guitar man” es una oda al rock & roll, que suena a Fito & Fitipaldis en “Quiero beber hasta perder el control”, con la que además, en cierto modo, comparte temática. Acertada y bailable revolución con la que celebrar las derrotas y seguir apostando por los directos en las salas.

El soul también tiene cabida en esta amalgama de influencias con “Nueva fe”, la pieza más extensa del elepé, una historia de redención cargada de Hammond, con una apoteósica segunda mitad donde la distorsión está más presente que nunca. Pasamos el ecuador con “El fuego”, que incita a recorrer los Estados Unidos a lomos de una Harley Davidson, gracias a ese brío y provocación que bien podrían tener cabida en Electric Ladyland. La homónima y poderosa “Esperando a que baje el sol” es un trallazo de cadencia contenida, cargado de coros que recuerdan a Igor Paskual y efectos de pedales fuzz, para ensuciar de arena tanto las guitarras como las camperas.

Vuelta al funk con la setentera “Si no estás tú”, con un marcado ritmo donde destaca el Hammond y los agudos punteos de guitarra eléctrica. Por si todo lo anterior no fuera lo suficientemente ecléctico, en esta ocasión pasamos al rock duro del Palm Desert de los noventa con “Quiero perderme en la ciudad”, mayúsculo tema que pide a gritos abrir un concierto. Bajada de revoluciones para poner el broche final a estos magníficos cuarenta minutos, con la reposada “Haciendo mi propio estilo”. Como el mismo título indica, Alber Solo ha superado con creces la misión de cohesionar tantas influencias, haciendo su propio estilo y firmando una espectacular obra, rebosante de calidad y destreza, divertida y potente, que no dejará indiferente a sus oyentes.

Anterior crítica de discos: Food for worms, de Shame.

Artículos relacionados