Enrique Urquijo: adiós tristeza, de Miguel Ángel Bargueño

Autor:

LIBROS

«Una de las mejores biografías escritas en castellano de un músico de rock»

 

Miguel Ángel Bargueño
Enrique Urquijo: adiós tristeza
LIBROS CÚPULA, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

En 2005, y en una discográfica de actividad constante en la reedición de discos olvidados de nuestro catálogo que a veces metía una cala en el negocio editorial, apareció una biografía de Enrique Urquijo con el título de Adiós tristeza. La distribución no abarcó todo lo que podía dar de sí la llegada al público y Ramalama llegó a hacer una nueva tirada como segunda edición, pero ya no pudo pasar de ahí. Su negocio era el rescate de obras olvidadas en cedé —imaginen los beneficios que puede dar eso— y era o seguir reeditando el libro o hacer una nueva serie de discos. Quedó como una pieza de coleccionista que no se encontraba, y si se veía pasar era a precios astronómicos.

Quince años después se cumplen veinte del doloroso fallecimiento del líder de Los Secretos, y Libros Cúpula ha tenido la buena idea de conmemorarlo con una reedición de esta obra perdida, a la que se le añaden nuevas entrevistas, con músicos que han participado en discos de homenaje al compositor madrileño. Un necesario bastión entre conciertos en su recuerdo y nuevo disco de su grupo, porque uno se atrevería a decir que es una de las mejores biografías escritas en castellano de un músico de rock: completa en sus datos, con más de cien entrevistas que vas espigando detalles, con un sutil equilibrio entre su vida y su música —interconectadas como cuerpo y alma— y con criterio para, a partir de los hechos, dar opiniones.

Precisamente estas opiniones son lo que los seguidores de Enrique han criticado del texto. Activos siempre, devotos y celosos en defender la exquisita belleza de sus canciones, tienen también cierto rechazo a que se hurgue en aspectos morbosos. Y lo cierto es que el volumen no lo hace, aunque establece un recuento de la relación del líder de Los Secretos con las drogas, no traza en esa adicción más que la entrada en centros, en hospitales; es en las relaciones sentimentales donde pone la abertura en canal y abre sus intimidades, sus infidelidades, sus intentos de retomar relaciones hasta la humillación. Tiene que ver con su música, desde luego; en ella, pocas veces aparecen, y muy de soslayo, las sustancias prohibidas; el amor, continuamente, es más, todas sus relaciones, sus alegrías —pocas—, sus debacles, tienen una traslación en sus canciones. De esta forma, «Otra tarde», «El primer cruce» o la póstuma «Hoy la vi» reflejan situaciones personales de manera directa. Entrar en esas situaciones en entrar en sus letras, en su mundo.

Porque Enrique Urquijo tiene la rara habilidad, la sensibilidad suprema, de hablar de sí mismo y que todos nos sintamos reconocidos, afectados. En él y en su familia se reconocen dos estilos de vida: el responsable y asentado y el bohemio. Los tres hermanos que compartieron grupo en sus inicios eran dueños de un soberbio piso de 170 metros cuadrados en Madrid. El padre, ingeniero relevante de obras dispersas, nunca estaba, y la madre les permitía absolutamente todo, que convirtieran la vivienda en una gymkana o en un circuito de patines. Las travesuras en el colegio llegaban incluso a lo desagradable, hasta que entró en las aulas la moda de la música. Antes del punk sus preferencias iban por el country-rock; un viaje de su hermano Javier a Londres les trajo el punk y la new wave, y ambas esencias se desplegaron en sus primeros discos, que ensayaban en el Ateneo de Prosperidad, junto a Kaka de Lux —incluso los acompañaron en algún concierto—o los Zombies. La muerte de Canito —el primer batería— está narrada con detalles casi de informe policial y el concierto de homenaje se detalla con precisión, aunque este cronista ha recibido otra versión de su gestación por alguna otras de las bandas que participaron.

A partir de aquí, entra Juan Luis Izaguirre, que hizo magia en el estudio con sus canciones, su segundo batería, que los llevó al mundo de las drogas y los apartó un tanto de sus amigos de siempre. Llegó a tal punto la adicción que, tras salir el segundo elepé, Gonzalo Garrido se los encuentra tirados en la calle con pintas de pordioseros. Un segundo elepé en que Enrique acabó las letras volcando sentimientos sin filtrarlos, y aun así resulta maravilloso. Este, y el tercero, Algo más, han estado mucho tiempo descatalogados y se erigen, así y todo, como unos de los más personales de Los Secretos.

Vienen tiempos de descomposición, Los Secretos y la vida sentimental de Enrique se han de reconstruir y en ello se meten incisos como la anécdota con el entonces príncipe Felipe o la historia de la doble autoría —nunca desvelada del todo— de «Ojos de gata” e “Y nos dieron las diez».

A partir de aquí la biografía reseña sobre todo aspectos de su vida privada –el centenar de entrevistas ayuda a indagar en ella— y presenta a un Enrique Urquijo inseguro, egoísta incluso. Nada contradice su valía, puede tener defectos pero saber emocionar, sacar jugo de todo su entorno y agostarlo en sus letras. Quizás tuvo demasiados grupos de personas entrando y saliendo en su vida y los conflictos con ellas sacaron su lado más vulnerable, el que encandila —en todo caso— a sus fans. Son infortunios a los que el libro les da un aire excesivamente dramático.

Hoy Los Secretos son una institución: nuevos discos, conciertos, homenajes… Junto con Alaska y Nacho Canut, son los que sobreviven juntos de aquella época; pero esto no debe hacernos olvidar que si han calado en tanta gente es debido a sus canciones, canciones compuestas por alguien profundamente humano, con un talento especial para traspasar al lenguaje todo lo que sentía y lograr transmitirlo. Si hay algo que este libro pone en claro es precisamente esto.

Anterior crítica de libros: Yo, Elton John, de Elton John.

 

 

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