Yo, Elton John, de Elton John

Autor:

LIBROS

«Un libro metódico, coherente y estupendamente escrito»

 

Elton John
Yo, Elton John
RESERVOIR BOOKS, 2019

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

El año en curso, y lo que rondaremos del 2020, se perfilan como la tormenta perfecta para la reevaluación del legado musical y vital de Elton John: la clásica gira de despedida interminable, un biopic que dignifica —por suerte— el género, rebajando sus habituales cotas edulcorantes, y ahora por fin la correspondiente autobiografía en forma de libro, con la misma rebaja de paños calientes que ya tuvo el film Rocketman (Dexter Fletcher). Gran parte del mérito recae —aunque no conste así en la cubierta— en Alexis Petridis, el periodista musical de The Guardian, que hace fácil lo difícil logrando que sea este un libro metódico, coherente y estupendamente escrito, y no el deslavazado rosario de recuerdos inconexos, anécdotas caprichosas, filias y fobias que con frecuencia articulan otros relatos de músicos célebres en primera persona.

Elton John se muestra aquí autocrítico hasta desvelar sus más sórdidas miserias, pero también exhibe un extraordinario sentido del humor: «Si te dejas llevar e intentas destrozar el piano arrastrándolo sobre el escenario, parecerás un operario de mudanzas en un mal día, más que un dios del rock rebelde», dice. Al fin y al cabo, traza el autorretrato de un músico que tuvo siempre muy pocos prejuicios (no se avergüenza en absoluto de engrosar en los albores de su carrera esos álbumes de versiones de material ajeno llamados Top of The Pops, Hit Parade o Chartbusters, una escuela tan válida como cualquier otra), un sentido muy lúdico de la creación y una determinación por acumular toda clase de objetos (discos, pero también gafas, coches, cuadros o muebles) que en ningún momento atribuye a un síndrome de Diógenes para compensar la falta de cariño que siempre le dispensaron sus padres. «No necesito que un psicólogo me diga que las posesiones materiales no son un sustituto del amor o de la felicidad personal», dice para justificar el acopio y sus frecuentes regalos a todo bicho viviente.

Hay confesiones con su proceder creativo que le reconcilian con la cordura: asume que “Rocketman” no fue escrita con la intención de convertirla en un gran éxito, muestra sus dudas ante la idoneidad de la empalagosa “Don’t let the sun go down on me” y confiesa que la insufrible “Sacrifice” tan solo fue incluida en Sleeping from the past (1989) porque su entorno se empeñó en ello. Bonita forma de buscar un atenuante. Habrá que creerle. Ah, y que “Your song” fue compuesta en apenas quince minutos, después de que Bernie Taupin tan solo le dedicara a su texto el tiempo que dura un desayuno.

Pero en ese siempre delicado equilibrio entre vida y obra, es la primera la que acaba imponiéndose a lo largo de sus más de 400 páginas. Y en ese apartado, al margen de la tabula rasa a la que tuvo que ajustarse para superar su adicción a las drogas, al alcohol y a la bulimia, o de la tardía asunción de su homosexualidad (Long John Baldry ya se lo había gritado a la cara en un pub, mucho antes de su salida de armario), sorprende el desvelo de sus relaciones con otras leyendas, algunas producto de situaciones desternillantemente patéticas, como cuando confundió a Bob Dylan con un jardinero doméstico, debido a la coca que se había metido entre pecho y espalda. Escuchó a Neil Young tocando “Heart of gold” en su propia casa antes de que fuera publicada (con el vecino golpeando el techo con el palo de su escoba), se arrepintió de haber tocado un repertorio inédito ante el público de Wembley en el Midsummer Music (1975) justo después de los Beach Boys de su amigo Brian Wilson (toda una temeridad, por mucho que este hubiera canturreado “Your song” de forma compulsiva años antes en su casa), conoció a Elvis en su más triste decadencia y disculpó a un Bowie con quien nunca sintonizó por aquella frase en la que dijo que Elton John era «el maricón del rock and roll». Eso sí, cuando el Duque Blanco hacía honores máximos al color de su alias.

Anterior crítica de libros: Fruitlands. Una experiencia trascendental, de Louisa May Alcott.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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