Empapados por Las tres tormentas de Tórtel

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«Las limitaciones técnicas apenas existen y el juego consiste sencillamente en dejar volar a la imaginación y a la creatividad hasta donde quieran llegar»

 

Con ayuda del propio compositor, Jorge Pérez, Sara Morales reflexiona sobre el último lanzamiento de Tórtel. Un disco aparentemente sosegado, misterioso y sugestivo titulado Las tres tormentas.

 

Texto: SARA MORALES.
Fotos: CARLOS GALAXIA.

 

Las nubes planeaban sobre la cabeza de Jorge Pérez, alma de Tórtel, cuando empezó a componer Las tres tormentas hace dos años. Eran blancas, suaves, de algodón, de esas que simulan forma de animales y amortiguan un sol con sonrisa, cuya luz y calor le llegaron con el nacimiento de su primer hijo. Pero otras nubes más negras no tardaron en amenazar tiñendo aquel mismo cielo de oscuridad, en una punzante borrasca que caló hasta sus huesos con agua que no seca, por la pérdida de su padre.

En ese caprichoso y cruel tira y afloja al que nos somete la vida, y consecuencia quizá de aquella descarga eléctrica que le tocó vivir, Jorge concluyó dejar atrás el latido sixtie rock de ese sonido por el que se encumbró con el aclamado Transparente (2016), para afiliarse con determinación a las texturas sintéticas, a los pulsos electrónicos, a la experimentación. Y a medida que perfilaba la humanización de las máquinas, al mismo tiempo que deshumanizaba al ser, levantó un trabajo con el que ha redefinido como un sastre de los cables su propio concepto del pop. «Me inspira mucho ponerme a trastear con samplers y otros cacharros, me parece muy sugerente llegar a sonidos que uno no puede asociar con ningún instrumento concreto», afirma. Una faceta más estimulante si cabe, en ese don suyo tan artesano a la hora de componer, ya que las limitaciones técnicas apenas existen y el juego consiste sencillamente en dejar volar a la imaginación y a la creatividad hasta donde quieran llegar.

Y muy lejos han llegado en este decálogo de canciones que sustentan Las tres tormentas. Hasta China han viajado, gracias a los teclados de Al Pagoda que arman el tema que da nombre al disco y que a su compositor le suenan muy orientales. «Recuerdo que mientras grabábamos esta canción no paraba de repetirle: «¡dale aire chino!»», cuenta Jorge. Hasta Berlín con «El rey podrido», un cuento en el que la voz se mueve entre la armonía natural y la digital, a base de procesarla con autotune, y cuya producción y mezcla final tuvieron lugar en el estudio de Al Pagoda en la capital alemana sin la presencia del vocalista. «Fue extraño, pero también bonito, ir viendo cómo las canciones cogían su sonido a tantos kilómetros de distancia», recuerda Jorge. También han deambulado por Madrid, como ocurre con «Cerdo sorpresa», esa canción que profundiza desde la pista de baile en los avatares del proceso creativo y la inspiración, y que terminó de bordar Abel Hernández en su estudio madrileño. E incluso por las profundidades acuáticas, de la mano de «Contra el mal», cuyo aliento instrumental nació en la casita que su amigo Rauelsson tiene a orillas del mar a base de caricias a un piano.

 

Dulces entramados de irrealidad

Las tres tormentas descansa sobre un colchón de letras más crípticas, si lo comparamos con las canciones a las que Tórtel nos tenía acostumbrados en sus trabajos anteriores (recordemos aquel Entusiasmo de 2012). Habita cómodamente en un sosiego aparente, sin grandes muescas de frenetismo y con ritmos más dóciles, pero no por ello incapaces de agitar las hojas que tras el chubasco sonoro vestirán un suelo empapado de honestidad. Y es esta tan brutal y tan cristalina, que lo mismo se refleja en canciones como «Adelante» —una de las más tristes y sencillas del álbum nacida de una nota de voz de whatsapp que le envió Sebas Benavente (antiguo bajista de la banda en directo) a Jorge—, que desemboca en efectos inesperados, impropios quizá, como ocurre con «Poder absoluto»: «Esta canción tiene algo emocionalmente muy intenso para mí, tanto que por ahora ni siquiera la tocamos en directo».

 

«Las tres tormentas descansa sobre un colchón de letras más crípticas, si lo comparamos con las canciones a las que Tórtel nos tenía acostumbrados»

 

El secreto de este disco es que aglutina en sí mismo una experiencia sensorial más allá de los propios sentidos, donde realidad y ficción se dan la mano para levantar un torre de babel compuesta por detalles que nos van descifrando el imaginario cultural que envuelve a su creador. Ocurre en «Vamos búho», una canción que a él mismo le transmite paz, por esos ambientes de serenidad que sugiere a través de la letra, el piano o el silencio y que está dedicada a los personajes del cómic Megg, Mogg and Owl de Simon Hanselmann. También con la presencia instintiva de referencias a la filmografía de Kelly Reichard y Noah Baumbach… E incluso aquella película del Carpenter de 1986 que llevaron a Jorge —junto a una reflexión mucho más trascendental— a bautizar su disco como Las tres tormentas: «Cuando empecé a componer estas canciones acababa de ser padre. Todo el mundo me preguntaba qué tal estábamos los tres, cada vez se me hacía más evidente que mi propia vida eran también las otras dos; y la verdad es que esa idea me gustaba. Me vino a la mente también algo mucho menos profundo: el trío de malos expertos en artes marciales que siempre iban juntos en la película Golpe en la pequeña china; me gustó la idea de apropiarme del nombre y llevarlo a otro lugar».

 

Fuego sobre la lluvia

Los estratos de una escritura impulsiva por parte de su compositor, libre, casi automática, a veces sin pensar y otras sin embargo haciéndolo demasiado, han llevado a que este álbum se convierta en refugio de mantras e incluso de invocaciones, como «La idea del norte», pero también de paisajes oscuros como «El fin de la historia». Un tema donde brilla de un modo fulgente la mano de Abel Hernández a la producción, cuyo sonido no puede evitar irradiar esperanza a pesar de la tenebrosidad extraterrestre que lo envuelve.

Porque el misterio es otra de las llaves que abre la puerta de Las tres Tormentas, esa mezcla de atracción y sugestión que se pasea por estas diez historias que tanto cuentan y tanto esconden. Al propio Jorge le sigue ocurriendo con «Capa oscura»: «No suelo escuchar mis canciones una vez terminadas, pero cuando por casualidad o lo que sea oigo esta, cada vez me habla de una cosa distinta. Es un auténtico misterio para mí».

Como también lo es el rumbo que tomará Tórtel de ahora en adelante, con la que podríamos llamar su obra cumbre hasta la fecha ya entre nosotros, y que pone el listón de su propio futuro a la altura de un cielo cuyas nubes, finalmente, han moldeado la mente de un creativo donde nosotros, los receptores, no éramos más que una pieza de su propio juego exorcista: «En todos mis discos siempre he pensado mucho en cómo iba a recibir la gente las canciones, tratando de ser empático no me olvidaba de que la música es comunicación, y aunque sobre todo siempre he contado lo que quería, nunca he pasado por alto que también me dirigía a alguien. Con estos nuevos temas, sin embargo, he pensado muy poco en la recepción de la gente y he hecho el disco que yo necesitaba hacer y que quería oír».

 

 

 

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