El disco del día: Samuel Yirga

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«Este jovencísimo pianista etíope, crecido y educado en Inglaterra, despunta como una de las más mercuriales promesas del “etiojazz”, el jazz que se hace a partir de los modos tradicionales de Etiopía»

Samuel Yirga
«Guzo»
REAL WORLD/RESISTENCIA

 

 

Texto: GERNOT DUDDA.
 

 

Apenas en la veintena de edad, este jovencísimo pianista etíope, crecido y educado en Inglaterra, despunta como una de las más mercuriales promesas del “etiojazz”, el jazz que se hace a partir de los modos tradicionales de Etiopía. Esto ya viene dejando de ser un género dentro del género para pegarle un buen mordisco a ese gran contenedor de hoy en día que es el jazz e irrumpir en todo su epicentro.

Samuel Yirga ya estuvo con Nick Page en las dos experiencias realizadas hasta la fecha por Dub Colossus y sabe de lo que predica. “Guzo” significa “viaje” en ahmárico, la semítica lengua que se habla en su país de origen. El resultado es serio, muy elegante y tiene esa clase que suele esperarse solo de un veterano. Y suena como si el polvo rojizo de la meseta etíope se hubiera colado por entre las rendijas de los más prestigiosos salones, pero sin manchar las cortinas.

Por supuesto con la mente puesta en el septuagenario Mulatu Astatke, que en su día vivió la era musicalmente dorada de Haile Selassie y su inabarcable legión de bandas militares, y que ha sido capaz de acercar ese testigo a la actualidad de forma ejemplar con su reciente retorno. Esta avezadísima aventura de Yirga es la prueba más clara de que ese poso por la tradición –y su cruce igualitario con el jazz– se ha transmitido con holgura y conocimiento de causa.

Ya la primera pieza (‘Abet abet’) arranca con esos elementos tan distintivos de la música de Etiopía: esos dislocados metales por un lado y el uso tan orgánico del mesengo, el característico violín de una sola cuerda que tiene ese sonido tan telúrico. El resto lo pone el lirismo confeso de Yirga, ya sea con el piano acústico, el Hammond, el Fender Rhodes o los teclados MIDI, que sabe manejar al completo con mucha calidez y precisión, y con claros reflejos de su esmerada educación en la música clásica, contemporánea y latina. Y si quitas todo el fondo y le dejas solo con el piano, te hace una sentidísima pieza como ‘Dance with the legend’ (homenaje a la gran Tilahun Gessese).

Con todo esto no necesitaríamos ya nada más, pero estamos en el sello Real World y eso equivale a aceptar esa norma tácita de que en cada disco haya siempre otros músicos compartiendo experiencias. Y ni The Creole Choir of Cuba ni Nicolette tienen mucho que ver con el resto del conjunto –por mucho que su aportación sea buena (hablamos de versionar el ‘I am the black gold of the sun’ de 1971)–, lo que Yirga, ya desinhibido de sus obligaciones con las raíces, aprovecha para darle gusto a su otra gran pasión por el funk y el r&b. No podía debutar de forma más excelente.

Anterior disco del día: Band of Horses.

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