Egon Soda y el falso mito de las superbandas

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“Creo que (tras el atentado de Barcelona) nadie hacía la reflexión más interesante: ¿qué hemos hecho mal, por qué pasa esto y cómo podemos evitar que pase?”

 

Egon Soda es el resultado de un puzle único: Ricky Falkner, Ferran Pontón, Charlie Bautista, Xavi Molero, Pablo Garrido y Ricky Lavado remando en la misma dirección. De su nuevo disco hablan con Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.

 

Egon Soda nacieron en un instituto, crecieron en la última década y se reproducen sin ninguna intención de morir pronto. Su última criatura, “El rojo y el negro”, verá la luz el 9 de marzo. Tres años después de editar “Dadnos precipicios”, y justo cuando se cumple una década de su debut homónimo. Sin dejar de hacer ruido mediático con el resto de sus proyectos, Ricky Falkner, Ferran Pontón, Charlie Bautista, Xavi Molero, Pablo Garrido y Ricky Lavado tienen una nueva colección de canciones entre manos, grabadas en La Casamurada durante el pasado noviembre y listas para saltar a los escenarios. Ellos lo están también, aunque el intrépido Ricky Falkner, voz de Egon Soda, nos espera secretamente recostado en el sofá de sus nuevas oficinas, venciendo el sopor de las cuatro de la tarde. Junto a él está su amigo y compositor de la banda, Ferran Pontón.

Es un piso antiguo, de techos muy altos y salones amplios, en plena Latina madrileña. Ambos se sientan en la mesa a hablar de su proyecto más antiguo, ese que ha ido consagrándose a pesar de sus dilatadas publicaciones y sus agendas apretadas. Por eso grabaron rápido: “Encontrar diez días que estemos todos juntos es problemático. Nos hemos acostumbrado a esa urgencia de trabajar con la idea de que vas a generar algo mientras tocas. No vas a pensar mucho, vas a intentar que pase algo, una sensación, un color”, reflexiona Ferrán. Previamente, él trabaja en profundidad textos y músicas: “Doy canciones enteras, intentando dejar espacio para que cada uno pueda hablar desde su lado del cuadrilátero. Es lo bonito de Egon”.

Editor de profesión, Pontón reconoce que en este disco hay menos visceralidad letrística. “He tenido que escarbar más, y yo solo sé escarbar escribiendo. Las imágenes que quería reflejar eran más difíciles de encontrar, tenía que ir buscándolas según iba escribiendo”. La espina dorsal de esos textos es una reflexión política desde su propia experiencia: “Yo he recibido una educación muy orientada a un tipo de pensamiento, la izquierda marxista, y he aprendido a ver el mundo a través de sus ojos. Ha sido bueno para mí, pero también ha sido difícil. Eso se ha adaptado como una segunda piel: algunas cosas se han perdido, otras se han recuperado”. Por eso aquí plantea su pensamiento político “como un camino que no tiene que ser homogéneo. A veces es un ir y venir, y cambiar de opinión. Lo que tienes muy claro a nivel mental no lo tienes tan claro a nivel sentimental. Ahí se crean contradicciones que son importantes y que te de definen como persona”.

 

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“Lo importante es el mundo que les va a venir a nuestros hijos. Nuestro trabajo como adultos es intentar no joderlo demasiado”

 

Él, que sostiene que si una canción no araña, no sirve, encuentra poesía en el pensamiento político. Cita el título de uno de los temas, ‘El mundo sin corazón’:  “Es la segunda parte de una frase muy conocida de Marx: ‘La religión es el opio del pueblo, pero es una luz en un mundo sin corazón’. Ahí hay poesía. Ni a unos ni a otros les interesaba esa segunda parte de la frase, y es muy bonita, más humana y más poética. Creo que existe esa poética política. He buscado ese camino intermedio, por eso me costaba encontrarlo”. Aunque el nombre del disco es un guiño a Stendhal, esta vez no hay una inspiración concreta: “Me ha influido todo lo que he ido leyendo, sobre todo a nivel político y filosófico, leo muchos libros de este tipo. Todos me aportan algo. Hay cosas de (Antonio) Gramsci, de Marx, incluso de (Albert) Camus… A veces me doy cuenta mucho tiempo después. He llegado ahí y no sé cómo”.

El punto de partida reflexivo se entiende bien cuando habla de ‘Matanza’, tema compuesto tras el atentado de Barcelona del pasado agosto. “Quedó una sensación los días después en la ciudad que me afectó muchísimo. Una sensación de desamparo, de fragilidad, que podía desaparecer la ciudad, que no había nada que lo impidiera. Quedó una sensación de tristeza densa en el aire, eso me llevó a escribir la canción. Estaba muy enfadado con los medios porque todos apuntaban a su propio discurso. Nadie hacía la reflexión más interesante: ¿qué hemos hecho mal, por qué pasa esto y cómo podemos evitar que pase? Nadie estaba en esa tesitura, iban a vender periódicos y tesis políticas que no venían a cuento, pensé que era manipulación pura y dura de un suceso terrible”. Una letra dura con aire caribeño (abolerado, incluso chachachá), que funcionaba bien en su cabeza y en el disco: “Me apetece aportar nuevos caminitos musicales para no aburrirnos”. Lo hace también en ‘El testigo’, donde escribe sobre los lemas del “Basta ya” o el “No pasarán” a ritmo de cóctel: “Que la gente siga diciendo basta es la única forma de avanzar. Lo importante es el mundo que les va a venir a nuestros hijos, nuestro trabajo como adultos es intentar no joderlo demasiado”, piensa Ferran. “Darles las herramientas para que puedan joderlo ellos”, añade Ricky, rápido. Los dos ríen.

 

Subir la voz
Esa profundidad se ha traducido en textos difíciles de cantar. “Siempre lo son un poco, pero esta vez más”, reconoce Ricky, porque “había mucha letra, muy pocos sitios para respirar, ese tipo de cosas que un cantante profesional manejaría mejor, pero encontrar ese camino también es divertido”. Pero los textos no ahogan la musicalidad de las canciones: “Tenía claro que se tenía que escuchar bien la letra, por eso hemos puesto la voz más fuerte de lo que yo la habría puesto. Si no, no tenía ningún sentido todo ese esfuerzo”. No querían que se perdiese el mensaje. No querían taparlo como hacen algunos grupos, cuyas partes vocales se diluyen hasta hacerse casi inaudibles: “Hombre, hay muchos grupos que con las letras que hacen, más les valdría bajar aún más la voz… pero también hay otros casos que es una pena que pase eso”, apunta Falkner.

 

 

“El rojo y el negro” se aleja un poco de la Americana de otros discos (a excepción, quizá, de las guitarras de ‘Nuevos horizontes’), partiendo de una premisa de Ferran, que lo veía más “negroide”, un punto de partida que han abordado de una manera sutil: “Es una filosofía de cómo vas a tocar, dónde vas a frenar, o dónde vas a pasarte de la raya. Ese es el punto, más que un ejercicio de intentar hacer un tema de soul. Entender el mecanismo que está debajo. Respetar más el silencio, tocar menos”, explica el compositor. Abre el disco ‘Lucha de clases’, una puerta muy accesible hacia un camino donde discurren el funk, el blues o el jazz, donde se produce un emplazamiento planteado con sutilidad. El título más mordaz, ‘Corre hijo de puta, corre’, tiene hasta un punto góspel: “Es verdad, era la idea: destruir el góspel desde dentro”, bromea Falkner.

Grabar las canciones en el mismo orden que están colocadas en el cedé enfatiza la naturalidad del viaje. “Tienes razón en que ‘Lucha de clases’ es la canción que puede enganchar más a discos anteriores, pero el disco te va llevando a sitios muy distintos. Si no pasan cosas, te aburres”, advierte Ferran. Y como ellos se divierten constantemente, también incluyen guiños en esa canción a algunos de sus compañeros de oficio, como Iván (Ferreiro), Martí (Perarnau) o Juli (Julián Saldarriaga): “Son nuestros amigos, me gusta que estén ahí. En este disco no ha habido colaboraciones más allá de los coros, y me apetecía meter a los que no vinieron pero estaban en espíritu”.

La producción es pura democracia: se le acredita a la banda íntegra y a su ingeniero de sonido, Jordi Mora. La grabación, como siempre, se realizó “con mucha urgencia y sin haber ensayado. Cada uno hacía lo que podía, vigilaba lo suyo y nadie se puso a vigilar lo de los demás. Trabajamos en plena confianza”, describe Ricky. Ferran destaca esa fe grupal: “Tener a gente como Ricky o como Charly en una banda y que todo sea tan fluido es porque son muy generosos. Escuchan más que dicen y eso es brutal”. Se entienden y se dejan llevar.

 

“Hundiendo” discográficas
Egon Soda huyen del acomodo, pero no porque crean que el éxito está en el movimiento. “Hay casos para todo. Yo no le pediría a Hank Williams que probase con el reggae. A veces no es necesario que un artista se mueva de su sitio para que llegue a dar lo mejor. Radiohead es un grupo que funciona en base al movimiento y Bob Dylan no tiene necesidad de moverse”, opina Falkner. Pontón cree que todo el mundo se mueve: “Los Ramones no son todo el tiempo iguales, su primer disco no se parece nada a los discos de los 90. Lo que pasa es que es una evolución muy pequeña dentro de un género, porque no les interesa. Eso es lo que al final define si el cambio es exitoso o no: si es importante y es sincero para ti, es exitoso, aunque no te dé más dinero o vendas más discos. Lo peor es intentar hacer algo que no te crees, así es como se rompen los grupos. La única forma es creértelo. Si eso implica cambio, guay; si implica seguir haciendo canciones de tres acordes, pues fantástico. Como decía Calamaro: ‘Hacía canciones con tres acordes y me di cuenta de que me sobraba uno’”.

Ya han cambiado varias veces de compañía, pero no porque las esquiven. “¡Nos han esquivado ellos a nosotros! Somos conocidos en el mundo entero por hundir discográficas!”, ríen al tiempo. En realidad, no todas: “Cydonia, de The New Raemon, está parada porque se dedicó a lo suyo, por suerte para todos. Naive nos cuidó mucho, pero cerró por cuestiones internacionales y la gente de Warner recuperó nuestros discos anteriores y los distribuyó. Ahora Heart of Gold se arriesgó a luchar contra la maldición Egon Soda y nos ha permitido hacer el disco a nuestro aire”, explica el vocalista. Sus idas y venidas, aclara Ferran, son casuales: “No es necesario hacer bandera de eso. Hay gente a la que le gusta la música en multinacionales y en pequeñas discográficas, y gente a la que no le gusta, también. Es una cuestión de cariño y de trabajo”. Para su compañero, lo importante es que se respeten sus particulares tempos: “Mientras la gente lo mime, iremos de la mano de quien sea”, concede Falkner.

 

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“Lo peor es intentar hacer algo que no te crees, así es como se rompen los grupos. La única forma es creértelo”

 

Aquel proyecto que nació mientras estudiaban en el instituto ha ido sorteando décadas sin perder el cariño original: “Se creó cuando éramos adolescentes con la única idea de tocar. Cuando llegó el primer disco llevábamos muchos años. Nos lo tomamos con mucha calma. Ahora estamos intentando que los discos no se separen siete años, pero la idea siempre es la misma: tocar, encontrarnos, reír y hacer canciones. Esta es una prioridad emocional, es nuestra carne. Las otras cosas también, pero esto viene de nacimiento”.

Ferran y Ricky, que también comparten cartel en Mi Capitán, podrían enmarcarse en ese fenómeno de las superbandas, como Cream (en los sesenta), Travelling Willburys (en los ochenta), o, mucho más recientemente, los Velvet Revolver. Pero conciben sus proyectos con más humildad: “La superbanda es la que consigue hacer conciertos y vivir de la música. Ya no es como en los 60. La gente que se quiere dedicar a la música es inevitable que toque en varios proyectos, es la única manera de hacerlo. Eso genera superbandas. Se fraguan en las barras de los bares”, sentencia Ricky. Ya no son mitos, son la herencia del tiempo que vivimos, en el que él, camaleónico, presenta disco al mismo tiempo que una de sus últimas producciones, “Que corra el aire” de Luz Casal: “Tuve mucha suerte, esto fue una idea de ella. Nos conocimos, es una tía muy guay. Me dio total libertad para decidir cómo quería hacer el disco, me dejó montar la banda que quise y se puso en mis manos totalmente. Se dedicó a observar. Pensaba que en cualquier momento iba a decir: ‘Mira, no, estamos yendo muy mal…’, y no pasaba nunca, íbamos grabando, mezclando, y no pasó. Ella es muy feliz y yo también. Lo hicimos con una superbanda que aportaron muchísimo amor y mucho cariño”. Cree que a la gallega “le gustaría hacer más rock del que ha hecho. Hay temas rockeros en el disco, pero también más pop y más ‘tradicionales’. Siempre le gusta tener un pie en cada sitio, y en este disco se ha cumplido. El rock es algo muy natural para ella, le sale solo, pero cuando canta un fado también. Hemos intentado que vaya a todo”.

Pero ahora están a otra cosa. A “El rojo y el negro”. Egon Soda tienen previsto hacer un par de ensayos (literalmente) y echarse a la carretera para presentarlo en Barcelona (el 8 de marzo, en la sala Apolo) y en Madrid. Están convocados para varios festivales y, cuando se vaya el calor, planean una gira de salas. Quizá este año se cumpla la fantasía de Falkner, y cuando Egon Soda toquen ‘Roble inverso’ en el escenario, aparezca Iván Ferreiro a cantar ‘Los restos del amor’, hija directa de la anterior. “¡Sí, un día tenemos que hacerlo! Estaría muy chulo”, sonríe Ricky. Y Ferran sonríe también. Ya va tocando organizarlo. Corred, hijos de la música, corred.

 

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