Easy eighth album, de Kaiser Chiefs

Autor:

DISCOS

«Ofrece una sana y oxigenante variedad a canciones tan perfectas como siempre»

 

Kaiser Chiefs
Easy eighth album

V2 RECORDS, 2024


Texto: CÉSAR PRIETO.

 

De entre los grupos que, llevando ya tiempo, siguen estando de actualidad en la vorágine de los compradores —si queda alguno—, escuchas y blogs musicales, Kaiser Chiefs son seguramente los que hacen y defienden mejores canciones. ¿Por qué decimos esto? Pues porque, obviando sus veinte años de carrera, “Feeling alright” son tres minutos y medio de soberbia efervescencia, por poner un ejemplo. Instalados en ese sonido británico herencia de los grupos que entendían el pop como algo festivo en los sesenta, con unas gotitas de glam y de Manchester, y la herencia más cercana de Oasis y Blur, la música de Kaiser Chiefs se construye para bailar. Con ese objetivo se sostiene en noches de clubs, dinámicas de fiesta y animación continua.

Para ello emplean la electrónica. “How 2 dance” es un buen ejemplo para romper la pista, como esas rodajas de música disco hechas por grupos guitarreros. Lo que sorprende y encanta de Kaiser Chiefs es que recuperan sonidos del pasado sin que sea revival. Son absolutamente actuales. Incluso llegan a ser funkys en “The job centre shuffle” —de temática social, sobre el desempleo, y con mucha rabi—-, de trompetas lánguidas y aire entre los Jam de The gift y los desbarres de The Pogues, que llevan al resultado de un himno con los coros milimétricamente perfectos. También himno es el estribillo de “The lads”.

Pero hay más cosas. Repasemos. “Beautiful girl” es un encanto nuevaolero, heredera del poderío que sostuvo a The Records o a los californianos Plimsouls. Y hay un par de gusto más rockero. “Burning in flames” es de clásica tradición épica, y tiene un regusto de fondo con ramalazos de Philadelphia Sound. “Reasons to stay alive”, potencia la dureza, con un ruido casi de motor, y pasaría por una de esas canciones pantanosas de Marc Bolan, de ritmo machacón, onomatopeyas y punteos eléctricos de medio segundo, o se acercaría a los Depeche Mode de “Personal Jesus”.

Alejadas de estos paisajes están, por ejemplo, “Sentimental love songs”, una proclama de amor de aire casi oriental, con el tratamiento que le hacía a estos sonidos exóticos David Bowie, o “Noel Groove” —el Noel del título es Gallagher—, derivada de esos Beatles psicodélicos para volverse, poco a poco, más guitarrera. Y su influencia es esa, las bandas de guitarras de los ochenta, de su adolescencia, que entendieron que a las guitarras se les podían añadir muchas más cosas.

El álbum lleva ese título porque, según el grupo, fue fácil de grabar y un placer hacerlo. Las cosas se transmiten, también es un placer escucharlo. Quizá más afín a la electrónica y al pop que los anteriores, pero eso no molesta, al contrario, ofrece una sana y oxigenante variedad a canciones tan perfectas como siempre, con sus riffs adictivos, sus estribillos pegajosos y sus letras sencillas. Y si encima se acercan al dance —no en vano les ha ayudado Nile Rodgers, productor también de Bowie, no lo olvidemos— y se pueden bailar, mejor que mejor.

Anterior crítica de discos: Hello, I’m Britti, de Britti.

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