Diario de una tregua, de Loquillo

Autor:

DISCOS

«Un disco intenso, anclado en el presente, y que no es precisamente optimista»

 

Loquillo
Diario de una tregua
DRO/WARNER, 2022

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Que José María Sanz no tiene abuela es algo sabido desde hace décadas: nadie en el rock español se gasta tanta chulería y cree tanto en sí mismo como él (si acaso, el indómito Jorge Ilegal juega en esa misma liga). Pero, incluso así, sorprende escuchar “El rey”, el tema que abre Diario de una tregua. Porque lo que hace, desde el segundo cuarenta y tres, es autoproclamarse «el rey». Tal cual. No necesariamente el del rock. Solo el rey. Sin más. Ni menos. Bueno, sí, con algo de falsa modestia, preguntándose con perplejidad (e intuyo que cierta dosis de humor) «cómo es posible ser el rey» viniendo de dónde viene: «Sin apellidos compuestos / solo estribillos perfectos». Lo increíble es que consultas los créditos y el autor (en letra y música) de esta proclama escrita en primera persona y con dejes autobiográficos ¡es Igor Paskual! Pero se comprende: pocos conocen y entienden a Loquillo mejor que Igor. Tanto, que es capaz de hilar un texto que bien podría haber firmado su propio jefe, metiéndose en su piel, enfundándose su traje, asumiendo su ideario y su actitud para marcarse un temazo de esos de autoafirmación con los que, de tanto en tanto, gusta descolgarse el Loco. Un rock vibrante, guitarrero, con leves apuntes sesenteros y final de lujo con un saxo hijo putativo del de Clarence Clemons en la E Street Band de los años dorados. (Y déjenme abrir un paréntesis: ¡qué delicia es escuchar un buen saxo rockero! Qué riqueza sonora y qué vitalidad puede aportar ese instrumento, desplazado al cuarto de las escobas en las últimas décadas. Particularmente en el rock español, ebrio de pedal steel desde hace alrededor de tres lustros, como si nuestra meseta, y nuestra meta, fuera Misuri).

Puestas las cartas sobre la mesa desde la apertura, lo que viene a continuación es un disco intenso en el que hay espacio para recrear un clásico inmarcesible de Sabino Méndez, que Loquillo y Trogloditas grabaron en 1985: “La mafia del baile”. Feliz rescate puesto al día con contundencia y engalanado con profusión de coros. Coros que, atención, se despliegan a lo largo de todo el álbum, ya que son muy del (buen) gusto de Josu García, actual guitarrista de Loquillo y productor de Diario de una tregua. Momento oportuno para destacar el trabajo desarrollado por García, con una producción potente pero que también sabe ser sutil cuando toca. Actual pero anclada en la tradición, que se desenvuelve con naturalidad en los diferentes colores que requiere cada canción, como ese toque mariachi de “Sonríe”, una pieza callejera de Sabino Méndez que nos habla de desesperanza, de que nos queda poco más que una mirada y una sonrisa. Una sonrisa ajena con la que afrontar este descorazonador siglo nuestro (no tan distinto en su enajenación a los anteriores, convengamos, solo es que veníamos de unas largas vacaciones) que provoca risa: «Desfila por las esquinas tanto tonto que hace reír / con sus payasos que gritan, profetas con altavoz, / cierra el botón del volumen, que se ahoguen en alcohol».

Y ahí, en el presente, es donde se apuntala una obra cuyo tanteo global no es precisamente optimista, porque incluso un corte como “Velas a San Antón”, del dúo Loquillo/Paskual, con un texto que parece querer transmitir cierto aliento cuando las cosas van mal, se torna inquietante en compañía de su densa música. Un logrado contraste que consigue su intención: agarrar al oyente, meterlo en la canción y, una vez cautivo, desconcertarlo. La misma tónica marca “Somos la furia”, con la épica musical tan propia de Igor Paskual y que tan bien le sienta a Loquillo. Aquí épica comedida, casi como si esto fuera un himno pensado para tener vida fuera de la grabación y que pueda ser coreado sin necesidad de instrumentación alguna y, por ello, no quiere pasarse de velocidad. Porque en este disco, ya decíamos, todo está muy medido, muy ajustado, muy pensado. Los detalles importan.

Sabino Méndez, autor de la mitad de las composiciones, lo es de “La lluvia dice”. Un rock de hermosa factura y melodía, con guitarras como cuchillas, que Loquillo canta con esa sabiduría que ha desarrollado a lo largo de los años. Es tema de amor, aunque no lo parezca, pero como dice al final: «A veces también se equivocan las canciones de amor». Tras él llega “La libertad”, el canto más abiertamente esperanzado de la colección, también obra del sabio Méndez. Un himno rock (casi a ritmo de marcha) a la libertad, contra el odio, las banderas y las fronteras, que pareciera escrito, verso a verso, en respuesta a la salvajada bélica de, precisamente, estos días en que el disco ve la luz. Una letra tan impactante que es preferible no desvelar nada de ella, y que el oyente la descubra por sí mismo en la primera escucha. Y si lo cree oportuno, que la haga suya. Y se desgañite cantándola.

El alma del soul rock desenfrenado (escuela Blues Brothers, por entendernos, vientos adherentes incluidos) emana en la bailable “Todo tiene su sabor”, de Paskual, que incide (seguimos en ello) en nuestros tiempos inciertos (de mierda, vaya) en los que nosotros mismos tenemos que sacarnos las castañas del fuego, y vivir, porque no queda otra, echando p’alante. Loquillo la interpreta por momentos con rabia, y ahí quedan versos como: «Ni Dios ni el Diablo hacen ya milagros. / En lo cotidiano está el nuevo regalo. / Y es que cada fiesta es ahora una gesta. / Con el ruido diario tendremos que seguir».

Encaramos el tramo final, y con él llega la calma. Y cae la joya de la corona: “Historia de dos ciudades”, inspirada por el inicio de la novela del mismo título de Charles Dickens, musicada por Gabriel Sopeña y con un texto soberbio a pachas con Loquillo. Una de esas canciones enormes que marcan la diferencia, y que, caray, aunque alentada por una obra del siglo XIX, habla (de nuevo) del ahora. De nosotros, en definitiva: «Eran los mejores tiempos, / eran los peores tiempos. / Era el siglo de la locura / y era el siglo de la razón. […] Era el siglo de todo el bien / y de todo el mal. // Era la primavera de la esperanza / y era el invierno de la desesperación. / Íbamos directos al cielo / y de cabeza hacia el infierno: / eran tiempos de silencio / y de fragor». ¡Guau! Si nos dicen (al igual que con “La libertad”) que se escribió ayer, podríamos creerlo. Confesión: hace algo más de un mes, cuando la escuché por vez primera, no pude por menos que preguntarle al Loco si era consciente de lo que Gabriel Sopeña y él habían firmado, del significado que tenía, precisamente ahora (con Ucrania y la guerra en nuestro pensamiento constante), esta canción tan cruda como hermosa. Una pieza que fija nuestro momento exacto.

Como conclusión de este Diario de una tregua queda “Voluntad de bien”, donde Loquillo saca al crooner que lleva dentro desde los ya lejanos días de los discos de poesía. Pero admitamos que hace rato que todos los Loquillos que en el pasado se presentaban en álbumes independientes, conviven en su obra con naturalidad. Un tema inconmensurable y majestuoso que se imbrica en la tradición de la chanson, a lo Brel. Creación de un inspirado Sabino Méndez, es una suerte de lúcida última voluntad, de asumir el final entre amigos y brindando. Loquillo canta con sentido, poderío y magisterio un texto que tiene algo de reconfortante para aquellos que sumamos unos años y no nos engañamos, pues sabemos que no hay que hacerlo. Y me atrevería a afirmar que de eso va este disco inmenso (de esos que, inagotables, invitan a que los escuches una y otra vez): de asumirlo y no engañarse. Y no es poca cosa.

Anterior crítica de discos: Ho hoho, de Los Deltonos.

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