Desastre con patas, de Sergio Makaroff

Autor:

DISCOS

«Canciones cada vez más depuradas y sencillas, cada vez con más trazas de música popular y más emocionantes»

 

Sergio Makaroff
Desastre con patas
Autoeditado, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Se me quejaba el buen Sergio Makaroff, en la pequeña conversación que tuvimos sobre la edición de su reciente disco, de que su edad iba siendo provecta. Este cronista no alcanza a saber si ello es un problema o no, lo que sabe es que un álbum como el que ha perpetrado solo lo pueden hacer músicos con ilusiones, con frescura, con temblores en el corazón, pero temblores de los de sentimientos, no de los otros. Solo hay una pega: tiene que autoeditarse. Para el pop español es más que una desgracia, es una verdadera diagnosis que alguien con la carrera, las ganas, el talento compositivo y la belleza de sus canciones, no encuentre cobijo en ningún sello. Por lo menos, eso sí, podemos disfrutar de sus canciones; cada vez más depuradas y sencillas, cada vez con más trazas de música popular y más emocionantes.

Makaroff, a pesar de haberle tomado las hechuras al pop durante cuarenta años, conserva siempre un aire, un fondo y un leve aroma porteño. Se da el caso en «Desastre con patas», refrescante y asentado en la tradición. De la misma manera, el aire dulce y acogedor de lo tradicional aparece en «La virgen de los toros», cuyo aroma y fondo tienen como excipiente un magnético riff. Se desvela en ella –medida, perfecta en su estructura– el tono habitual de sus letras, siempre coloquial, de amable ironía, de modulación perfecta para que puedan entrar las palabras entre los instrumentos. Donde se despliega esto de manera especial es en “Cabeza hueca”, que consigue transmitirnos la enorme satisfacción de comprar chocolates, de ver llover, de sentir el tacto de la almohada. En “Canciones”, ese encanto se centra en un enorme amor por la música.

No es el único tono, porque en las nueve restantes despliega tantas texturas como canciones: “Mi destino” es un blues rock que está lejos de resultar correoso, mientras que, por el contrario, “Bizcochitos” tiene algo de tropical, de plácida caricia para que suene entre palmeras y arena y nos abarque ese encantador elogio de las cosas sencillas. Y en “Buenas intenciones” nos sorprende con una base instrumental funky y vientos que la llevan hacia el soul. De la misma manera que “Takeiteasy, Batatón” es canalla, casi música urbana, y donde rapea con un vocabulario de calle.

Dejamos para el final las maravillas. Siempre las hay en los discos de Makaroff, de nivel general notable, pero que en ciertos cortes llega más allá de la matrícula. Ocurre en la cálida y acogedora “Conjuro”, casi una nana, pero cuyo tema brinda por la protección que nos ofrecen los sentimientos, por la magia del amor total. También es excepcional “Velitas”, un plácido balanceo costumbrista que evoca fiestas de barrio, farolillos, cromatismo… Esa sensación de que la existencia perfecta es la que nos ha llegado sin saberlo.

Es una pura delicia enfrentarse de nuevo a un disco de Sergio Makaroff. Para los que tenemos los años y la suerte de poseer sus primeros singles, allá por el inicio de los ochenta, no puede ser más gratificante ver que la esencia continúa y se va depurando; que Makaroff cada vez se aferra más a las pequeñas cosas, en un optimismo que da oxígeno a lo más sencillo, que nos enfrenta a lo que de verdad merece la pena.

Anterior crítica de discos: Sympathy for life, de Parquet Courts.

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