Cuando Estados Unidos fue a por Billie Holiday

Autor:

COMBUSTIONES

«Billie Holiday fue su nuevo hombre de paja. Su cordero sacrificial»

 

La nueva película sobre Billie Holiday, The United States vs. Billie Holiday, pone el foco en la caza de brujas que sufrió la musa del jazz por parte de los agentes de narcóticos. Una cruenta historia sobre la que escribe, desde Nueva York, Julio Valdeón.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Billie Holiday tiene nueva película. La voz de hueso y nieve, santa patrona del dolor y el jaco, reaparece en las pantallas, en realidad en las plataformas, con The United States vs. Billie Holiday. A la chica de Filadelfia, nacida en 1915, la ley le hizo la vida imposible; por negra y por drogadicta, acabó sin licencia para actuar en los clubs de Nueva York. Estaba fresca la derrota del FBI en su intento de encarcelar a todos los jazzeros: con la abolición de la Ley Seca los agentes de narcóticos, comandados por Harry Anslinger, habían dirigido sus cañoneras contra los músicos afroamericanos. Según leemos en Chasing the scream: The first and last days of the War on Drugs, el libro de Johann Hari que inspira la película sobre Billie, los hombres de Anslinger creían que «muchos de los jazzistas piensan que están tocando magníficamente cuando están bajo la influencia de la marihuana, pero en realidad se están confundiendo irremediablemente y tocando horriblemente». Odiaban aquella música. Odiaban a sus hacedores. Odiaban la corrupción que que creían distinguir, emanando de sus improvisaciones. Odiaban su libertad formal, su hedonismo, su espíritu lúbrico y, por supuesto, su creciente influencia. Cuenta Hari que los músicos cerraron filas. Fue imposible lograr que se delataran y el departamento reorientó su caza de brujas. En lugar de machacar a todo el gremio irían a por una de sus figuras. Eligieron a una de las más icónicas; también, ay, la más susceptible de cometer errores y acabar entrampada. Billie Holiday fue su nuevo hombre de paja. Su cordero sacrificial.

Toda animadversión era poca para quién tuvo la audacia de registrar “Strange fruit”, el escalofriante poema sobre los linchamientos escrito por un maestro del Bronx, Abel Meeropol, militante del partido comunista. Billie grabó el tema en 1939. El impacto fue duradero. Conviene recordar que en la tradición blues no hay prácticamente ninguna letra que afronte la segregación racial, las cabalgatas de grupos de ultraderecha como el KKK ni, en general, la espantosa violencia contra la minoría negra. Cualquiera que denunciara el infierno de las leyes Jim Crow en, pongamos, Alabama o Mississippi, corría un riesgo serio de protagonizar su propia historia de horror. Los versos de “Strange fruit” tuvieron que resonar como disparos de luz en las horas más obscenas del sur profundo… «De los árboles del sur cuelga una fruta extraña. / Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. / Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. / Una extraña fruta cuelga de los álamos. / Escena pastoril del valiente sur…».

 

 

Dicho todo esto, el tormento fue casi siempre íntimo. Un infierno a caballo entre sus devastadoras adicciones y su querencia por unas relaciones amorosas ligeramente sadomasoquistas. De carácter fiero y altivo, abusada por muchos, estrella en permanente huída de sí misma, la cantante, la más emocionante de la historia del jazz, dejó un reguero de anécdotas turbias y cataclismos personales. Murió de cirrosis con 44 años, arruinada, con dos agentes de policía en la puerta de la habitación del hospital, sometida a un acoso inhumano. Quedan sus discos, monumentales. Por ejemplo, las grabaciones para Commodore y Decca. Por supuesto todos y cada uno de los fulgurantes, abrasados discos de los cincuenta, de Billie Holiday sings, de 1952, al agónico Lady in satin, de 1958. Aunque si me dan a elegir destacaría las rutilantes, inolvidables grabaciones para Columbia junto a Teddy Wilson y Lester Young, registradas entre 1933 y 1944 y recopiladas en una caja inolvidable, Lady Day: the master takes and singles. Verdaderamente, el cofre del tesoro.

Anterior entrega de Combustiones: Mozart y Ludwig quieren tocar con Lennon.

Artículos relacionados