Coppel en la cumbre

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COMBUSTIONES

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«Deslumbra, para empezar, el verbo feroz y acerado del cantautor rockero»


Julio Valdeón se detiene esta semana en el último disco de Íñigo Coppel, un trabajo que considera “un trueno de imaginación, poesía e inteligencia”.


Una sección de JULIO VALDEÓN.
Foto: JAVIER JIMENO MATÉ.

                       

En el Cocodrilo, el directo de Íñigo Coppel grabado en el garito de Johnny Burning, es uno de los discos del año. Un trueno de imaginación, poesía e inteligencia descorchado por un tipo que atesora más talento y actitud, más conocimiento de corazón y sus desgarros en una línea de cualquiera de sus canciones que mil y un pijos indies en la práctica totalidad de sus obras completas. Coppel, con una carrera de francotirador a prueba de prescriptores de trap y listillos varios, junta aquí veintiséis rolas supersónicas.

Todo arranca con la presentación de un Johnny al que habría que dedicar un monumento en todas y cada una de las ciudades de España, y que introduce a quien llega desde las tierras bajas y armado con su guitarra salvaje. Deslumbra, para empezar, el verbo feroz y acerado del cantautor rockero. De un Coppel que enamora por su gracia infinita a la hora de combinar lirismo de alto voltaje y desacomplejado cachondeo. Ese humor más bien negro que brota a grandes tragos de sus canciones y cuya ausencia supone uno de los puntos débiles más vergonzantes de quienes, empeñados en fotocopiar los referentes anglos, pobrecillos, olvidan que este es el país de Quevedo, Berlanga, Chumy Chúmez, José Luis Cuerda, Álex de la Iglesia y El Roto y que Chamberí no es un barrio de Seattle ni el Puerto de Santa María, Gijón o Bilbao un trasunto de Manchester.

Ahí tienen la justamente legendaria “Blues hablado sobre el mayor fan de Bob Dylan del mundo” o la descacharrante “Canción protesta contra los que odian a Paul McCartney”. Un humor, ojo, que vuela muy lejos de la gracia epidérmica y que, al tiempo que te hace sonreír, hurga en la herida y revienta prejuicios. Trallazos como las bellísimas “En el Olympia”, “Canción para Daniel Hare” o “Luces de Atocha”, brutalidades tan desasosegantes como “¿Estáis seguros de que es un fascista?” o la épica “En el último asalto (canción para Poli Díaz)” exhiben las dimensiones de un repertorio a prueba de bombas. Si eres seguidor del Sabina más crudo y puro, del Javier Krahe con el verbo untado en estricnina, de aquella Mandrágora que el maestro Brassens tenga en su gloria, o te enganchaste un día a Burning, a Dylan, a Tom Petty, si buscas grandes canciones, poetas dispuestos a radiografiar lo que nadie más puede, y vas de melómano y amante del rock, duro pero sensible, y todavía no conoces esta maravilla, hazte un favor y búscalo. Coppel es tu hombre y “En el cocodrilo” tu nuevo disco favorito. De nada.

Anterior entrega de Combustiones: El resplandor de Springsteen en Broadway.

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