Cinco discos para descubrir a David Bowie

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Durante más de medio siglo, David Bowie fascinó al panorama internacional mutando de piel y cambiando de sitio. Juanjo Ordás elabora un pequeño manual para saber cómo entrar en su discografía.

 

Selección y texto: JUANJO ORDÁS.

 

1. The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mars (1972, RCA)
No es la primera obra maestra de Bowie —esa sería probablemente Hunky dory (1971)—, pero sí uno de sus discos más famosos, pues contiene piezas como “Starman”, “Ziggy stardust”, “Suffragette city”, “Moonage daydream” o “Rock and roll suicide”. En él juega al rock and roll y al hacerlo lo reformula, lo revisa y lo hace renacer. Esto es mucho más que glam, es una revisión del género en toda regla (no en vano, casi se incluyó el “Around around” de Chuck Berry) y no, no se trata de un disco conceptual. Hay una reflexión respecto al mesianismo y su utilidad en más de una canción, pero que nadie busque un guion estudiado porque Bowie no lo concretó. Esa es una de las gracias de The rise and fall of Ziggy Stardust and The Spiders from Mar: puedes tomarlo como una diversión hedonista o profundizar y encontrarte con un pensamiento elaborado.

 

2. Station to station (1976, RCA)
Este disco de solo seis canciones aglutina todo lo que Bowie había estado mascando durante años: música negra (“Stay”), maneras crooner (“Wild is the wind”) y el rock más moderno impregnado por su nuevo amor por la frialdad germánica (“TVC15”). Con él puedes entender de dónde venía con discos como Diamond dogs (1974) y Young americans (1975) y hacia dónde iba. Pero al margen de ello, Station to station destaca porque es un disco a corazón abierto en el que Bowie habla sin pudor de su interés por el ocultismo, su drogodependencia y una necesidad brutal de amar y ser amado. Es el producto de un hombre al límite, perturbado, desesperado pero con elegancia. Lo abre la homónima “Station to station”, una suite de diez minutos que pasa por ser de lo más colosal que Bowie hiciera (atentos al piano de un exultante Roy Bittan, ¡sí, el de Springsteen!), pero hay más, todas sus piezas son imprescidibles.

 

3. Low (1977, RCA)
Durante su etapa europea Bowie experimentó a lo bestia dejando grandes discos propios y ajenos (sus dos producciones para Iggy Pop). Puestos a elegir solo uno, que ese sea Low, el más triste de todos. Emocionalmente Bowie se encontraba mal y vuelca sus melancólicos sentimientos tanto en canciones vocales como instrumentales. Low es bello, pero también depresivo. Hasta cuando está más animado (“Breaking glass”, “What in the world”) hay un cinismo y una mala hostia importantes, hundiéndose en el dolor profundo la mayor parte del tiempo (“Warszawa”, “Be my wife”, “Always crashing in the same car”) y dejando —muy pocas— grietas a la luz (“Sound and vision”, “A new career in a new town”). Por cierto, este es un disco sin el que no habrían existido ni Joy Division, ni New Order, ni The Cure, ahí es nada.

 

4. Let’s dance (1983, EMI)
Algunos lo aborrecen, otros lo aman y otros simplemente lo aceptan. Let’s dance no es el mejor disco de Bowie, pero sí el trabajo con el que decidió hacerse mega-ultra-comercial y conquistar las listas de éxito. ¿Es un mal disco? En absoluto. Pero es pop. Es limpio. Es para todos los públicos. Las canciones que destacaron eclipsaron a las demás, pero es imposible hacer un recorrido por lo mejor de Bowie sin colocar dentro “Modern love”, “China girl” (que ya había salido en una de sus producciones para Iggy) y “Let’s dance”. Como nota curiosa, su gira de presentación se ha entendido siempre como otro alegato mainstream cuando la realidad es que en cada multitudinario concierto Bowie endosaba a la audiencia canciones de la compleja etapa europea. Con vaselina, eso sí.

 

5. Blackstar (2016, RCA / Sony)
Bowie no pudo poner mejor punto final a su vida artística. Editado días antes de su fallecimiento, Blackstar significó el retorno del mejor Bowie, ese al que solo le importaba el éxito artístico. Se despidió con una obra maestra de principio a fin aunque de difícil escucha. Cantos fúnebres (“Blackstar”, “Lazarus”, “I can’t give everything away”), relatos sórdidos (“’Tis a pity she was a whore”, “Sue (Or in a season of crime)”) y pop retorcidamente particular (“Gir loves me”, “Dollar days”), todo con instrumentación jazzera y de rock experimental. Un triunfo que a día de hoy sigue doliendo escuchar y en el que siempre quedarán misterios por descifrar. ¿Es la armónica de “I can’t give everything away” la de “A new career in a new town” y Bowie nos está mandando un mensaje trascendental? ¿Habla “Blackstar” de una resurrección o de una posesión? ¿Es “Dollar days” una despedida a su Inglaterra natal?

Anterior entrega: Cinco discos para descubrir a The Rolling Stones.

 

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