Carlos Chaouen: «La gente cada vez tiene más miedo a sus propios sentimientos»

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«Cambiarán los formatos, los sonidos de moda, pero el sustrato del rock es eterno»

 

Tras seis años de ausencia discográfica, Carlos Chaouen publica Refugio, un disco que pudo ser doble con el que vuelve a abrazar el rock. África Egido habla con él de estos últimos años, sus nuevas canciones y la gira que está por venir.

 

Texto: ÁFRICA EGIDO.
Fotos cedidas por CARLOS CHAOUEN.
Fotos directo: MARÍA JESÚS REYES.

 

Carlos Chaouen es una de las mentes poéticas más brillantes de la canción de autor. Poco importa si, en estas más de dos décadas de trayectoria, ha abrigado sus versos con riffs rockeros, dejes flamencos, guiños al funky o con alguna melodía pop. Porque, por encima de todo, el gaditano es sinónimo de carisma, de honestidad y de relato. Mucho relato.

Desde que en 2014 publicó En la frontera, el compositor se había mantenido en un silencio solo interrumpido por la publicación de su recopilatorio Sinforgía en ti sostenido. Ahora regresa para mostrarnos su Refugio, un álbum con nueve canciones impregnadas de luz y, paradójicamente, colmado de espacios abiertos.

Siempre es buena noticia que el autor de «Semilla en la tierra» publique un disco nuevo y vuelva a pasear sus canciones por los escenarios. Pero también lo es compartir con él un rato de charla sobre su música y —si la conversación lo pide— sobre lo humano y lo divino.

 

Con tu anterior disco comentabas que para componer había que sentir demasiado. Has tardado seis años en grabar canciones nuevas, me pregunto si has estado seis años…
¿Sintiendo? [ríe]

 

O sin sentir demasiado…
Hubo un momento en que necesitaba parar el bucle en el que me sentía los últimos dos o tres años. Necesitaba un poco de reconciliación conmigo, respirar, aclarar. También me he dedicado más a mi otra faceta de psicología, que me apetecía mucho. La idea no era que pasasen seis años. Canciones hay un montón, mi idea original era grabar 18, pero me convencieron de que era una locura y lo he partido en dos, por eso hay 9, y las dos últimas de este disco están en otro contexto, que habla de la otra parte que vendrá el año que viene.

 

No sueles repetir productor, y tampoco esta vez lo has hecho. Has grabado con Curro Úbeda y te has lanzado a la producción.
Es que no me gusta repetir fórmula, en general, tampoco en la vida, por eso solo he repetido producción una vez. Este disco lo he producido yo por primera vez como he querido, he tocado más que en ningún otro, y es el más fiel a como quería sonar. Me alegro muchísimo de haber tomado esa decisión.

 

¿No te preocupaba prescindir de la visión externa y estar demasiado dentro de la canción para producirla bien?
Pensaba eso, pero después de ocho discos ninguno sonaba como realmente quería, y tenía la sensación de que ya había aprendido suficiente como para afrontarlo yo.

 

¿Dices que no te has quedado satisfecho con el sonido de ninguno de tus discos?
Del todo no. Y yo, a estas alturas de mi vida, tenía claro lo que quería hacer. Y era esto.

 

En cualquier caso, el álbum sigue la ruta que abriste con En la frontera, cuando contabas que necesitabas que el rock volviese a tus canciones, y ha vuelto.
Sí, ha vuelto del todo. Me he quitado esas inhibiciones que a veces tenía. Me he sentido libre y he hecho lo que he querido. He tocado como he querido y estoy muy contento.

 

Esa libertad te ha llevado a tus inicios, que ya estaban ligados al rock.
Sí, pero si oyes los primeros discos, no se refleja nada, aunque en esa época escuchaba mucha música rock y es lo que quería hacer. A lo mejor no tenía los recursos, todo lo que hacía otro músico me parecía mejor que lo que hacía yo… Ahora me he dado cuenta de que las cosas no tienen que ser mejor o peor, simplemente hay muchas maneras de hacerlas, y lo mejor es que me quede satisfecho.

 

En este álbum hay mucha más luz que en cualquier otro de tu discografía. ¿Lo sientes así?
Sí, lo siento así. No fue premeditado, pero te vas dando cuenta a medida que ves las canciones. Creo que son menos doloridas que otras antiguas. El disco escarba menos en el dolor, es más luminoso, más optimista, más positivo, más directo. Todos estos años han servido para limpiar muchas cosas y reconciliarme conmigo mismo en algunas otras.

 

Solías decir que la desesperación y la disconformidad producen buenas canciones. ¿Has necesitado desesperarte para crear Refugio?
Uno tiene que salir de su confort para crecer y dar otro paso. No solo con las canciones. Yo creo que en el pasado era más así, ahora no tanto. Me he reconciliado con que no solo el dolor es artístico, por eso creo que el resultado son canciones más positivas.

 

 

Abres el disco cantando: «Somos los que hicimos rock and roll, somos los que haremos rock and roll». ¿Del rock no se sale?
Yo creo que no [ríe]. Parece que el rock ya no está de moda, pero bueno, las modas son cíclicas. No parece el mejor momento del rock, pero creo que, como el flamenco y las músicas esenciales, no puede desaparecer. Sobre todo en la gente de una generación que hemos mamado eso. Tampoco se puede matar porque es como una energía. Cambiarán los formatos, los sonidos de moda, pero el sustrato del rock es eterno.

 

En esa canción dices haberte deshecho del dolor. ¿Es posible una vida sin él?
Hombre, la vida también es dolor, es algo consustancial a la vida. Pero puedes superarlo o hacer que no pese tanto. A veces nos enquistamos, nos enamoramos de nuestro dolor, y creemos que es especial o bonito, que es nuestra identidad. Y eso es lo malo.

 

Pero ese halo de dolor parece venir bien a los artistas para componer.
Porque hay un sustrato de que tiene que ser así, porque si verdaderamente se quiere crear algo nuevo, hay que salirse de lo que hay, y eso implica un poco de dolor, de pérdida, de lucha, al menos, de disconformidad. Cuando esos estados son prolongados es fácil que te agoten, estresen o molesten. Es productivo, pero no quiere decir que sea más habitable. Hay muchos genios y creadores cuya vida ha sido un tormento, así que hay que sopesar un poco de vez en cuando.

 

«Si se quiere crear algo nuevo, hay que salirse de lo que hay, y eso implica un poco de dolor, de pérdida»

 

En el videoclip de “Tú y yo” cantas con el torso desnudo y dos bailarines en una escenografía que huye del artificio. ¿Sencillez y desnudez son palabras clave en el álbum?
En el disco hemos tratado de conservar eso. Casi todo el mundo me decía que la mayoría de mis discos no reflejan cómo soy realmente, y creo que este disco lo refleja bastante. Todo es más natural, no hay autotune, si hay desafines, se dejan; si hay algunos errores, se dejan. El vídeo también va de la mano, más natural no puede ser, es coherente, no hay nada artificial. Aunque lo de salir así, al descubierto, es por un fallo mío de logística [sonríe].

 

¿Es que no tenías camisetas?
Claro [ríe]. Me había preocupado mucho de los bailarines, y a la hora de grabar yo, me dicen: «¿Tú qué ropa tienes?». Esta. Pues nada, fuera. Y para seguir la línea de la portada, lo dejamos lo más natural posible.

 

En «Tú y yo» se intuye que describes una relación… ¿perfecta?
No hay una relación perfecta, porque para eso deberían existir dos personas perfectas, y tampoco existe una sola persona perfecta. Es una utopía, un anhelo. Creo que el mundo es imperfecto y es parte de su maravilla.

 

 

Si no existe una pareja perfecta, ¿puede existir una relación saludable?
Sí, mientras uno y otro sean honestos y transparentes. Pero, claro, si uno identifica saludable con su propio bienestar y que pase lo que él quiera que pase, es difícil que lo sea. De ahí vienen las decepciones en el amor la mayoría de las veces, porque el otro hace algo que el uno no espera, lo que significa que no conoces al otro, que no confías del todo o que no estás dispuesto a todo. Eso es un negocio, más que amor es un intercambio.

 

¿No nos venden los artistas esa visión idealizada del amor: un mágico bienestar o la nada?
Sí, y también es consustancial a la persona. Yo quiero estar bien, y quiero que me quieras para estar mejor. Eso es un capricho infantil. El amor debería ser más total. Si quiero tu felicidad, quiero tu felicidad. Por encima de la mía. Si no, creo que no es amor, es egoísmo.

 

Tu anterior disco, En la frontera, estaba poblado de referencias a las lunas. En Respirar, abundaban los corazones…
…y en este, la luz y el sol [ríe]…

 

…y también el cielo, las aves y la necesidad de volar. ¿Por qué crees que ha ocurrido?
No me había dado cuenta, qué bueno que me lo digas. En Cádiz veo muchas aves, porque vivo en un punto migratorio y es un espectáculo. Lo de volar, imagino que tiene que ver con ese momento personal de quitarse peso, de aligerarse, de querer otra luminosidad.

 

Un ejemplo de todo ello es tu canción «El cielo se queda aquí», con la melodía más «chaoueniana» del disco, por cierto.
Sí, para mí es esa sensación, es un poco estándar para mí.

 

¿Eso es un «estándar Chaouen»?
Sí [ríe]. De hecho, casi no la grabo. Siempre me encantó, pero me parecía que ya la había hecho.

 

¿Dónde está ese cielo del que hablas?
Aquí, aquí. El cielo está aquí. En el corazón de cada uno, donde cada uno… [piensa un momento]. En la emoción esa que te saca de donde estás, del tiempo y del espacio.

 

Para tenerlo tan cerca, no parece encontrarse fácilmente.
No. Porque lo buscamos fuera, no aquí dentro. Al buscarlo fuera, dependemos de mil cosas incontrolables, como ocurre en el amor, y por eso lo perdemos enseguida, al día siguiente o a la semana, porque todo lo que está fuera se pierde.

 

Auguras en esa misma canción: «Verás cuando sientas la libertad». ¿Se puede ser totalmente libre?
Sí, es difícil, pero hay que desvincularse de los acontecimientos de fuera. Que en tu felicidad mandes tú, que en tu «estar» mandes tú. Eso es lo más cercano a la libertad.

 

¿No es difícil ignorar esas influencias externas viviendo en sociedad?
Creo que es posible. Es mucho más difícil viviendo en sociedad, claro. Pero hay que intentarlo, porque si no, siempre vas al son de las olas, y no está bien ser feliz o infeliz en función de las olas.

 

Otra de las canciones con esa «impronta Chaouen» es “Hambre y sed”. Ahí haces un magnífico canto a la aceptación: «Déjame las luces encendidas para ver mi piel envejecer».
Esa canción quiere hablar de demasiadas cosas. Esa parte, sí, se refiere a la aceptación, a ver el proceso de cada uno. Es lo más importante que tenemos, envejecer, conocernos…

 

¿Hemos pasado del miedo a la muerte al miedo a envejecer?
Sí, y en el fondo tiene que ver con el miedo a la vida. Porque la vida no es más que un proceso de envejecer poco a poco, y deberíamos disfrutarlo en vez de temerlo.

 

¿Por qué crees que existe ese miedo a la vida?
No lo sé, son tantos factores… Desde mi visión, por muchísimas influencias sociales, la gente cada vez tiene más miedo a sus propios sentimientos. Así es difícil crecer como ser humano. Las conversaciones son cada vez menos profundas, parece que todo el mundo quiere algo y lo quiere rápido. Casi todo se hace por un interés, y si no lo hay, no se hace o no se atiende.

 

 

Hablas de lo difícil que son algunos cambios, sin embargo, todo tu disco irradia posibilidades. Pareces cantar a un «es posible».
¡Claro! Porque la sociedad la hacemos nosotros. A veces queremos un cambio del entorno, pero no hacemos nada en esa dirección. Como decía Ghandi, «si quieres que el mundo cambie, sé tú el cambio», haz tú el cambio que quieras proponer. Obviamente es difícil, la sociedad tampoco lo facilita, más bien lo contrario, y aunque parece que estamos en libertad, la gente tiene cada vez un poco más de miedo. Hay muchos problemas con las minorías étnicas, de género, con las fronteras, hay una especie de libertad de expresión, pero hay que tener cuidado, todo es sancionable, tratan de condenar a un artista, a un cómico, todo se saca de contexto… Hay demasiada molestia y muy poca comprensión de lo que pasa.

 

“Hambre y sed” encierra una reflexión muy poderosa: «Toda mirada es un intercambio de hambre, toda palabra es un intercambio de aire». ¿Cómo vives la paulatina desaparición de palabras y miradas?
Lo vivo como una pérdida, a nivel sentimental, a nivel atencional, a nivel de por qué la gente conecta. Ahora solo conectan casi buscando un interés concreto. Es difícil ver a dos personas veinte minutos hablando sin mirar una pantalla o sin que alguien les reclame la atención. Hay una pelea por la atención a nivel global, y la gente responde cada minuto, parece que tiene que estar respondiendo a algo, a un nuevo impacto. Eso no permite que haya un desarrollo humano. La gente cada vez lee menos, si escucha un disco, no puede durar una hora porque a los veinte minutos ya necesita otra estimulación. Son los nuevos tiempos y los nuevos compases, pero yo sigo siendo un poco analógico y me atropella esta velocidad.

 

«La mente en el fondo es lo único que existe, así que es divina y es perversa»

 

¿Por eso dejaste Madrid y volviste a Cádiz?
Este entorno de pantallas es allí igual que aquí. Pero allí estoy mejor porque es la tierra, porque me gusta la zona, la gente, el ambiente, la luz y el arte de Cádiz.

 

En ese mismo tema hay un magnífico saxo de Fran Mangas, que también ha tocado teclados en otros cortes. Junto a él, en Refugio, creo que te acompañan varios músicos a los que ya conocías hace tiempo…
Sí, a Fran Mangas lo conocí con Candelaria hace muchos años. Está también Carlos Tato, que lo conozco hace mucho, bajista del Bicho entre otros proyectos. Le llamé por su rollo con las calimbas para la última canción. A través de él contacté con Jerónimo Maya y Carlos Cortés, para la otra canción flamenca [«El loco»]. El batería, Andrés [T. Rodríguez] es quien grabó En la frontera, y tenía claro que iba a grabar de nuevo. El bajista es nuevo, Alejandro Benítez, otro músico de la zona. También está Tony Romero, de Málaga, un teclista increíble, y Philip [Pearson], un guitarrista y cantante increíble que vive en Vejer y toca ese rollo americano…

 

Ese aire americano inunda «Un millón de soles», un estilo al que nunca te habías acercado. ¿Cómo surge este country?
La canción surgió así, ya en la premaqueta tenía esa intención americana, que nunca había hecho. Para el sonido general del disco es importante Curro Úbeda, porque entendió perfectamente lo que queríamos, debatíamos mucho, le hice oír todos los discos anteriores para señalar lo que no quería. Él ha sido fundamental.

 

En esa canción dices mirarte adentro, y parece que esa introspección se ha intensificado en tus últimos discos. Antes mirabas mucho hacia afuera y dibujabas escenas cotidianas, pero parece que has girado el espejo.
En eso habrán influido tantos años de meditación. Se habrá ido abriendo un espacio que antes no estaba. Cuando lo oí, sí que tuve esa sensación, que hay un matiz distinto en las letras, que es un matiz de evolución personal.

 

Acabas esa canción diciendo que sabes que «el mundo es mentira y nada es verdad». ¿No hay nada real a lo que agarrarse?
Bueno, hay otra canción en que digo: «Todo lo que hay es verdad» [suelta una carcajada]. Me di cuenta escuchándolo un día. Las dos cosas pueden ser verdad, depende de en qué nivel nos pongamos. Es mentira lo que nos vendemos del mundo, casi todo es mentira. Luego, todo lo que es del mundo real, una flor, eso es verdad. No puede haber nada más verdadero que el sol, la luz, una flor, una persona mismo, en su esencia. Pero cuando empezamos a fabricar, casi todo es mentira.

 

Te he escuchado decir que por tus canciones no se te conoce del todo…
[Frunce el ceño] ¿Sí, lo dije?

 

Sí, ¿acaso era una de esas mentiras?
Igual lo dije porque me daba demasiada vergüenza [ríe].

 

¿Entonces hay muchos yoes de Chaouen en tus canciones, como cantas en «Un millón de soles»?
Creo que hay muchos yoes en las canciones y fuera de ellas. Todo el mundo tenemos muchos yoes, lo que pasa es que nos identificamos más con unos o con otros, y a veces queremos defender más unos que otros.

 

¿Todos son reales?
Sí, y todos tenemos muchas personalidades, depende del entorno. Si ese entorno no estuviera, la persona se comportaría de otra manera. Como aquello que se dice: todo el mundo se porta bien con el estómago lleno. Habría que ver quién eres tú en otro contexto, cómo te comportas con necesidades. Hay muchos yoes porque casi todo el mundo puede hacer y ser lo que quiera, lo que pasa es que nos identificamos con yoes chiquititos, nos autolimitamos constantemente.

 

Cierras el disco con «Divina-mente», una especie de mantra que simula viajar por el engranaje de un reloj. ¿Era esa la intención?

Qué guay, dos personas me han escrito hoy diciéndome que es un mantra. Me alegro mucho. Creo que es por la magia de las calimbas de Carlos, eso sí estaba buscado, crear esa sensación de bucle. También la canción es en una sola nota, muy repetitiva… Creo que estaba un poco implícito, y la hemos forzado un poco más, porque no tiene la típica estructura de estrofa estribillo, sino tres estrofas y el estribillo para salir. Era un poco experimental, pero me encanta cómo ha quedado, me abre nuevos horizontes para lo que vendrá, para las nuevas canciones. Me apetece una sonoridad nueva que explorar.

 

Parece que os divertisteis creando la canción…
Fue un poco así, sí, fue «vamos a jugar». Era fácil haber hecho la canción como las otras, pero hubiera perdido gracia. Y la canción era especial para mí.

 

¿Por qué lo era?
Por lo que dice, por la mente. Le tengo un cariño especial desde que salió.

 

Dice que la mente es divina, pero hay quien dice que es más bien perversa…
La mente en el fondo es lo único que existe, así que es divina y es perversa. Es el cielo y el infierno.

 

¿Cómo que es lo único que existe?
Sí, porque todo el mundo vive en su mente realmente. Dentro de su mente.

 

¿La meditación no consiste en salir de ella?
No se puede salir de ella. Tenemos la sensación de que vivimos fuera, pero la mente es un receptor de estímulos de fuera y de dentro, la mayoría de dentro, y todo el mundo vive ahí. Por eso, ante una misma situación, uno la vive bien, otro mal, uno ve que es algo maravilloso, el otro lo ve como un desastre… En función de su mente, no en función de lo que hay fuera, porque si fuera así, tendríamos que ver lo mismo.

 

Si solo somos mente, ¿dónde quedan la emoción, la espiritualidad o el cuerpo?
Tú lo vas a vivir todo en la mente. Tu sensación o tus experiencias las tienes en tu mente. Y la espiritualidad o lo que sea, cualquier cosa a cualquier nivel, la persona lo experimenta en su mente, no en cualquier otro lugar del universo.

 

Por tanto, estamos en manos de nuestra mente… ¿divina?
Es divina en su origen, pero mientras no conectemos con esa divinidad, es perversa.

 

¿Y cómo conectamos con esa divinidad?
Cada uno con el espacio donde encuentre esa divinidad. Cada uno necesitará sentir no se qué para llamarlo «divinidad» o «estar bien». La mayoría de las personas pueden hacer cosas divinas y perversas. Lo interesante sería intentar hacer las más posibles divinas y las menos posibles perversas. La realidad de la mente es que se nos ocurren muchas perversas.

 

¿Nacemos entonces más afines a la perversidad?
No creo que el hombre sea malo ni bueno por naturaleza. Una flor no es buena ni mala. Otra cosa es que a mí me guste o que te la quiera regalar, pero ella no es buena ni mala, ni bella ni fea. Así son las cosas en la naturaleza. Cuando alguien dice «quiero esa flor, me gusta, no me gusta», es la mente la que está diciendo esas cosas, pero esa no es la realidad de la flor.

 

Es extraño escuchar a un creador dar tanto peso a la mente, y no a las musas, el duende, la emoción que…
Pero es que creo que eso es mente. Eso lo crea la mente, ella crea el cielo, el infierno, lo que sobrevuela ese espacio. Por eso hay tantas mentes, tantos cielos y tantos infiernos.

 

¿La mente es el origen de todo?
Y el destino. Lo que pasa es que nos perdemos en medio.

 

La psicología actual ha culpado a la mente de un montón de enfermedades.
Claro, pero la psicología actual necesita decir eso para atender a la gente. La primera labor de la psicología es que haya pacientes de psicología. Sé que estoy tirando una piedra contra el gremio…

 

«Divina-mente» alberga versos que son auténticos poemas. Me sorprende que cuentes que eres incapaz de desligar música y letra al componer.
A lo mejor tiene que ver con mi dinámica de trabajo. Siempre que escribo estoy con la guitarra, creo que nunca he hecho la letra de una canción sin estar tocando la guitarra.

 

¿Nunca nace un riff o una sucesión de acordes desnudos?
Me cuesta hacer una música sin texto o un texto sin música y luego mezclarlo al cabo del tiempo. No me sale orgánico. Se puede dar la vuelta a algún detalle, pero la esencia viene entera.

 

«Casi todo el mundo me decía que la mayoría de mis discos no reflejan cómo soy realmente, y creo que este disco lo refleja bastante»

 

Entonces en tu caso es imposible eso de rescatar viejos fragmentos inacabados.
Sí, porque la energía que tenía cuando escribí aquella estrofa no la tengo ahora. No es como veo las canciones. Para mí está muy conectado con la emoción y el sentimiento.

 

¿Nunca has resucitado canciones?
Sí, «El loco» tiene unos años, el resto son de este periodo. Hice dos o tres discos y ya estaba hecha. Tenía ese rollo más flamenco y no pegaba en ninguno. La canción me gustaba, la he tocado mucho en directo, y aquí he encontrado ya el momento de grabarla.

 

¿Has cogido manía a alguna de tus viejas canciones?
A “No me canso”.

 

¿La que cantó Ana Torroja? ¿Es por eso?
No, es porque nunca había escuchado una canción mía tanto, en tantos sitios y en otra voz. Hubo un momento en que no la odié, pero… me cansé de “No me canso” [ríe].

 

¿Te gustó su versión?
Me sorprendió primero que la cantara, y luego, el impacto que tuvo. Me gustó cómo la hizo, no me molestó, seguía oyendo y sintiendo mi canción. Obviamente, da otra sensación, pero no tengo nada en contra, no creo que hicieran nada chungo con la canción. Me cansó porque en ese momento se oyó muchísimo, nunca había tenido esa sensación de entrar a un bar y oír tanto la canción, en la tele, en la radio…

 

¿Dejaste de tocarla?
Sí, durante años no la toqué, pero también porque era ya una cosa pasada, tampoco me parecía una canción excepcional. Luego volví a tocarla.

 

¿Te ha pasado con alguna otra? A veces he pensado que “Semilla en la tierra” está tan asociada a tu historia y te la reclaman tanto que podrías cansarte de ella…
Sí, hay algún momento en que si podía no la tocaba, pero era más por la sensación de: «¡Dejadme tocar lo nuevo!». Siempre pedían “Semilla en la tierra”, “Pintando en el cielo”…

 

Dicen que a partir de cierta edad dejamos de conectar con las canciones con la misma intensidad que antes. Para los artistas debe de ser complicado abrir espacio emocional en vuestro público para el material nuevo.
Lo es, pero es así. La gente que me sigue desde el principio es fiel al principio, quieren aquellas canciones porque quieren recordar algún momento de sus propias vidas, y a eso es a lo que te llevan las canciones. Para ellos representan eso. A lo mejor ahora van a oír este disco porque es mío, pero no les va a impactar, no se les va a quedar en su emoción, como cuando ellos están viviendo algo personalmente relevante vinculado a su canción.

 

¿No se pueden grabar nuevos momentos con nuevas canciones?
Es difícil, porque la gente cuando va a ver a algunos grupos en el fondo quiere recordar un estado personal que les provoca ese grupo o esa canción. No quieren saber lo que ha hecho el artista en su creatividad, quieren que les transportes a un estado en el que se sienten bien. Si el disco que me rompió la adolescencia fue Nirvana, si veo a Nirvana, toda aquella emoción de la adolescencia va a surgir en mí.

 

¿Con qué artistas te pasa a ti?
En los últimos años con pocos, porque he estado casi sin oír por recomendación médica, digamos. Pero la emoción que siento con Barón Rojo, Camarón o Silvio… Aunque descubra algo que me gusta, es difícil que me provoque tanta emoción. Puede gustarme más analíticamente, pero cuando empieza a sonar Silvio o Barón Rojo, la emoción es incomparable. Crear nuevas emociones es difícil, igual que sucede con las parejas o en otros entornos de la vida. Es una pena, no debería ser así, pero sucede.

 

Creo que eres uno de los cantautores con un acústico más intenso y emocional, pero este nuevo repertorio no parece que pueda sostenerse sin electricidad.
Sí, por eso esta girita la quiero hacer con banda. Hay medio disco que no se sostiene en acústico, porque no está pensado para ello. Espero postergar los acústicos todo lo que pueda, me encanta hacerlos, pero este disco hay que tocarlo con banda.

 

Cuando hace diez años te preguntaron por un objetivo difícil de cumplir, respondiste: «Hacer la mejor canción para mí, esa que sea sublime, esa con la que mi cuerpo se evapore». ¿Sigue sin aparecer esa canción?
De momento, sí, porque mira, aquí estoy [suelta una carcajada].

 

¿Y si nunca aparece?
Creo que esa no llega nunca. Es la aspiración que te mantiene en el camino. La aspiración debe ser hacer la canción perfecta, que por otro lado no existe, o existen muchas, igual hemos escuchado muchas canciones perfectas para un momento determinado. Pero la canción perfecta para todos y para todo…

 

Los títulos de tus discos han ido acotando cada vez más tu espacio: Universo abierto, En la frontera, Refugio… Parece que tu mundo se hace más pequeño.
[Ríe] Sí, ahí me refiero a tres niveles de refugio. A un nivel más social, con los refugiados políticos, climáticos, de guerra, de lo que sea, un problema muy humano y causado por el humano, no es divino. A un nivel más psicológico: de qué nos refugiamos, dónde nos refugiamos, si en el trabajo, en el éxito, en el dinero, en las drogas, en las relaciones, en lo que sea. Y a un nivel más íntimo: donde uno tiene su refugio último, donde estás bien, seguro y libre.

 

Entiendo que ese refugio no tiene que ver con el miedo, sino con la seguridad.
Sí. Hay muchas cosas que dan miedo y hay poco atrevimiento. Eso del confort que cada uno se procura así, en chiquitito, suele ser miedo a lo que hay fuera, pero este refugio tiene más que ver con el lugar donde uno encuentra la seguridad y la libertad.

 

¿Has encontrado tu refugio?
En ese camino estamos. Poco a poco.

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