Canciones de una noche de verano: “There is a light that never goes out”, de The Smiths

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Morrissey canta especialmente excitado y sereno, y el fondo orquestal –lo utilizaron por primera vez en los arreglos– lo llena todo de tensión, casi hasta el ahogo”

 

Para afrontar este largo y cálido verano, César Prieto escoge uno de los mayores éxitos de la banda de Morrisey, incluida en su tercer disco pero lanzada como sencillo seis años después de que el álbum viese la luz.

 

Una sección de CÉSAR PRIETO.

 

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‘There is a light that never goes out’
“The Queen is dead”
ROUGH TRADE, 1986

 

«Take me out tonight / Oh, take me anywhere, I don’t care / I don’t care, I don’t care «.

 

The Smiths son para mí el aroma de un verano en que nunca los escuché, un verano especial en el que fueron concluyendo flecos de juventud y el ángel de la música se presentó ante mí de nuevo. ¿Cómo me asaltaron a mí los mancunianos? Es una bella historia la de mi llegada, tarde, a esta canción. Soy, sin embargo, el feliz poseedor del primer elepé de The Smiths y de algunos de sus primeros singles. Y los escuchaba con agrado, y mucho. Pero fueron los últimos discos que compré en un buen lustro. En parte las directrices que tomaba la música no me producían ya la excitación de años anteriores; en parte la Universidad, la dilatada jornada en un restaurante de menú rápido donde como buen joven era explotado y después el año que me hicieron residir en un cuartel de Cádiz hicieron que ni siquiera escuchara la radio.

Fue mi amiga Sonia quien supo abrir mi curiosidad de nuevo. Sonia era una estudiante que iba a la misma clase de FP de mi prima, rama administrativa, y que dulcificó mis dos últimos años de estudio. En las dilatadas tardes que pasábamos en la terraza de la discoteca de mis vacaciones gallegas, me iba hablando de su fascinación por los Smiths, de su infinito abandono al escuchar su música. Así que, más por devoción a su palabra que por gusto personal, decidí darle otra oportunidad a la música.

No podría decir siquiera dónde fue, pero sé que al volver de vacaciones entré en una de esas tiendas de discos que abundaban en Barcelona y me dirigí a las cubetas de la letra S. Escogí al azar, aunque bien recuerdo que me fascinó la contraportada, un grupo de chicas sobremaqueadas, casi pertenecientes a otro mundo. Una de ellas era especialmente guapa.

De esta manera entraron de nuevo en mi vida. Ni siquiera había comprado “The Queen is dead”, era el “The world won’t listen”, con el ‘There is a light that never goes ut’ como sexta canción. Así que casi se puede decir que ahí descubrí al grupo. Lo primero que me fascinó fue la voz, el instrumento. Una voz conscientemente neutra que a veces se abandonaba a tonos en los que se intuía una pasión desbordante. Y después, poco a poco, las diversas capas de las que está hecha la canción: esas guitarras cortantes, la batería perfecta. Y de golpe el estribillo, uno de los hitos de la entrada a la primera en el mundo del pop. Morrissey canta especialmente excitado y sereno, y el fondo orquestal –lo utilizaron por primera vez en los arreglos– lo llena todo de tensión, casi hasta el ahogo.

Después por libros, por documentales, supe más cosas. Como todo ese ahogo romántico que despuntaba en las letras de Morrissey aquí se convierte en flecha certera. Y como una letra tan exacerbadamente explícita ahondaba en sensaciones desoladas, vitales, ansiosas casi hasta el suicidio. Después pensé que la canción tenía una fuerte carga religiosa, casi mística, quizás esté equivocado pero la forma de plegaria con esos imperativos, el fraseo en versículos….

Deformado tal vez por esos estudios universitarios que me alejaron del grupo –literatura, así me desvirtué–, vi salidas en la noche, fuerzas de destrucción –ese “ten ton truck”–, recurrencia en la imagen de la luz, el fuego como purificador. Quizás me equivoque, pero si fuera cierto algo más hondo que una simple historia de amor se nos remueve con esta canción.

A mí desde luego, cada vez que voy a ella esos violines me siguen tensando los nervios; cada vez que voy a ella me pregunto donde andará Sonia, y le doy las gracias por haberme hecho abrir de nuevo la caja de la felicidad.  

 

 

Anterior entrega de Canciones de una noche de verano: ‘Sugar baby love’, de The Rubettes.

 

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