Canciones de miseria y soledad, de El Ejército de Salvación

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DISCOS DESCATALOGADOS

«Sus aires son arrabaleros y canallas, devotos de la música de suburbio, populares y llenos de una especial sensibilidad para la melodía acariciante»

 

En su intensa búsqueda de joyas fuera de catálogo, César Prieto recuerda el único larga duración que editó El Ejército de Salvación en su desconocida y fugaz carrera. Un disco de aires arrabaleros y canallas llamado Canciones de miseria y soledad.

 

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El Ejército de Salvación
Canciones de miseria y soledad
LOS DISCOS DEL ARRABAL, 1991

 

Texto: César Prieto.

 

Vamos por la mitad de este repaso a los discos más descatalogados de la piel española; los olvidados, los polvorientos, los que nadie sabe que gozan de una inusitada belleza. Y nos enfrentamos al más desvalido, al que tengan ustedes por seguro que nunca se va a reeditar. El Ejército de Salvación proviene de un dúo de Badalona, Kremlym, que desde una ciudad de ambientes rockeros o de rumba, deslizan a mediados de los 80 un pop tecnificado, afín a Yazoo o Golpes Bajos. Al dúo se incorpora José Antonio Pérez, que junto al fundador, Joan Josep Ibáñez, reestructuran en El Ejército de Salvación en 1987. Los referentes tecno son los mismos, pero la cosa no acaba de resultar fluida y José Antonio decide llevar adelante el proyecto en solitario.

Y con ello llegamos a la formación base: José Antonio Pérez. Ideólogo, marcador de directrices y de criterios, conforma una banda a su medida y con ella y una maqueta queda en tercer puesto del concurso de Rock de Lux, lo que les supone grabar un epé de cuatro canciones. El salto estilístico es significativo, sigue habiendo sonido sintetizado, es cierto, pero sus aires son arrabaleros y canallas, devotos de la música de suburbio, populares y llenos de una especial sensibilidad para la melodía acariciante, un cóctel que parece imposible. Y las letras arañan entre las pequeñas miserias que hacen heridas en las vidas rotas, en una mezcla de inocencia y perversión que destila miedo y ternura. Como flores recién cortadas y tiradas a un vertedero.

 

Una portada conceptual

Fijémonos en la portada porque crea conceptos. Un dibujo infantil, una chica arrodillada y en camisón se coge el vientre, quizás el día antes de que alguien detecte que está embarazada, la melena le tapa el rostro y de la cama se ha abierto una colcha de la que alguien ha salido hace poco. La ventana deja ver edificios grises, ropa tendida y una luna muy alta en el cielo. Es la “Nana del niño no deseado”, es esa muchacha que busca amantes bajo el abrigo que oculta su embarazo, y mientras se acaricia pide que alguien rescate a ese niño. Impecable en su desolación, José Antonio Pérez tiene la idea de lo que quiere contar y esta idea es transparente, quizás los que no tuviera fuera los medios; lo que habría podido hacer un flamenco con esa canción es algo que podría traspasar los sentidos.

En el disco están Antonio Prió —también ingeniero de sonido— que venía de tocar el bajo para los salseros Pernil Latino y acabó de técnico que rescataba reediciones punk de los 80, justo en el punto medio estuvo El Ejército de Salvación. También estaba Pedro Burruezo, de Claustrofobia. Y José Antonio Pérez, claro. Nadie más. Hubo problemas para conseguir los fondos con los que financiar el disco y, cuando al final los consiguieron, los músicos acababan de abandonar el proyecto. Quizás por ello ese ambiente de desolación. También por las discusiones continuas entre Pedro y Jose Antonio, puesto que el primero consideraba que el disco era demasiado casero, una maqueta llena de imperfecciones que no tendría ninguna vida comercial y con una carpeta que tiraría para atrás a cualquier posible comprador —aunque el Dondestan de Robert Wyatt que apareció poco después seguía la misma estética—. Pero seguramente lo que el cantante de Claustrofobia le achacaba como defectos es su mayor encanto.

 

Canción a canción

Sigamos con las canciones. La que abre el disco, “Crónica del arrabal” quizás sea el ejemplo de lo que José Antonio Pérez quería explicarnos, una tensión extrema entre la ingenuidad, la falta de cualquier tipo de malicia y una presión social que empuja a la inmoralidad. Con un piano —en realidad es un sintetizador, no había dinero para el piano de cola del estudio— de mecanismo salsero, caribeño, la pequeña va a comprar a la tienda del barrio, su tía la avisa de que le pueden quitar “los cuartos” y se acaba de pintar las uñas. Las otras niñas no quieren jugar con ella; está destinada a romper con tacones la calle. Mientras tanto, mamá se consuela con una botella de coñac. Es el mundo de Gato Pérez en el uso de géneros populares, pero llevado mucho más allá, hasta las últimas consecuencias. No en vano, la banda sonora de La rubia del bar se grabó en los mismos estudios Maratón que este disco.

Pero dejemos a la pequeña Adela, con lodo en los zapatos. Pasemos a “Los amantes”, una de las intros más preciosas que este cronista ha escuchado nunca da paso a una letra incisiva, cortante. Poemas de barro sucio, de búsquedas sin salida. Nadie sabe en este país que aquí están las palabras más subversivas, en la carne viva de esa divorciada que busca chiquillos que apenas conocen la líbido, pero que cada semana han de coger unas pesetas. No. No es sólo pop español, es una dureza que traspasa.

El Ejército de Salvación no le hace ascos a acudir a la literatura, la crean y la usan. De ahí que “Nana” acabe en francés con un fragmento del Salammbô de Flaubert, que pide un acordeón entre pulsiones de ternura y miedo a la oscuridad, o que adapte en “Albada” nuestras viejas jarchas, con un ritmo moruno cercano a los Claustrofobia de esa época. No es difícil entender la conexión, no solamente José Antonio había tocado con ellos, sino que Pedro Burruezo es el productor del disco y además le cede una canción: “De Barcelona a La Habana”. Entramos en la parte luminosa.

 

Final del disco y del grupo

“De Barcelona a La Habana” es un canto de amor al colorido, a la pasión, y a una oscuridad que se quiere cercenar —“lo más alegre y lo más oscuro” dice la letra—, una rumbita de ida y vuelta con aire de colombianas, mucho más acústica que el resto del disco y con una guitarra flamenca. Folclores cercanos o folclores extraños, de países en los que el color es tan consustancial como el sol, la historia de “Namora”, que espera el amor callada. Sin embargo, no parece atenazada por ninguna ansiedad, simplemente se cubre con una capa de ternura. Y nos queda una de las ocho —disco corto—, “La amante en el viento”. La dejamos para el final porque es una de las cosas más impresionantes que nunca se han escrito en este país, panteísta, emocionada, vibrante. En la voz de una buena garganta sería impresionante, pero el caso es que ya lo es. Paisajes de naturaleza, blancura y sombras, y unas armonías finales que dan miedo de bonitas.

Ahora, José Antonio Pérez ya no existe. Ahora es Violeta Gómez, y como tal, ha ido sacando alguna producción más en el mismo Los Discos del Arrabal —básicamente, el sello es él— que dio a la luz su disco olvidado. Olvidados también están sus nuevos discos, llenos de canciones de impecable dulzura en la melodía y dureza en las desolaciones que arrastran los personajes, de una esperanzada creencia en que la vida renacerá. El que presentamos también lo cree, pero resulta perturbador, uno no es el mismo tras haberlo tenido bajo la aguja. Para bien o para mal. Y un consejo, absténganse de escucharlo los que tengan abierta alguna herida de amor. Volverá a sangrar, se lo aseguro.

Anterior entrega de Discos descatalogados: Na fermosa Galicia (1970), de Los Tamara.

 

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